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stobongr4 de Marzo de 2014
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ESPIRITUALIDAD IGNACIANA
Jorge Atilano González Candia sj
Detente un momento y contempla el rostro de los jóvenes que deambulan por las calles, de quienes compran en los centros comerciales, los que cruzan el país, los que estudian simplemente por tener un título, los que bailan por bailar o besan por besar… para darte cuenta de que algo está faltando en nuestra sociedad. Caminamos a ritmos acelerados en búsqueda de algo más que no acabamos de saber y terminamos comprando algo que aumente el valor disminuido por los mismos anuncios comerciales.
La humanidad ha perdido el sentido de existir; eso lo muestra el crecimiento acelerado del vacío y la soledad. Con el afán de progresar económicamente, nuestros dirigentes nos están dejando sin rumbo. Muchos jóvenes que están desilusionados por el progreso y la modernidad sólo saben que la felicidad prometida no ha llegado… Otros, quizás no tantos, saben que las relaciones se han desvirtuado; que estamos perdiendo la capacidad de relacionarnos como seres humanos. Se nos impone la ropa, la marca, el título y el dinero.
El deslumbramiento por la individualidad está cerrando el paso a la trascendencia. Centrarme en mi mundo personal conduce a una superficialidad que ahoga el corazón. Son muchos los jóvenes que quieren “escapar” de esta realidad, “despertar sin saber del tiempo”, que ya están cansados de hablar y sólo quieren “encontrar un día de paz”. Algunos lo hacen desde la música, las artes, la religión o el compromiso social. Es una juventud que está en búsqueda de algo o alguien que ayude a encontrar la felicidad.
La espiritualidad consiste en aprender a ver lo que no vemos; construir otra forma de sentir y encender la luz de vivir. La espiritualidad tiene que ver con el sentido y el estilo de vida que tengo, con mi manera de situarme frente al mundo, con el sentido que doy a mi trabajo, a mi familia, a mis estudios. La espiritualidad pretende ayudarme a responder las preguntas existenciales: ¿Quién soy? ¿Para qué fui creado? ¿Cómo ser feliz?
Una espiritualidad cristiana tiene que ver con un estilo de vida y un modo de construir relaciones con las criaturas y el Creador, inspiradas en la persona de Jesús de Nazaret. Los rasgos básicos de una espiritualidad cristiana son: reconocer a Dios como un Padre Amoroso y Misericordioso; reconocer al otro como hermano y en él encontrar la presencia de Jesús, por el misterio de la encarnación; experimentarme como parte de una humanidad, entender mi existencia desde la comunidad y en la solidaridad con los pobres, como una manera de explicitar nuestra fe en Jesús.
San Ignacio de Loyola
Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús –conocida como la orden de los jesuitas-, fue un vasco que, durante su juventud, estuvo dominado por los honores mundanos, la fidelidad al rey de España y la conquista de las damas. Hasta que un día, en la batalla de Pamplona -en 1521-, fue herido por una bala de cañón, que lo hizo reconocerse frágil, débil y necesitado. En su recuperación se dio cuenta de las distintas satisfacciones que producía el pensar en dos opciones buenas: la primera, seguir su vida anterior para ser un hombre de éxitos y alcanzar reconocimiento, o la segunda, imitar a los santos, comiendo y viviendo como ellos. Una opción dejaba mayor alegría que la otra. Fue la experiencia que hizo iniciar en Ignacio una vida de peregrino, de búsqueda.
Al caminar Ignacio, solo y a pie, por Europa, abandonado a la providencia, pudo experimentar al Padre Amoroso y Misericordioso. Un Dios que lo invitaba a descubrirlo en todas las cosas y enseñaba a descubrirlo en las experiencias ordinarias de todos los días. Aprendió que Dios estaba moldeándolo y formándolo para ser compañero de Jesús. El fruto de esos meses de oración y reflexión se encuentra en sus Ejercicios Espirituales, un pequeño libro que ha generado innumerables conversiones y seguidores de Jesús en todo el mundo.
A partir del ejemplo de San Ignacio, la vida del jesuita se centra en la imitación y seguimiento de Jesús, enfocándose a construir la manera de relacionarse que Jesús tuvo con Dios, la mujer, el hombre, el dinero, el poder, la injusticia, los excluidos, etc. Uno de los frutos que pedirá Ignacio para quien experimenta y vive los Ejercicios Espirituales es el “conocimiento interno de Jesús para más amarlo y seguirlo”.
Ejercicios Espirituales
Los Ejercicios Espirituales son una experiencia de silencio interior y exterior donde la criatura se encuentra con el Creador, cara a cara, para experimentar su infinito amor. Es una experiencia de reconciliación y liberación, donde la persona se siente motivada a “ordenar los afectos” para crecer en libertad, darle rumbo a su vida, de tal manera que pueda elegir lo que más ayuda al proyecto de Dios.
La persona que vive los Ejercicios Espirituales no puede salir de ellos igual que como entró. Ignacio presenta una metodología donde se aprende a reconocer el “principio y fundamento” de nuestra vida: lo único absoluto que existe en este sistema social es Dios, y todo lo demás tiene que estar ordenado en función de Él. Nos ayuda a reconocer a Dios como autoridad nuestra y nos anima a buscarlo, porque Él nos conduce a la felicidad verdadera, nos lleva a darle sentido, sabor y color a nuestra vida.
Son cuatro etapas espirituales las que componen estos Ejercicios Espirituales. La primera etapa consiste en reconocer el pecado que existe en nuestra sociedad y en nuestra persona, de tal manera que podamos experimentar la misericordia de Dios. La segunda etapa está centrada en el llamado que Jesús nos hace a seguir su causa y tener la libertad suficiente que permita hacer la elección del estado de vida que más conviene a los criterios del Reino de Dios. La tercera etapa consiste en asumir las consecuencias de una decisión cristiana, incluyendo la cruz. La cuarta y última etapa ayuda a reconocer al Espíritu de Jesús presente en toda la creación.
Principio y Fundamento
Desde la niñez nos han educado a buscar las cosas importantes y fundamentales para realizarnos como personas: el trabajo bien remunerado, el reconocimiento de los otros, el desarrollo económico, el matrimonio, la acumulación de títulos académicos, etc. Hay voces que me conducen a establecer prioridades y poner en el centro de nuestra vida: la pareja, la familia, la comodidad, cierta meta o cierta amistad. En fin, la sociedad nos confunde con respecto a lo que realmente es importante en la vida.
Ignacio de Loyola nos dirá que el Principio y Fundamento no puede estar centrado en nosotros mismos, ni en nuestros papás o la adquisición de ciertas cosas, sino que el Principio y Fundamento de nuestra existencia está fuera de nosotros; se encuentra en una realidad más grande, que es Dios. Somos criaturas de Alguien Mayor y somos creados para algo mayor: amar y servir al Dios Mayor. Es la respuesta amorosa lo que permite que la vida de Dios fluya en nosotros sin límites.
La creación ha sido entregada a los hombres y mujeres para que la “usen” en función del Principio y Fundamento. Los recursos naturales y las capacidades del ser humano son dones para usarse en función del amor y el servicio, y tenemos que ser capaces de “usar” aquello que nos ayuda a vivir el fin para el cual fuimos creados o dejar aquello que nos impide vivir ese fin. Si alguno de estos dones entregados se convierte en el centro de mi vida, desplazaría a Dios e impediría mi crecimiento hacia nuestro fin.
Jesús, como revelación de la voluntad de Dios, es lo único absoluto en esta vida, y todo lo demás tiene que estar en función de su proyecto. El dinero, las instituciones, las normas, las leyes, los ritos, la familia, la carrera, las capacidades y todo lo creado tienen que estar en función del proyecto de Jesús. Colocar alguna de estas cosas en el centro de mi vida será el camino hacia la destrucción. Ni siquiera la Ley puede estar por encima de los valores evangélicos. Colocar en el centro de la vida la acumulación, la fama y el poder es el origen de muchos de los males que atentan contra la humanidad.
Ahora bien, poner el Reino de Dios, el amor, el servicio, la fraternidad, la justicia, la entrega… como centro de mi vida, será una experiencia de libertad. Entonces tendré la fuerza para abandonar aquéllo que ha lastimado tanto mi vida o tomar aquéllo que me conduce a la Mayor Gloria de Dios. Ignacio está convencido de que todas las personas estamos capacitados para vivir en una consolación permanente y llamados a quitar todo obstáculo hacia la vida plena. El Espíritu de Jesús acompañará nuestros esfuerzos cotidianos para centrarnos en el amor y el servicio.
Características de la espiritualidad ignaciana
La espiritualidad ignaciana es para los jóvenes que buscan algo más en su vida. Ignacio pretende que la persona se adentre en el mundo de los deseos para dejarse llevar por aquéllos que le conducen al amor más grande y a la verdadera libertad. La persona, por sí misma, tendrá que darse cuenta de cuáles son esos deseos, porque dirá Ignacio que es de “más gusto y fruto espiritual” que la persona por sí misma se dé cuenta de las cosas, que si quien lo acompaña se las hiciera saber. Ciertamente necesita un buen acompañante que le ayude a confirmar sus búsquedas.
Tener DESEOS.
Ignacio nos anima a orar con los cinco sentidos: mirar, oír, tocar, oler y saborear. La oración donde sólo utilizamos la razón no es suficiente para
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