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Almohadon De Pluma


Enviado por   •  30 de Enero de 2014  •  1.117 Palabras (5 Páginas)  •  188 Visitas

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Horacio Quiroga

El Almohadón de Plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro

de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a

veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle,

echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora.

Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin

duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más

expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía

siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del

patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal

impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve

rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al

cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había

concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la

casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró

insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir

al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto

Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en

seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su

espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los

sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin

moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció

desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole

calma y descanso absolutos.

—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene

una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se

despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha

agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba

visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y

en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán

vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un

extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos

entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama,

mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y

que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente

abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama.

Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para

gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo

rato de estupefacta confrontación,

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