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Acostarse Con Un Rey


Enviado por   •  6 de Enero de 2014  •  7.867 Palabras (32 Páginas)  •  243 Visitas

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—Hubiera querido que Aslan viniese antes de que llegáramos a esto —dijo

Trumpkin.

—También yo —dijo Cazatrufas—. Pero mira detrás de ti.

—¡Cuervos y codornices! —murmuró el Enano, mirando hacia atrás—. ¿Qué

es eso? Gente tan enorme, tan bella, parecen dioses y diosas y gigantes. Cientos y

miles acercándose a nosotros. ¿Qué son?

—Son Dríades y Hamadríades y Silvans —respondió Cazatrufas—. Aslan los

ha despertado.

—¡Hum! —asintió el Enano—. Van a ser de gran ayuda si el enemigo intenta

alguna traición. Pero no ayudarán mucho al gran Rey si Miraz demuestra ser más

diestro con su espada.

El Tejón calló porque en ese instante Pedro y Miraz entraban al recinto desde

extremos opuestos, ambos a pie, ambos con sus cotas de malla, con sus yelmos y

escudos. Avanzaron acercándose, se saludaron con una reverencia y se dijeron algo,

pero no fue posible oír sus palabras. Relucieron los aceros a la luz del sol. Por unos

segundos, se pudieron escuchar los golpes, pero fueron apagados por la gritería de

los dos ejércitos, semejante a la de las muchedumbres en un partido de fútbol.

—Bien, Pedro, muy bien —gritó Edmundo al ver que Miraz retrocedía un paso

y medio—. ¡Atácalo, rápido!

Y Pedro atacó y por unos segundos pareció que podría ganar la lucha. Pero

Miraz se recuperó y empezó a hacer buen uso de su estatura y peso. "¡Miraz, Miraz,

el Rey, el Rey!", rugían los Telmarinos. Caspian y Edmundo palidecieron, presas de

mortal ansiedad.

—Pedro ha recibido golpes terribles —dijo Edmundo.

—¡Hola! —gritó Caspian—. ¿Qué pasa ahora?

—Se separan —explicó Edmundo—. Agotados, supongo. Mira, ahora

empiezan de nuevo, con tácticas más científicas esta vez. Se observan por diversos

ángulos, estudiando las defensas del contrario.

—Me temo que Miraz conoce su oficio —musitó el doctor—. Pero no

terminaba de hablar, cuando estallaron ensordecedores aplausos y aullidos y

capuchas lanzadas al aire en las filas de los Antiguos Narnianos.

—¿Qué pasa, qué pasa? —preguntó el doctor—. Mis viejos ojos no alcanzaron

a ver bien.

—El gran Rey Supremo lo pinchó en la axila —relató Caspian, aplaudiendo

todavía—. Justo donde la sisa de la cota dejó entrar la punta. Primera sangre.

—Se pone feo otra vez —dijo Edmundo—. Pedro no está usando bien su

escudo. Debe tener herido su brazo izquierdo.

Así era, desgraciadamente. Todos podían advertir que el escudo de Pedro

colgaba de su brazo inerte. El griterío de los Telmarinos se intensificó.

—Tú que has visto más batallas que yo —dijo Caspian—, ¿crees que hay

todavía alguna esperanza?

—Muy poca —repuso Edmundo—. Pero podría lograrlo... con algo de suerte.

—Oh, ¿por qué permitimos que todo esto sucediera? —dijo Caspian.

De súbito, se acallaron los gritos de ambos bandos. Edmundo quedó perplejo.

—Ah, ya entiendo —dijo de pronto—. Han acordado un descanso. Venga,

doctor, tal vez el gran Rey nos necesita.

Corrieron hacia la palestra; Pedro salió a su encuentro pasando por entre las

cuerdas. Su cara estaba roja y sudorosa y respiraba agitadamente.

—¿Tienes herido el brazo izquierdo? —preguntó Edmundo.

—No es exactamente una herida —repuso Pedro—. Recibí todo el peso de su

hombro sobre mi escudo —como si fuera una carga de ladrillos— y el canto del

escudo se incrustó en mi muñeca. No creo que esté quebrada; debe ser más bien una

torcedura. Si pueden amarrarla bien firme, creo que me las arreglaré.

—¿Qué te parece Miraz, Pedro? —preguntó Edmundo ansiosamente, mientras

vendaban su muñeca.

—Fuerte —respondió Pedro—. Muy fuerte. Mi única posibilidad está en

mantenerlo moviéndose mucho hasta que su peso y su resuello corto, además del

fuerte sol que cae, lo agoten. Para decir verdad, es mi última esperanza. Dale mis

cariños a... a todos en casa, Ed, si me mata. Allí va, de vuelta al campo de batalla.

Adiós, mi viejo. Adiós, doctor. Y por favor, Ed, un recuerdo muy especial de mi

parte para Trumpkin. Es un gran tipo.

Edmundo no podía hablar. Regresó con el doctor a su asiento, sintiendo un

gran malestar en el estómago.

El nuevo asalto empezó bien. Se notaba que Pedro podía servirse mejor de su

escudo y, por cierto, utilizó muy bien sus pies. Parecía jugar al pillarse con Miraz,

esquivándolo, cambiando de posición, haciendo trabajar a su enemigo.

—¡Cobarde! —abuchearon los Telmarinos—. ¿Por qué no lo enfrentas? No te

gusta,

...

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