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La vida del hombre: conocer y amar a Dios


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2014  •  Informes  •  409 Palabras (2 Páginas)  •  484 Visitas

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I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios

En su introducción, el prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica abre con el siguiente título: “LA VIDA DEL HOMBRE: CONOCER Y AMAR A DIOS”. Verdaderamente de eso se trata nuestra vida pasajera, nuestra vida peregrina en esta tierra, de conocer y amar a Dios para que podamos un día vivir eternamente en su morada o en términos más comunes junto a él y en inmenso amor.

Después que el prólogo abre con estas palabras, comienza el texto de esta manera: “Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En Él y por Él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada” (CIC 1).

Resumiendo la primera parte entendemos la perfección de Dios y su bondad al crearnos, ¡Qué hermosas palabras! Son hermosas cuando se hacen vida en nosotros; son hermosas cuando transforman nuestro ser del hombre viejo al hombre nuevo. Dios siempre está con nosotros por lo cual él nos llama a entrar en su inmenso amor, como también no pide conocerlo y amarle con todas nuestras fuerza como él nos ama, no solo eso Dios no convoca a todos los hombres a vivir en familia y nos dice que Al morir al pecado, resucitamos a una nueva vida en Cristo, la vida del espíritu, la vida de la “nueva creación”. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida cristiana. Entonces Dios nos llama a ser su hijo adoptando y heredar una vida bienaventurada.

¡Qué nos sintamos en todo momento y lugar urgidos por el amor de Dios, que nos amó hasta el extremo! Que nos sintamos urgidos no sólo a amarle, a conocerle, a buscarle y a vivir en “santidad y justicia todos los días de nuestra vida”, sino también a proclamar ese amor que ha sido derramado en nuestros corazones.

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