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La Esencia Del Cristianismo


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2013  •  22.145 Palabras (89 Páginas)  •  331 Visitas

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ROMANO GUARDINI

LA ESENCIA

DEL

CRISTIANISMO

(Colección: Cristianismo y Hombre Actual, nº 8)

ADVERTENCIA PRELIMINAR

El presente ensayo se publicó en 1929 en la revista “Die Schildgenossen”. El número en que apareció está agotado hace ya largo tiempo. Por eso he creído, accediendo a numerosos ruegos, que merecía que se publicase nuevamente, más que nada por la relación que tiene con otros dos libros lanzados en la misma editorial: La imagen de Jesucristo en el Nuevo Testamento y El Señor. En él se expone, si así puede decirse, la categoría necesaria para estos dos últimos y viene a ser como una introducción metódica a los mismos

EL PROBLEMA

En la historia de la vida cristiana hay épocas en las que el creyente es cristiano con naturalidad y evidencia. Ser cristiano es para él lo mismo que ser creyente e incluso que ser religioso. El cristianismo constituye a sus Dios el único mundo religioso posible, de tal suerte que todos los problemas surgen dentro de su ámbito. Considerada en términos generales, ésta fue la situación para la mayoría de los hombres de Occidente durante la Edad Media, y aun siglos más tarde, y esta es también la situación para el individuo cuando crece en el seno de una atmósfera cristiana unitaria y en ella inmerge totalmente su personalidad. Más tarde, empero, se impone la conciencia de que existen también otras posibilidades religiosas, y el creyente, que hasta entonces no se veía inquietado por ninguna duda, comienza a analizar, compara, juzga y se siente en la necesidad de tomar una decisión. En el curso de este proceso mental se hace urgente el problema de saber qué es aquello peculiar y propio que caracteriza al cristianismo y lo diferencia, a la vez, de otras posibilidades religiosas.

La pregunta por la “esencia del cristianismo” ha sido contestada de modos muy diversos. Se ha dicho que lo esencial del cristianismo es que en él la personalidad individual avanza al centro de la conciencia religiosa; se ha afirmado asimismo que la esencia del cristianismo radica en que en él Dios se revela como Padre, quedando el creyente situado frente a El directa e inmediatamente; también se ha sostenido que lo peculiar del cristianismo es ser una religión que eleva el amor al prójimo a la categoría de valor fundamental. Esta enumeración podría prolongarse todavía, hasta llegar a aquellas teorías que tratan de presentar al cristianismo como la religión perfecta en absoluto, tanto por ser la más acorde con los postulados de la razón, corno por ser la que contiene la doctrina ética más pura y la que en mayor grado coincide con las exigencias de la naturaleza.

De todas estas respuestas no hay ninguna que dé en el blanco. De un lado, porque todas ellas angostan la amplia totalidad de la realidad cristiana, reduciéndola a uno solo de sus momentos, al que, por una u otra razón, se estima como el más importante o decisivo. Para percatarse de la insuficiencia de todas estas respuestas, basta considerar el hecho de que casi siempre es posible oponer a cada una de ellas otra respuesta contraria, igualmente sostenible e igualmente unilateral. Es posible afirmar fundadamente, por ejemplo, que la médula del cristianismo consiste en el descubrimiento de la comunidad religiosa e incluso de la totalidad transpersonal; que en él se revela la trascendencia de Dios, siendo por ello una religión en la que el “mediador” desempeña un papel esencial; que la preeminencia del amor a Dios anula en amor al prójimo, etc., etc. Podríamos llegar incluso a la tesis de que el cristianismo es la religión quebranta más radicalmente los postulados de la razón que niega el primado de lo ético y que pretende de la naturaleza que acepte lo que más profundamente le repele.

Las respuestas mencionadas al principio son empero, además, falsas -y aquí radica lo decisivo-, porque se hallan formuladas en forma de proposición abstractas, subsumiendo su “objeto” bajo conceptos generales. Este proceso, empero, contradice precisamente la más intima conciencia del cristianismo, ya que de esta suerte se le reduce a sus presuposiciones naturales; es decir, a aquello que la experiencia y el pensar entienden por personalidad, relación religiosa directa e inmediata, amor, razón ética, naturaleza, etc. Ahora bien: lo propiamente cristiano no es aprehendido exhaustivamente en estos conceptos. Lo que Cristo nos anuncia como “amor”, o lo que quieren decirnos San Pablo y San Juan cuando desde su conciencia cristiana nos hablan de amor, no es el fenómeno humano general que suele designarse con esta palabra, ni tampoco su purificación o sublimación sino algo distinto. “Amor”, en este sentido, presupone la relación filial del hombre con Dios. Esta a su vez se diferencia esencialmente de la concepción científica que nos dice, por ejemplo, que el acercamiento a la divinidad del hombre religioso tiene lugar según el esquema de la relación entre hijo y padre; la relación filial del hombre con Dios significa, más bien, el renacimiento del creyente del seno del Dios Vivo, obrado por el “pneuma” de Cristo. El amor al prójimo en el sentido del Nuevo Testamento significa la visión axiológica y la actitud que se hacen posibles desde aquí. De igual manera, tampoco la “interioridad” del cristianismo es un fenómeno histórico y psicológico, que hubiera comenzado, por ejemplo, con la disolución de la conciencia objetiva propia de la Antigüedad y hubiera hallado su pro¬secución histórica en el individualismo del Renaci¬miento o en la conciencia de la personalidad de la Edad Modera. La “interioridad” cristiana significa, antes bien, aquella esfera especial en la que, en un último sentido, el creyente se halla sustraído al mun¬do ya la historia -situado sobre ambos, dentro de ambos o como quiera formularse-, pero en la que, a la vez, se halla próximo en un nuevo sentido a la historia, adquiriendo de una nueva manera poder y responsabilidad sobre ella. Es el lugar en el que el redimido en Cristo se halla frente a frente al “Dios, Padre de Nuestro señor Jesucristo” (11 Cor., 1, 3) *, y se halla constituida y fundamentada sólo por El. Tan pronto como se hace desaparecer a Cristo, des¬aparece también la interioridad cristiana. El amor cristiano es, naturalmente, el amor de un hombre, y en su realización concreta se dan todas las actitudes

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