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El Amor De Dios


Enviado por   •  4 de Marzo de 2014  •  734 Palabras (3 Páginas)  •  223 Visitas

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El amor de Dios y la lucha diaria

Cristo nos repite, casi nos grita en medio del silencio: Te amo con un amor eterno.

El amor de Dios y la lucha diaria

El amor de Dios y la lucha diaria

No es fácil responder en pocas palabras a quien pregunta: ¿cuál es la esencia del cristianismo? La riqueza del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia es tan grande que dar una respuesta breve significa muchas veces no decir casi nada.

De todos modos, podemos empezar a responder con dos ideas centrales de nuestra fe. La primera: Dios nos ama. La segunda: vivimos todos los días una lucha continua contra las fuerzas del mal.

Dios nos ama. Esta verdad no es sólo una bella poesía o una frase hermosa que dicen, de vez en cuando, los sacerdotes en la misa, o los padres cuando enseñan la fe a sus hijos pequeños. El amor de Dios es una realidad profunda, vital, una experiencia que todo cristiano puede y debe descubrir en el fondo de su corazón. Nos invade siempre un cariño eterno. Dios no puede dejar de mirarnos con amor: nos quiere “demasiado”.

El amor de Dios se concretiza en la cruz y en la Resurrección de Cristo. Esos dos momentos son el centro de la misa. Cada vez que el sacerdote toma el pan y el vino y pronuncia las palabras de consagración, Cristo está allí, misteriosa pero realmente, y nos repite, casi nos grita en medio del silencio: “Te amo con un amor eterno”. O, como dice la canción, “nadie te ama como yo”.

Esta verdad es capaz de cambiar cualquier vida. A nivel humano nos alegra, nos provoca un cosquilleo especial en el corazón el sentir que alguien nos mira con cariño. Pero es mucho más grande y profunda la paz que nace cuando damos vida, por el recuerdo, a esa gran certeza: “el Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20).

La segunda verdad puede resultar extraña, pero también es una experiencia de todos los días. La lucha contra el mal es tan real que nos toca a la hora de levantarnos, o cuando hay que llevar a los niños a la escuela, o cuando se insinúa la posibilidad de una pequeña trampa en el trabajo, o cuando nace en el corazón un molesto sentimiento de envidia. Esa lucha llena las páginas de los periódicos, los minutos de los noticieros, la conversación cuando encontramos a los amigos.

Existe una tentación muy fuerte de creer que el mal es más fuerte que el bien, que el cristianismo es un sueño para pocos, que la vida normal no es la de los santos, que podemos pactar “un poco” con la traición, la cobardía, la dejadez, la borrachera y alguna que otra infidelidad a la esposa o al esposo. Parece que el mal triunfa y gobierna los corazones y los pueblos.

Pero

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