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En Esto Creemos


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2014  •  1.004 Palabras (5 Páginas)  •  145 Visitas

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22 DE MARZO 2014

Lectura para hoy:

El Deseado de todas las gentes, p. 198, 199

Marcos 1:14, 15

Marcos 1:14, 15 - Jesús principia su ministerio

14Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, 15diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.

El Deseado de todas las gentes, p. 198, 199

Herodes creía que Juan era un profeta de Dios, y tenía la plena intención de devolverle la libertad. Pero lo iba postergando por temor a Herodías. Herodías sabía que por medio de medidas directas nunca podría obtener el consentimiento de Herodes para dar muerte a Juan, y resolvió lograr su propósito a través de una estratagema. El día del cumpleaños del rey se ofrecería una fiesta a los oficiales del Estado y los nobles de la corte; habría banquete y borrachera. Así Herodes no estaría en guardia, y ella podría influir en él a voluntad.

Cuando llegó el gran día, y el rey estaba comiendo y bebiendo con sus señores, Herodías mandó a su hija a la sala del banquete a que danzase para entretenimiento de los invitados. Salomé estaba en su primer florecimiento como mujer; y su voluptuosa belleza cautivó los sentidos de los señores disolutos. No era costumbre que las damas de la corte apareciesen en esas fiestas, y se tributó un cumplido halagador a Herodes cuando esta hija de sacerdotes y príncipes de Israel danzó para diversión de sus huéspedes.

El rey estaba embotado por el vino. La pasión lo dominaba y la razón estaba destronada. Sólo veía la sala del placer con sus invitados divirtiéndose, la mesa del banquete, el vino centelleante, las luces deslumbrantes y la joven danzando delante de él. En la temeridad del momento deseó hacer algún acto de ostentación que lo exaltase delante de los grandes de su reino. Con juramentos prometió a la hija de Herodías cualquier cosa que pidiese, incluso hasta la mitad de su reino.

Salomé se apresuró a consultar a su madre para saber lo que debía pedir. La respuesta estaba lista: la cabeza de Juan el Bautista. Salomé no conocía la sed de venganza que había en el corazón de su madre, y primero se negó a presentar la petición; pero la resolución de Herodías prevaleció. La joven volvió para formular esta horrible exigencia: “Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”.

Herodes quedó atónito y confundido. Cesó el ruidoso júbilo y un silencio siniestro cayó sobre la escena de disipación. El rey quedó horrorizado al pensar en quitar la vida de Juan. Sin embargo, había empeñado su palabra y no quería parecer voluble o atolondrado. El juramento había sido hecho en honor a sus huéspedes, y si uno de ellos hubiese pronunciado una palabra contra el cumplimiento de su promesa, gustosamente le habría permitido vivir al profeta. Les dio oportunidad de hablar en favor del preso.

Habían recorrido largas distancias para oír la predicación de Juan, y sabían que era un hombre sin delitos y un siervo de Dios. Pero aunque disgustados por la petición de la joven, estaban demasiado entontecidos para intervenir con una protesta. Ninguna voz se alzó para salvar la vida del mensajero del cielo. Esos hombres ocupaban altos puestos de confianza en la nación, y sobre ellos descansaban graves responsabilidades; sin embargo, se habían entregado al banqueteo y la borrachera hasta que sus sentidos quedaron embotados. Tenían la cabeza mareada por la frívola escena de música y danza, y su conciencia dormía. Con su silencio pronunciaron la sentencia de muerte sobre el profeta de Dios para satisfacer la venganza de una mujer entregada a los vicios.

Herodes esperó en vano ser dispensado de su juramento; luego ordenó, de mala gana, la ejecución del profeta. Pronto fue traída la cabeza de Juan a la presencia del rey y sus invitados. Sellados para siempre estaban esos labios que habían amonestado fielmente a Herodes a que se apartase de su vida de pecado. Nunca más se oiría su voz llamando a los hombres al arrepentimiento. La disipación de una noche había costado la vida de uno de los mayores profetas.

¡Cuán a menudo ha sido sacrificada la vida de los inocentes por la intemperancia de los que debieran haber sido guardianes de la justicia! El que lleva a sus labios la copa embriagante se hace responsable de toda la injusticia que pueda cometer bajo su poder embotador. Al adormecer sus sentidos se incapacita para juzgar serenamente, o para tener una clara percepción de lo bueno y de lo malo. Prepara el terreno para que por su medio Satanás oprima y destruya al inocente. “El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ellos errare, no será sabio”. Por esta causa “la justicia se puso lejos… y el que se apartó del mal fue puesto en prisión”. Los que tienen jurisdicción sobre la vida de sus semejantes deberían ser tenidos por culpables de un crimen cuando se entregan a la intemperancia. Todos los que aplican las leyes deben ser observadores de éstas. Deben ser hombres que ejerzan dominio propio. Necesitan tener pleno goce de sus facultades físicas, mentales y morales, con el fin de poseer vigor intelectual y un alto sentido de la justicia.

La cabeza de Juan el Bautista fue llevada a Herodías, quien la recibió con feroz satisfacción. Se regocijaba en su venganza y se lisonjeaba de que la conciencia de Herodes ya no lo perturbaría. Pero su pecado no le dio felicidad. Su nombre se hizo notorio y aborrecido, mientras que Herodes estuvo más atormentado por el remordimiento que antes por las amonestaciones del profeta. La influencia de las enseñanzas de Juan no se hundió en el silencio; había de extenderse a toda generación hasta el fin de los tiempos.

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