La Colmena
rojecasa3 de Noviembre de 2014
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La colmena de Dios
Qué ejemplo tan maravilloso de vida social armónica, activa, ordenada y fecunda. Sin choques ni inferencias, en el rumor silencioso de un trabajo colectivo, se van elaborando lentamente los dulces y dorados panales de la colmena. La reina es la pobladora de este pequeño mundo de la colmena. Las abejas nodrizas se encargan de alimentar a la prole. Entre tanto otras abejas obreras fabrican afanosamente nuevas celdillas hexagonales. Otras se encargan de la limpieza de la colmena. Otras eliminan a los zánganos inútiles que quedan en la colmena. Otras tapan las celdillas llenas de miel y polen. A la par de estos domésticos, la gran tarea exterior. Un ejército de miles y miles de abejas se extiende por los campos floridos para buscar el alimento anual necesario para los habitantes de la colmena. Y seguidamente retornan con su carga a la colmena para depositar en las celdillas tan preciados tesoros.
También Cristo ha sembrado su iglesia de colmenas de santificación: cenáculos recogidos y adonde vuelan en bandadas las almas generosas para gastar su vida en la elaboración de los ricos panales de la gloria de Dios. Precisamente e estas almas se dirige las siguiente reflexiones, que son como luces y consignas practicas para vivir bien la vida de comunidad.
Cumple bien tu misión. Dios te ha encomendado en la comunidad una misión: humilde o elevada, complicada o sencilla, de tu agrado o que te contraría. Acéptala, amala y entrégate a ella de todo corazón: se la voluntad santa de Dios, la tarea que El mismo te señala. Realízala con alegría con puntualidad y con la máxima perfección posible, pues al señor a quien sirves lo merece. No creas que tu quehacer es vulgar e intrascendente: en el servicio de Dios no hay tareas pequeñas, porque el servir a Dios es siempre algo grande.
Para cumplir tu misión en la comunidad, Dios te ha dotado con un conjunto de cualidades de cuerpo y alma, y con un caudal abundantísimo de gracia y auxilio. Son los uno, dos o cinco talentos que necesitas para cumplir tu misión; son como los instrumentos de trabajo para realizar tu tarea. Agradece a Dios sus dones y no te vanaglories de ellos, pues no son meritos tuyos, sino puro regalo de Dios. Empléalos a lo largo de tu vida con celo y sacrificio, y así doblaras los talentos recibidos en el ajuste final de cuentas.
Para realizar tu obra, el Señor te ha envuelto en una atmosfera adecuada y en un clima apropiado, según los planes de Dios sobre ti: tiempo y coyuntura histórica, lugar, comunidad, reglas y constituciones, personas (superiores-iguales-inferiores), obstáculos relaciones de diverso tipo, situaciones (favorable o desfavorable, agradable o mortificante), simpatías y antipatías…, todo el complejo sistema de circunstancias en que encuadra tu vida. Acepta los planes de Dios y la situación ambiental en que te ha colocado. Con frecuencia la visa comunitaria es lija y maquina pulidora que abrillanta las almas a los ojos de Dios.
Respeta las misiones ajenas. No mires demasiado a derecha o izquierda para compararte con otros; cada cual ha de responder a lo suyo sin que nos pidan cuantas de lo ajeno. Los planes de Dios con las almas son variadísimos. No envidies otra cualidad más brillante. Aunque tengas menos cualidades, tu rendimiento porcentual puede ser el mismo: 100%. No envidies otros ambientes más favorables que el tuyo, otro clima de simpatía universal que a ti te falta. Quizá tu corazón se hubiera pegado a las creaturas y te hubiera impedido volar libremente hacia Dios. No enjuicien con óptica apasionada actuaciones ajenas; lo harás temerariamente y seguramente te equivocaras.
A veces se complace Dios en poner almas juntas que naturalmente es repelen y tienen criterios y gustos opuestos. Si tal situación es inevitable, su convivencia pacífica y fraternal seria para Dios un himno maravilloso de gloria, y para ella mismas una victoria meritísima. Ya había anunciado Isaías que en la era mesiánica pacerían juntos el lobo y cordero; solo Dios y la fe hacen tales milagros.
Entrégate a todos en caridad. Ama interiormente a todos tus hermanos, pues solo cuando hay amor en el corazón es auténticamente caritativo el exterior. Ayúdales en todo lo posible hacendó de cirineo en los trabajos más costosos. Que tus conversaciones siembre en la comunidad alegría, bienestar, unión y paz. Jamás intoxiquen el ambiente con murmuraciones, amarguras, desunión y suspicacia. Evita también las disputas, palabras mortificantes, ásperas y despectivas. Sufre con paciencia las flaquezas y defectos de los demás (también tu los tienes); nunca descubras los defectos ajenos. Perdona enseguida las desatenciones que tengan contigo. Guarda el saludo más cariñoso para los que te sean antipáticos. Unge con tu amor y con palabras de fe a los abatidos y atribulados. Procura ser ejemplo viviente de observancia y piedad.
Convocadas por Dios
¿Eran consientes los discípulos de Jesús, aquel puñado de hombres y mujeres que lo seguían convocados por su persona y su palabra, de que iban a convertirse para nosotros en iconos en los que íbamos a clavar nuestra mirada? Si lo hubieran sabido, quizá no hubieran discutido entre ellos sobre quién era el más importante; quizá hubieran sentido vergüenza de huir y se hubieran quedado junto al maestro en el huerto; quizá Tomás nunca hubiera dicho aquello de que “si no meto mis manos en los agujeros de sus clavos no creeré”. Pero, suerte nuestra, discutieron, vacilaron y merecieron el reproche de Jesús: “hombre de poca fe, torpes y lentos de corazón…” y también para dicha fueron capaces de decirle un día: “señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Los discípulos tienen mucho que enseñarnos y también os siguientes personajes. Estos personajes del evangelio pueden revelarnos algo de lo que significa vivir CONVOCADAS POR LA PALABRA y algo de lo que Jesús pretendía comunicar con aquellas narraciones suyas que atraían la atención de los que le escuchaban.
De ellos podemos aprender cómo ser y vivir hoy en la vida consagrada:
• Expertas en atención
• Deslumbradas por la gratuidad de Dios
• Confiadas en que la palabra hace su trabajo
• Sagaces para ganarnos amigos
• Danzantes al ritmo del evangelio
El portero de Mc 12,37
El sembrador tranquilo de Mc 4,27-29
Los jornaleros de la ultima hora de Mt 20,1-32
El administrador prodigo de Lc 16,1-8
Los niños que jugaban en la plaza en Lc 7,31-35
1. Como el portero encargado de velar. Mc 12,37
EXPERTAS EN ATENCIÓN
Sucederá lo mismo que con aquel hombre que ese ausento de su casa y encomiendan a cada uno de los siervos su tarea y encargo al portero que estuviera alerta (Mc 13, 34).
El portero es la vez un hombre del “adentro” y del “afuera” y su misión tiene algo de fronterizo y de liminal. Pertenece por un lado a “la casa” y, aunque no es su dueño, conoce bien las riquezas que se encierran dentro y su responsabilidad de guardarlas y defenderlas.
¿no podremos sentirnos como él convocadas por la palabra a ser “mujeres de la puerta”, situadas entre el adentro y el afuera y a quienes se ha encomendado la tarea de ser expertas en atención? La atención a lo interior y el estado de expectación son rasgos poco frecuentes en nuestra cultura. Si perdemos el hábito de la atención y nos atrofian los caminos del deseo, leeremos pero no nos sorprenderá la palabra, creceremos en ilustración pero no es sabiduría.
¿Qué nos diría ese portero de la parábola?
Quizá empezaría por invitarnos a abrir la puerta que nos conecta con nuestra interioridad, a volver a hacer el descubrimiento de estar habitadas y a vivir en contacto con nuestro corazón.
“tu, cuando valla a orar, entra en tu aposento y cerrando la puesta, ora a tu padre que está en lo escondido…” recomendaba Jesús (Mt 6,5-6). El texto está marcado por imperativos: entra, sierra, ora… y eso quiere decir que la iniciativa no parte de nosotros sino de Otro que es quien llama, invita y atrae. “nadie puede acudir a mi si no lo atrae el Padre que me envió” (Jn 6,44). Tenemos secretas resistencias a creer que somos deseados por Dios y a que es Él quien busca nuestra presencia y, sin embargo, es de eso de lo que quiere convencernos los autores bíblicos, desde el Génesis al Apocalipsis: “oyeron los pasos del Señor que se paseaba por el jardín al fresco de la tarde y el hombre y la mujer se escondieron de su vista entre los arboles del huerto. Pero el Señor Dios llamo al hombre diciendo ¿Dónde estás?” (Gen 3,8-9).
“mira que estoy a la puerta y llamando: si uno me oye y me abre, entrare en su casa y cenaremos juntos” (Apoc
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