Examen Complexivo Bloque A
gemelosca3 de Marzo de 2015
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EXAMEN COMPLEXIVO BLOQUE A - 1ª parte
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Nº EXPEDIENTE:
REVELACIÓN Y FE. MENSAJE CRISTIANO I
Actualmente nos encontramos en una sociedad que vive una profunda crisis existencial y humanizadora, que vive su vida sin darle sentido, no posee valores más allá de su interés individual, por eso más que nunca es necesario que la religión de sentido a la vida, que nos guíe y nos oriente para vivir acogiendo al Señor.
Hablar de revelación divina es lo mismo que decir que Dios se desvela, se despoja del velo que le cubre mostrando su rostro. La Revelación se realiza mediante palabras y obras (signos de Dios). Dios manifiesta su vida y su intimidad en Jesucristo, para unir al hombre consigo y darle la salvación, y esto se comunica a todos los hombres por testigos que han visto y oído.
Esta revelación es gradual pues Dios es sabedor que el hombre necesita de un proceso por etapas en el que vaya descubriendo y acogiendo la Revelación de sí mismo.
La Revelación divina es un diálogo entre Dios y el hombre, que acontece en la historia (encarnación), y se realiza mediante palabras y obras.
La Revelación es un diálogo entre amigos, es una relación que toma como modelo la culminación de toda relación humana: el amor, la amistad. Jesucristo es Palabra y Testigo. En su persona, el Padre manifiesta su amor y cercanía a los hombres.
La Palabra posibilita la comunión con Dios, fuente de la Vida, puede ser ignorada o rechazada, pero aguarda pacientemente ser escuchada, mientras que el ser humano bebe de otras fuentes que no llegan a saciar su sed de eternidad, debido al cuestionamiento, del origen del hombre, y a la perdida de la fe.
En la Revelación cristiana, la Palabra va unida a las intervenciones de Dios en al historia de la Salvación, estas actuaciones divinas hacen eficaz y constatable el mensaje que proclama la Palabra. El destinatario de la revelación es el hombre, llamado por Dios a la respuesta libre de la fe. El hombre necesita encontrarse consigo mismo, saber de dónde proviene y cuál es el sentido de su vida.
Cuando el hombre ilumina su realidad profunda con la Palabra, la vida aparece desde una perspectiva nueva, donde los hechos cotidianos pueden ser interpretados desde la acción salvadora de Dios.
Debemos de ser conscientes de que existen dos niveles de conocimiento de la existencia de Dios para los hombres:
1. El natural, al que podemos acceder a partir de las obras y hechos de Dios, es decir, de su creación. Vemos las cosas que nos rodean, como el Sol, las nubes, los árboles, etc. Él es el creador de todo lo que hay a nuestro alrededor.
2. El sobrenatural, que no podemos acceder por nuestras propias fuerzas, sino que es Dios quien se nos revela y nos comunica hechos o conocimientos a los que no podemos acceder a través de nuestro propio conocimiento.
Dios se reveló plenamente enviando a su propio Hijo, Jesucristo, Verbo encarnado.
El hombre es capaz de encontrase con Dios a través de la razón natural, pero no puede conocerlo a través de la Revelación Divina por libre decisión. Es Dios quien se revela y se da al hombre. Revela su misterio, envía a su Hijo, a Jesucristo y al Espíritu Santo.
Dios quiere hacer a los hombres creados por él, sus hijos adoptivos, hacerlos capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
Dios se comunica gradualmente al hombre mediante acciones y palabras, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural de sí mismo y que culminará en Jesucristo.
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre. Es la Palabra única, perfecta y definitiva de Dios Padre. Jesucristo ha dicho ya todo lo que Dios quería decirnos a los hombres, de manera que ya no habrá otra Revelación después de Cristo.
Si el hombre no tuviera capacidad para conocer la existencia de Dios por la sola luz de la razón, no podría tampoco conocer la existencia de Dios por la gracia de la fe, no podría...
Dios no guarda silencio sino que tenemos que estar atentos para acoger sus palabras y ver los hechos a través de la fe.
Para concluir este primer comentario de texto, me parece interesante señalar que en Mateo (13; 44) la Parábola del tesoro escondido, Jesús utiliza esta parábola para referirse a Dios. El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, un hombre lo encuentra y lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende todo cuanto tiene, y compra aquel campo. Una vez que Dios se revela a sí mismo y conoces su voluntad lo dejas todo para unirte a Él. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios no cesa de atraer al hombre para sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no deja de buscar.
BIBLIA Y JESUCRISTO. MENSAJE CRISTIANO II
El texto se centra en la idea fundamental de que “Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre”. Es necesario aclarar que Jesucristo no dejó de ser Dios para convertirse en hombre, sino que él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. El quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla, establece que todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto.
Considero fundamental tratar de profundizar en su contenido esencial: debemos preguntarnos qué significa que Jesucristo fuera “verdadero Dios y verdadero Hombre”. Es esta una realidad que se desvela ante los ojos de nuestra fe mediante la autorrevelación de Dios en Jesucristo.
En este texto se hace referencia al análisis que realizaron sobre la figura de Jesucristo en relación a su verdadera naturaleza. Se habla de que las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera. Asimismo, los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Este es un tema que ha creado controversia y que me parece interesante analizar.
Si nos fijamos en la Biblia, Jesucristo hablaba a menudo de sí, utilizando el apelativo de “Hijo del hombre”. En efecto, deseaba que sus discípulos y los que le escuchaban llegasen por sí solos al descubrimiento de que “el Hijo del hombre” era al mismo tiempo el verdadero Hijo de Dios. De ello tenemos una demostración muy significativa en la profesión de Simón Pedro, hecha en los alrededores de Cesarea de Filipo. Jesús provoca a los Apóstoles con preguntas y cuando Pedro llega al reconocimiento explícito de su identidad divina, confirma su testimonio llamándolo “bienaventurado tú, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado sino mi Padre” (Mt 16, 17).
Isaías 53,12: Jesús, auténtico hombre, asume los condicionantes del desarrollo humano, lo que no impide su relación íntima y única con su Padre, es decir, no son excluyentes ambas condiciones, ser Hijo del Padre y ser hombre.
Sin embargo, a pesar de la discreción con que Jesús actuaba aplicando ese principio pedagógico de que se ha hablado, la verdad de su filiación divina se iba haciendo cada vez más patente, debido a lo que Él decía y especialmente a lo que hacía. Pero si para unos esto constituía objeto de fe, para otros era causa de contradicción y de acusación. Esto se manifestó de forma definitiva durante el proceso ante el Sanedrín. Narra el Evangelio de Marcos: “El Pontífice le preguntó y dijo: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús dijo: Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14, 61-62). En el Evangelio de Lucas la pregunta se formula así: “Luego, ¿eres tú el Hijo de Dios? Díjoles: vosotros lo decís, yo soy” (Lc 22, 70).
Jesús de Nazaret, que ante los representantes oficiales del Antiguo Testamento declara ser el verdadero Hijo de Dios, pronuncia -según la convicción de ellos- una blasfemia. Por eso “reo es de muerte”, y la condena se ejecuta, si bien no con la lapidación, sino con la crucifixión, de acuerdo con la legislación romana. Llamarse a sí mismo “Hijo de Dios” quería decir “hacerse Dios” (Jn 10, 33), lo que suscitaba una protesta radical por parte de los custodios del monoteísmo del Antiguo Testamento.
Lo que al final se llevó a cabo en el proceso intentado contra Jesús, en realidad había sido ya antes objeto de amenaza, como refieren los Evangelios, particularmente el de Juan. Leemos en él repetidas veces que los que lo escuchaban querían apedrear a Jesús, cuando lo que oían de su boca les parecía una blasfemia. Descubrieron una tal blasfemia, por ejemplo, en sus palabras sobre el tema del Buen Pastor (Jn 10, 27. 29), y en la conclusión a la que llegó en esa circunstancia: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30). La narración evangélica prosigue así: “De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas obras os he mostrado de parte de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Respondiéronle los judíos: Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn 10, 31-33).
Por lo tanto está claro, que si bien Jesús hablaba de sí mismo sobre todo como del “Hijo del hombre”, sin embargo todo el conjunto de lo que hacía y enseñaba daba testimonio de que Él era el Hijo de Dios en el sentido literal de la palabra: es decir,
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