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Libro 10 Padre Fortea


Enviado por   •  5 de Mayo de 2014  •  861 Palabras (4 Páginas)  •  257 Visitas

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El monje paciente perfilando su querida letra inicial

-El interior del templo Dagoniano

-El reposo de los médicos

-El Estado de Israel y los dos testigos

-La bodegas de fuego

-El cuidador de los huevos

-Heidrich Trondhäusser

-La batalla de Strömsund

-Un paseo solitario por un campo nevado

-La última bifurcación

-Los colores del otoño

Los títulos nobiliarios en el Imperio

-El Northumberland

-La Carta

-La Licodredaina

-El entierro del senador Lallemand

-Dura lex

-Una servidora del Templo

-El paraíso perdido

-El cielo: caos o armonía

-La Defensa de los Ministerios

-La Defensa del Templo Dagoniano

-La Columna

-Epílogo

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El monje paciente perfilando

su querida letra inicial

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Pausadamente el monje iba trazando los delgados rasgos de letra merovingia que explicaban una parte de la pintura. La pintura representaba a la Virgen María con el Niño en brazos, en medio de una representación esférica del mundo y del universo románico. La letra, uniforme, con rasgos verticales que iban más allá de los moldes de las líneas.

El pío religioso en hábito negro, benedictino, trabajaba inmerso en un total y absoluto silencio. Únicamente flotaba en el ambiente el rumor lejano de las voces de los novicios ensayando un himno cuaresmal gregoriano. El fraile levantó la cabeza del escriptorio, alrededor de él sólo las paredes de piedra, una cama sencilla y un modesto estante con libros. Sus ojos estaban cansados. Sit nomen Domini benedictum, musitó entre labios. Siempre que interrumpía su labor unos segundos para descansar, gustaba de decir una jaculatoria.

Sin prisas, sin hacer ruido, el anciano corrió la silla y se levantó hacia la ventana. Mirar a lo lejos era el mejor descanso para sus pupilas fatigadas. Lentamente se aproximó al arco que, entre capiteles y columnillas, se abría en la pared. Se apoyó y miró a lo lejos.

Ante sus ojos se ofrecía una espléndida panorámica de Nueva York en el año 2181. El monasterio estaba situado a una gran altura del suelo, si bien el edificio en el que estaba incluido elevaba todavía más su cúspide hacia una distancia de vértigo. Desde la privilegiada posición de la ventana en la que se apoyaba el monje, podía ver allá a lo lejos el tráfico rodado en las atestadas calles. Un poco más arriba, pequeñas aeronaves se deslizaban suavemente por el aire, formando

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