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Dios Es Fiel


Enviado por   •  22 de Mayo de 2013  •  1.149 Palabras (5 Páginas)  •  296 Visitas

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Deuteronomio 7, 9

«Conoce que Jehová tu Dios, es el Dios verdadero, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos hasta mil generaciones.»

Dios es fiel. ¿Lo somos nosotros?

Se entiende como fidelidad a la lealtad en el cumplimiento de los compromisos adquiridos con alguien, es un sentimiento de amor o cariño que contribuye al bienestar de alguien, por ejemplo los perros son fieles a su amo, y humanamente la fidelidad conyugal es decir la lealtad amorosa que los cónyuges se prometen el día de su matrimonio.

Espiritualmente es fiel el creyente que se compromete a confiar en Dios y a obedecerle, pero el ejemplo más real es la fidelidad de Dios, Dios es cumplidor de sus pactos y promesas así nos atestiguan las escrituras del antiguo y nuevo testamento.

Un ejemplo claro de la fidelidad divina es cuando Dios escoge el pueblo de Israel y le promete llevarlos a la tierra prometida donde fluye leche y miel Ex. 3:7,8.

Otro ejemplo es la fidelidad de Job para con Dios, Job en medio de todas sus adversidades fue fiel a Dios, aun cuando había perdido todo sus hijos, su esposa, sus siervos, sus pertenecías absolutamente todo y ni así no desistió de Dios y Dios al mirar su fidelidad lo bendice devolviéndole el doble de todo lo que él tenia.

Nada ni nadie puede anular los propósitos y las promesas de Dios, los cuales son pactos inquebrantables. Ni siquiera las infidelidades de su pueblo extinguieron la misericordia y la fidelidad de Dios

La fidelidad de Dios, garantía de nuestra salvación en Cristo (1 Co. 1:9)

La salvación es un beneficio que el creyente disfruta si cree en Dios y le obedece a su palabra

Para obtener la salvación depende de que el cristiano viva «en comunión con Cristo» (1 Co. 1:9)

Tan esencial y vital es la comunión con Cristo, que en muchas ocasiones se ve amenazada por diversas formas de que hacen alejarnos de la presencia de Dios, a veces por influencias exteriores, o bien por tendencias pecaminosas internas.

Muchas veces algunos creyentes demostramos temor al no poder cumplir con el propósito divino, pero déjeme decirle que «fiel es Dios», quien, mediante su Espíritu y la acción de su Palabra, ayuda a sus redimidos a no salirse de la esfera de la comunión con él

La fidelidad de Dios, auxilio en la tentación

«Fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podáis resistir, sino que proveerá también, juntamente con la tentación, la vía de escape para que podáis soportar» (1 Co. 10:13). De las palabras de Pablo se deduce que, por la fidelidad de Dios, toda tentación o prueba tiene una salida, un camino de escape y que lo que el cristiano tiene que hacer es seguir las instrucciones dadas por Dios en su Palabra (es lo que los corintios debían hacer frente a los pecados expuestos en 1 Co. 10:1-12). Esto, por supuesto, no significa que el cristiano, con absoluta certeza, saldrá triunfante de toda tentación («el que piensa estar firme, mire que no caiga», 1 Co. 10:12), sino más bien que Dios no le abandonará en la prueba.

Quizás alguien se preguntará: ¿Qué sentido tiene el texto que estamos comentando (1 Co. 10:13) en el caso del creyente que cae cuando es tentado? ¿Cabe dudar del auxilio del Señor? Conviene recordar que la promesa se hace después de una aseveración importante: «No os ha sobrevenido una tentación que no sea humana» (1 Co. 10:13) y que esa «humanidad» de la tentación sugiere la posibilidad de caer. Pero aun después de la caída, Dios puede actuar de modo que se produzca un levantamiento, una restauración. Pedro cayó negando tres veces al Señor; pero después, en el momento oportuno, fue restaurado por el Cristo resucitado. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:9). «Si somos infieles, él permanece fiel; no puede negarse a sí mismo» (2 Ti. 2:13).

La fidelidad de Dios y la santificación de sus hijos

Una de las prioridades en el desarrollo del cristiano debe ser la santificación total («para que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» - 1 Ts. 5:23). Esta meta sería inalcanzable si hubiésemos de llegar a ella por nuestras propias fuerzas. Pero la santificación, al igual que la justificación, es obra de Dios. Por eso el Señor Jesucristo pidió al Padre: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Jn. 17:17). Dios, mediante la acción del Espíritu Santo, nos va transformando más y más a semejanza de su Hijo (2 Co. 3:18) por el poder modelador de su Palabra.

Conocedores de nuestros defectos, debilidades y tendencias pecaminosas, nos parece que esa tarea es imposible. Pero Pablo afirma con acento triunfal: «Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1 Ts. 5:24). Lo hará aunque para lograrlo a veces tenga que usar circunstancias y experiencias correctoras (Heb. 12:5-10). Se ha comprometido a hacerlo en virtud de su fidelidad.

La fidelidad divina, estímulo para nuestra perseverancia

Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos cuando escribió: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió» (Heb. 10:23). Los cristianos procedentes del judaísmo, a los cuales fue dirigida esta exhortación, habían sufrido vituperios y pérdida de bienes por su fe. Sus anteriores correligionarios se burlaban de la simplicidad de sus creencias y de su culto y les presionaban para que abandonasen el Evangelio y volviesen a la religión de sus padres. Pero su nueva fe les abría una perspectiva radiante con las promesas de vida eterna que Dios les había hecho. Estas promesas no procedían de un apóstol, ni de un ángel. Las había formulado Dios mismo por medio de su Hijo encarnado. Y este que prometió es fiel, lo que equivale a decir: su fidelidad asegura vuestra salvación. En tal caso vale la pena «mantener firme la profesión de nuestra esperanza», cueste lo que cueste.

Todo lo expuesto descansa sobre un fundamento glorioso:

Cristo, nuestro «misericordioso y fiel sumo sacerdote» (Heb. 2:17)

él es el autor de nuestra salvación. Como Mediador entre Dios y los hombres, ha llevado a efecto la expiación de nuestros pecados al precio de su sangre (Heb. 8-10), que es la garantía de un nuevo pacto (Mt. 26:28; Heb. 8:6). Nos ha reconciliado con Dios (Col. 1:19-21). él, que fue tentado en todo según nuestra semejanza, aunque sin pecado, «puede compadecerse de nuestras debilidades» (Heb. 4:15), lo que nos anima a acercarnos confiadamente al Trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4:16). Podríamos decir que en él y por él el creyente tiene a su favor todos los recursos de la gracia. Nada más necesitamos para asegurar nuestra herencia eterna de redimidos. Todo porque Cristo también es fiel.

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