El sentido de independencia entre los adolescentes
dolce2389Ensayo19 de Octubre de 2012
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Para la mayoría de los adolescentes, establecer un sentido de autonomía es parte tan importante de volverse adulto como establecer un sentido de identidad. Llegar a ser una persona autónoma −que se gobierna a sí misma− es una de las tareas fundamentales del desarrollo de los años de adolescencia. Los psicólogos, en general, diferencian tres tipos de autonomía en la adolescencia: la autonomía emocional, que se refiere a la independencia emocional en las relaciones con los demás, en especial con los padres; la autonomía conductual, que se refiere al desarrollo de capacidades de toma de decisiones independiente; y la autonomía de valores, que trata del desarrollo de creencias independientes. La relación entre los niños y sus padres se modifica repetidas veces en el curso del ciclo vital. Al terminar la adolescencia, las personas dependen emocionalmente mucho menos de sus padres que cuando eran niños. Y por último, los adolescentes mayores pueden ver a sus padres, e interactuar con ellos no sólo como sus padres sino como personas. Este tipo de cambios en la relación entre adolescentes y padres refleja el desarrollo de la autonomía emocional. En contraste con las predicciones de que unos altos niveles de tensión entre adolescentes y padres son la norma, que los adolescentes rompen sus relaciones con sus padres, y que los adolescentes son expulsados de la casa por intolerables niveles de conflicto familiar, todos los estudios importantes hechos hasta la fecha de relaciones de adolescentes con sus padres han mostrado que la mayoría de las familias se lleva perfectamente bien durante los años de adolescencia. Aunque los adolescentes y sus padres indudablemente modifican sus relaciones durante la adolescencia, sus nexos emocionales no están cortados. Los cuatro componentes eran: 1) el grado en que los adolescentes desidealizaban a sus padres (“mis padres a veces se equivocan”); 2) el grado en que los adolescentes podían ver a sus padres como personas (“mis padres actúan de otro modo con sus propios amigos que conmigo”); 3) la no dependencia, o el grado en que los adolescentes dependían de sí mismos, y no de sus padres, para recibir ayuda (“cuando me equivoco en algo, no siempre dependo de mis padres para que enderecen las cosas”); y 4) el grado en que los adolescentes se sentían individuados dentro de la relación con sus padres (“hay algunas cosas mías que mis padres no saben”). Aunque los adolescentes medianos se aferran menos probablemente que los jóvenes adolescentes a imágenes idealizadas de sus padres, cuando se trata de ver a sus padres como personas, los muchachos de 15 años no son más autónomos, en lo emocional, que los de 10 años. Aun durante los años de bachillerato, los adolescentes parecen tropezar con cierta dificultad para ver a sus padres como personas, aparte de su función de padres. Este aspecto de la autonomía emocional parece desarrollarse más tarde en las relaciones de los adolescentes con sus padres que con sus madres, porque los padres parecen interactuar menos a menudo con adolescentes en formas que les permitan ser vistos como individuos
Resulta interesante, y en contraste con la antigua opinión de que los adolescentes necesitaban romper sus nexos con sus padres para crecer saludables, que varios estudios han descubierto que el desarrollo de la autonomía emocional puede tener distintos efectos psicológicos sobre los adolescentes, dependiendo de si su relación padres- hijo es íntima. Estos escritores sostienen que tener padres divorciados impulsa al adolescente a crecer con más rapidez, ya desidealizar a sus padres en edad más temprana. Como consecuencia, los adolescentes de padres divorciados pueden iniciar el proceso de individuación un poco antes que sus compañeros. Los cambios de la apariencia física del adolescente provocan modificaciones en el modo en que son vistos −por ellos mismos y por sus padres− lo que, a su vez, provoca
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