Satanás - Mario Mendoza
Luis CorredorApuntes28 de Julio de 2021
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Mario Mendoza Satanás 1 Mario Mendoza
Satanás
[pic 1]
Diseño colección: Josep Bagá Associats
Foto cubierta: © Stone / Garry Wade
Primera edición: febrero 2002
© 2002, Mario Mendoza
Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo:
© 2002: Editorial Seix Barral, S. A.
Provenza, 260 - 08008 Barcelona
ISBN: 84-322-1122-2
Depósito legal: M. 2.846 - 2002 Impreso en España
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Mario Mendoza Satanás 2 Seix Barral Premio Biblioteca Breve 2002
Jurado del Premio Biblioteca Breve 2002
GUILLERMO CABRERA INFANTE
ADOLFO GARCÍA ORTEGA
PERE GIMFERRER
ALMUDENA GRANDES
JOSÉ MARÍA MERINO
JUSTO NAVARRO
JORGE VOLPI
Mario Mendoza [pic 2]
Mario Mendoza (Bogotá, 1964) se licenció en Letras en Bogotá y se
graduó en Literatura hispanoamericana en la Fundación José Ortega y Gasset de Toledo. Ha impartido clases de Literatura durante más de diez años y ha publicado las novelas La ciudad de los umbrales (1992), Scorpio City (1998) y Relato de un asesino (2001), y el libro de relatos La travesía del vidente, galardonado en 1995 con el Premio Nacional de Literatura por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Es colaborador habitual de diversos diarios y revistas.
Mario Mendoza Satanás 3 Seix Barral [pic 3]Premio Biblioteca Breve
Autor: Mendoza, Mario (1964-)
Título: Satanás / Mario Mendoza
Editorial: Barcelona: Seix Barral, 2002
Descripción física: 285 p.; 24 cm.
Depósito Legal: M 2846-2002
ISBN: 84-322-1122-2
Una mujer hermosa e ingenua que roba con destreza a altos ejecutivos, un pintor habitado por fuerzas misteriosas, y un sacerdote que se enfrenta a un caso de posesión demoníaca en La Candelaria, el barrio colonial de Bogotá… historias que se tejen en torno a la de Campo Elías, héroe de la guerra de Vietnam, quien inicia su particular descenso a los infiernos obsesionado por la dualidad entre el bien y el mal, entre Jekyll y Hyde, y se convertirá en un ángel exterminador. [pic 4]
Satanás es una novela sobre la oscura presencia de lo maligno en la vida cotidiana. El telón de fondo es un paisaje roto, el de la Colombia de hoy, y una ciudad, Bogotá, por cuyas calles van y vienen, de forma errática, condenados a expiar una interminable culpa, los personajes de este inquietante relato, en el que escenas conmovedoras se mezclan con otras de descarnada violencia.
Galardonada con el Premio Biblioteca Breve 2002, Satanás viene a confirmar a Mario Mendoza como uno de los máximos exponentes de la nueva narrativa colombiana, una literatura que se ha desvinculado del realismo mágico y ha descubierto nuevas voces para una nueva realidad. Mendoza es dueño de un lenguaje de extremada economía descriptiva, limpio, y de una pericia narrativa que no permite cabos sueltos. El resultado destila autenticidad y deja una fuerte impresión en la memoria del lector.
Mario Mendoza Satanás 4
ADVERTENCIA
Aunque muchos de los sucesos que aparecen en este libro son de fácil comprobación en la realidad y constituyen uno de los capítulos más amargos de la historia de Bogotá en las últimas décadas, tanto los personajes como la trama pertenecen exclusivamente al territorio de la ficción. No es la intención del autor ofender o perjudicar a ninguna persona vinculada de manera directa o indirecta con esta historia.
Cada día avanzamos un paso más hacia el infierno, sin horror, a través de tinieblas infames.
CHARLES BAUDELAIRE
Aquel a quien la Biblia llama Satanás, es decir, el Adversario.
EMMANUEL CARRÈRE
Yo soy Legión,
porque somos muchos.
Marcos: 5,9.
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CAPÍTULO I
UNA PRESENCIA MALIGNA
Una luz intensa y joven nace desde arriba, desde las tejas transparentes del techo y las altas aberturas que hay en los muros, y se desparrama a todo lo largo de la plaza de mercado. Son las siete de la mañana. Los vendedores anuncian sus productos, sus precios, sus rebajas y sus ofertas con voces fuertes y entrenadas que generan una algarabía que atraviesa las paredes del recinto hasta alcanzar las calles que rodean la parte externa de la plaza. La abundancia salta a la vista en los múltiples corredores que se extienden paralelos de sur a norte y de oriente a occidente: naranjas, mandarinas, maracuyás, mangos, guanábanas, limones, zanahorias, cebollas, pimientos, tomates, rábanos y una lista innumerable de frutas y vegetales que esperan a los compradores en bultos, cajas de madera y bandejas de cartón y de plástico que están ubicadas al alcance de la mano. Los olores de las hierbas bombardean las narices heladas de los caminantes: la albahaca, la limonaria, el cilantro, el perejil, el cidrón. En una esquina, abarcando el espacio completo desde el piso hasta el tejado, están los locales de artesanías y plantas ornamentales: helechos, cactus, pequeños pinos en miniatura, y al lado, proliferando por los intersticios y los rincones, los canastos, las materas, las cucharas de palo y los objetos elaborados en cabuya y en cuerdas de fique. En la esquina contraria están las carnicerías y las ventas de animales vivos: gallinas, patos, conejos, hámsteres y gallos de pelea.
Aquí y allá hay hombres y mujeres transportando víveres en pequeños carros de metal, trasladando cajas de madera atiborradas de tomates o de remolachas, moviendo bultos de papa o de arveja. Parecen pequeñas hormigas cumpliendo con ciertas funciones predeterminadas en las cercanías del hormiguero.
De pronto, una voz femenina sobresale en medio de los múltiples ruidos que produce la muchedumbre:
—¡Tinto! ¡Aromática!
Es María, la vendedora de bebidas calientes, que camina por los corredores de la plaza ofreciendo el café oscuro, el agua de canela o de yerbabuena, el agua de panela sola o con pedacitos de jengibre y jugo de limón. Es una mujer blanca, de caderas anchas y muslos firmes, ojos negros y largos mechones ensortijados del mismo color, una cabellera abundante recogida atrás en una coleta agreste y salvaje que contrasta con la finura de sus rasgos, con la delicadeza de su boca y con el diseño rectilíneo de su nariz aguileña. Mide un metro con setenta centímetros y eso la obliga a sobresalir —contra su voluntad— por encima de la estatura promedio de las demás mujeres, y de muchos hombres que apenas se ponen a su lado sienten la superioridad física de esta muchacha lozana y rozagante de diecinueve años de edad.
—¡Tinto! ¡Aromática!
El tono es potente pero no agresivo, se impone sobre su auditorio sin gritar, sin levantar la voz de manera exagerada. Eso la convierte en una especie de sirena que cruza altiva la plaza de mercado mientras seduce con su canto melodioso a los transeúntes que la contemplan ansiosos y sedientos.
María se acerca a un vendedor cuarentón y pasado de kilos que guarda los billetes doblados en el bolsillo derecho de una bata de trabajo raída y sucia.
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—Me debe dos tintos y un agua de panela con limón, don Luis.
—¿Cuándo va a dejar esa seriedad conmigo, María?
—Págueme, don Luis, por favor.
—Venga, hablemos.
—Tengo que trabajar.
—Si saliéramos juntos no tendría que trabajar así.
—Págueme que tengo que irme.
—Qué mujer tan terca.
El hombre saca unas monedas y se las entrega con disgusto, como si estuviera regalando una limosna a un pordiosero andrajoso y maloliente.
—Luego le doy el resto. A ver si cambia esos modales, María, y aprende a ser más amable conmigo.
Ella recibe el dinero sin decir nada y continúa su peregrinaje lento y cadencioso. Dos corredores más allá se detiene frente a una de las carnicerías y le dice al hombre que atiende detrás del mostrador con un cuchillo enorme entre las manos:
—Vengo por los trescientos pesos, don Carlos.
—Entre, María.
—Tengo afán.
—Usted siempre tiene afán.
—Estoy trabajando.
El carnicero se inclina hasta quedar acodado en el mostrador de baldosín, muy cerca de ella, y le dice en voz baja:
—Con ese culo bien administrado, mamita, usted estaría viviendo como una reina. —Respéteme, don Carlos.
—Es la verdad, usted está cada día más buena.
—Págueme los trescientos pesos, por favor.
—¿Sabe qué es lo que pasa con usted?
Ella se queda callada. El hombre continúa:
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