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Carta Pastoral

gabby271226 de Junio de 2013

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Carta Pastoral de Rafael Arias Blanco

Primero de Mayo, Fiesta de San José Obrero,

NOS., DOCTOR RAFAEL ARIAS BLANCO,

por la Gracia de Dios y de la Sede Apostólica de Caracas.

A nuestro Muy Venerable Señor Deán y Cabildo Metropolitano. Clero y fieles de la Arquidiócesis, salud y bendición en Nuestro Señor Jesucristo.

Van a cumplirse dos años de la fecha venturosa en que Su Santidad el Papa Pío XII, ante una grandiosa representación de la Asociación Católica de Trabajadores Italianos (ACLI), declaró la solemne institución de la Fiesta de San José Obrero para el día Primero de Mayo.

Con este gesto pontificio, de admirable estrategia apostólica, el día Primero de Mayo, que en muchas naciones había alcanzado el carácter de Día del Obrero, quedaba santificado por la Iglesia, borrando el recelo con que muchos fieles y aún espectadores indiferentes miraban su celebración, considerándola como manifestación netamente revolucionaria contaminada de espíritu marxista.

Actualidad del problema social-obrero

Estamos ante una nueva prueba de la solicitud de preocupación de la Iglesia por la clase obrera, que llega en hora feliz a nuestra Patria; en la hora en que Venezuela siente, en todo su ser, el estremecimiento de una nueva vida que está naciendo; en la hora de una transformación radical de su economía. En efecto, para nadie puede pasar desapercibido el salto que de una economía preponderantemente rural está dando nuestra Patria a otra eminentemente industrial y minera. Con la erradicación de algunas de las causas inveteradas de mortalidad, con una mejor salubridad pública y con la poderosa corriente inmigratoria, en veinte años —entre 1936 y 1956— la población venezolana ha pasado de cuatro millones a más de seis millones de habitantes, es decir, ha experimentado un aumento del 35 por ciento. Pero el nacimiento y desarrollo de la industria y minería, junto con las facilidades de vida que ofrecen los grandes centros urbanos y la riqueza del Estado, ha producido el desplazamiento de masas campesinas hacia las ciudades y regiones industriales. Este fenómeno de éxodo rural que todos notamos, nos lo descubren en toda su gigantesca gravedad las estadísticas, según las cuales la población rural venezolana descendió del 65 por ciento en 1936 al 45 por ciento en 1950.

La Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir en los problemas

Este hecho trae lógicamente como consecuencia la multitud de problemas sociales que está viviendo la nación, y sobre los cuales, aunque sea someramente, queremos llamar la atención del Clero y de todos los fieles confiados a nuestro cargo pastoral, porque la Iglesia tiene derecho, un derecho al cual no puede renunciar, a intervenir en la solución del problema social, según las palabras del Sumo Pontífice León XIII en su Encíclica Graves de Communi: «En opinión de algunos, la llamada cuestión social es solamente económica, siendo, por el contrario, certísimo que es principalmente moral y religiosa, y por esto ha de resolverse en conformidad con las leyes de la moral y de la religión». Más tarde el Papa Pío XI, en su Encíclica Quadragesimo Anno, recogía esta doctrina en las siguientes frases: «Tanto el orden social como el económico están sujetos a Nuestro Supremo juicio, pues Dios nos confió el depósito de la verdad y el gravísimo encargo de publicar toda ley moral e interpretarla y aún ungirla oportuna e importunamente». Y en discurso pronunciado el 16 de junio de 1947, Nuestro Santo Padre Pío XII afirmó: «La Historia es testigo de la gran solicitud con que la Iglesia ha tratado siempre esta cuestión, no porque ella tenga el cargo de regular directamente la vida económica, sino porque el orden económico social no puede ser desligado de la moral, y afirmar y proclamar los principios inmutables de la moralidad es precisamente privilegio y deber de la Iglesia». (A.P. -1947-p.59).

Según las citadas palabras, la Iglesia no solo tiene el derecho, sino que tiene la gravísima obligación de hacer oír su voz para que todos, patronos y obreros, Gobierno y pueblo, sean orientados por los principios eternos del Evangelio en esta descomunal tarea de crear las condiciones necesarias de vida para que todos los ciudadanos puedan disfrutar del bien estar que la Divina Providencia está regalando a la nación venezolana.

Pío XII nos habla

Motivo de seria reflexión debe ser para los venezolanos el hecho de que en el lapso de solo cuatro años, el Sumo Pontífice haya dirigido su palabra expresamente a nuestra nación, en tres ocasiones, y en dos de ellas haya hecho hincapié en el problema social. Cuando toda Venezuela se congregaba en el corazón espiritual de la Patria, Guanare, para coronar a su Patrona, la Virgen de Coromoto, nos dijo Pío XII: «Pedidle [a la Santísima Virgen]... que la caridad de Cristo triunfe en las relaciones sociales haciendo llegar a todos los beneficios del justo progreso y del razonable bienestar;... y que reconociendo todos su verdadera maternidad, todos se sientan hermanos en Jesucristo, hijos de un mismo Padre que está en los cielos, que pueden y quieren vivir en paz para dar al mundo, agitado por el odio y por la violencia, el ejemplo de una nación que sabe gozar de los beneficios de la fraternidad cristiana» (A.A.S. vol. 44, página 739). En octubre de 1956, cuando el Canciller de la República visitó al Santo Padre, éste en su discurso insistió: «Elementos eficacísimos de progreso, pero elementos otorgados no a una persona exclusivamente, sino a toda una sociedad que debe sentir sus provechosos efectos en todas sus categorías, para que el desarrollo sea armónico y beneficioso, elementos en favor de una sociedad, que debe hacerse digna de tantas predilecciones divinas con su asiduidad al trabajo, su respeto a la pública moralidad de la familia, su empeño por procurar la buena educación, sobre todo religiosa y moral de sus hijos».

A nadie puede extrañar la insistencia con que la Iglesia ha llamado la atención de los venezolanos frente al problema social, que el inmortal Pontífice León XIII resumía en estas frases: «Los aumentos recientes de la industria y los nuevos caminos por que van las artes, el cambio obrado en las relaciones mutuas de amos y jornaleros, el haberse acumulado las riquezas en manos de unos pocos y empobrecido la multitud, y en los obreros la mayor opinión que de su propio valer y poder han concebido y la unión más estrecha con que unos a otros se han juntado, y, finalmente, la corrupción de las costumbres, han hecho estallar la guerra (social)». (Enc. Rerum Novarum). Y ese problema social, decimos y recalcamos, existe en Venezuela.

La realidad sociológica de Venezuela

Nuestro país se va enriqueciendo con impresionante rapidez. Según un estudio económico de las Naciones Unidas, la producción per cápita en Venezuela ha subido al índice de quinientos cuarenta dólares, lo cual la sitúa de primera entre sus hermanas latinoamericanas, y por encima de naciones como Alemania, Holanda, Australia e Italia. Ahora bien, nadie osará afirmar que esa riqueza se distribuye de manera que llegue a todos los venezolanos, ya que una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas. El desempleo que hunde a muchísimos venezolanos en la desesperación; los salarios bajísimos con que una gran parte de nuestros obreros tienen que conformarse, mientras los capitales invertidos en la industria y el comercio que hacen fructificar esos trabajadores, aumenta a veces de una manera inaudita; el déficit no obstante el plausible esfuerzo hasta ahora realizado por el Estado y por la iniciativa privada, de escuelas, sobre todo profesionales, donde los hijos de los obreros puedan adquirir la cultura y formación a que tienen absoluto derecho para llevar una vida más humana que la que han tenido que sufrir sus progenitores; la falta de prestaciones familiares con que la familia obrera pueda alcanzar una mayor bienestar; las inevitables deficiencias en el funcionamiento de institutos y organismos creados para el mejoramiento y seguridad del trabajador y su familia; la frecuencia con que son burlados la Ley del Trabajo y los instrumentos legales previstos para la defensa de la clase obrera; las injustas condiciones en que muchas veces se efectúa el trabajo femenino; son hechos lamentables que están impidiendo a una gran masa de venezolanos poder aprovechar, según el plan de Dios, la hora de riqueza que vive nuestra patria, que, como dijo el Eminentísimo Cardenal Caggiano, Legado Pontificio al II Congreso Eucarístico Bolivariano, en la Sesión Extraordinaria que en su honor celebrara el Ilustre Concejo Municipal del Distrito Federal:

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