Africa Continente Misterioso
JudithLopez29 de Septiembre de 2013
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África continente misterioso
Durante muchos siglos, África y sus pobladores parecían misteriosos, e incluso perversos, al resto del mundo. Generaciones de comerciantes anclaron sus barcos frente a la reluciente línea de rompientes del continente, y forzaron las caravanas a través de sus llanuras, áridas y abrasadoras. Conocían y estimaban el oro y el marfil africanos, pero el continente era un enigma. ¿De dónde procedían los africanos? ¿Por qué eran tan distintos a los otros hombres? ¿Cuál era la explicación de sus extrañas costumbres, tan distintas de las europeas?
Se propusieron varias respuestas, pero en su mayoría solo hicieron aún más profunda la oscuridad que envolvía la imagen de África. Al fin, los europeos recurrieron a una conclusión fácil que reflejaba su incapacidad para juzgar otras culturas. Decidieron que los africanos eran unos salvajes y unos seres inferiores.
Esta ingenua respuesta al problema de África prevalece hasta los tiempos modernos. Sin embargo, en una de las grandes aventuras intelectuales del siglo X, África fue redescubierta por los eruditos. Como resultado de los sondeos del oscuro pasado, se consiguió una información fascinante. Ahora resulta que África, después de todo, no es un país de salvajismo irredento y caótico. Al contrario, su pueblo tiene una historia larga y activa, y contribuyo de modo impresionante al dominio general del mundo por el hombre. Crearon culturas y civilizaciones, desarrollaron sistemas de gobierno y de pensamiento, y persiguieron la vida interior del espíritu con una pasión agotadora, mediante la cual crearon un arte de los más bellos entre los conocidos por el hombre.
Los primitivos exploradores vislumbraron a veces, estas verdades, vieron lo que olvidaron otros hombres después. En 1498, Vasco de Gama y sus marinos portugueses, condujeron sus pequeños barcos en el Atlántico Sur, doblaron el cabo de Buena Esperanza y se alegraron de hallarse ante elevadas ciudades de piedra, confortables y ricas, todo a lo largo de la costa oriental africana. Desembarcaron y se encontraron con un pueblo que se sabía tato como ellos de cartas de marea y de brújulas, y que, a veces, era incluso más civilizados; los portugueses repetidamente fueron amonestados por barbaros.
Veinte años después el Papa León X se sorprendió en Roma al oír de boca de un moro cautivo que la legendaria ciudad de Timbuctú, situada mucho más allá de la línea del horizonte meridional, contaba con muchos eruditos, tantos, que en realidad los mercaderes conseguían mayores beneficios operando con libros que con cualquier otro artículo. Los comerciantes de Holanda oyeron referencias similares de otros lugares. Algunos holandeses de alto coturno llegaron hasta el esplendor cívico de la ciudad de Benín, sudorosos a través de las pluvisilvas de Nigeria. Cuando regresaron a su país, refirieron a sus principales que las calles de la ciudad eran tan anchas como las de Ámsterdam; y que su rey vivía en un palacio que ocupaba “tanto espacio como la ciudad de Haarlem”.
En Europa continuaron recibiéndose noticias de esta clase. Pero los primeros viajeros europeos raramente se internaron en el continente, y las descripciones de los lugares visitados no era más que fragmentarias. Con frecuencia adornaban sus narraciones con mitos y monstruos extraídos del propio folklore europeo. A menudo referían costumbres extrañas, que aún lo parecían más por falta de explicaciones adecuadas: muy pocos de los viajeros comprendían lo suficiente de cualquiera de las lenguas africanas para permitirles formular preguntas sobre lo que veían o para entender las contestaciones. Con el tiempo sus historias fueron olvidadas, o apropiadas y utilizadas por otros que provocaron sensaciones y sirvieron de sacacuartos entre auditorios populares. Como la mayoría de estos elementos se interesan en los detalles sensacionales, el oculto continente
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