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Apuntes varios - Crónica.


Enviado por   •  6 de Abril de 2016  •  Ensayos  •  709 Palabras (3 Páginas)  •  82 Visitas

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El viento en la cara, las montañas pasando rápidamente, los brincos de mi asiento, el polvo de repente en mi boca, ropa y ojos, es temprano: 6:30 am, llevo sueño pero estoy ansiosa, recorro una geografía fascinante, todos a mi alrededor se encuentran callados, yo, estoy bien, callada también*.  Pensar que fue al inicio  de mi  recorrido, y ahora, después varios días, sentada en  la misma chiva, viendo las mismas montañas pero ahora de vuelta, mis pies ya se encuentran cansados, a mi alrededor todos están felices: van para el pueblo.

Fueron días cargados de muchas personas, este ya es mi número no sé qué de viaje a esta región, pero siempre hay nuevas caras, nuevos descubrimientos, nuevos aportes;  llegué a la casa de Emilia, el pantano adornaba sus botas de caucho negras, su piso, aunque de arena está completamente limpio y sus ollas brillantes, la casa son 3 camas, todas en el mismo cuarto, encima de las camas hay muchas cobijas, claro, por el frío que hace aquí, la familia de Emilia son 5, 3 hombres: papá, hermano menor, hermano mayor, y 2 mujeres: mamá y hermana media,  sólo hay un cuarto y una cocina, me preguntó dónde quedará la intimidad de estos, pido el baño con la sorpresa que… ¡¿no hay baño?!, voy detrás de la casa, todo está sucio, todos los empaques los tiran al piso, no hay árboles, hay papel higiénico por toda parte, y yo.. no comprendo que estoy haciendo allí.

Después del almuerzo con Emilia, viene por mi Alfredo, en panga como le llaman aquí, mis ojos no dejan de observarlo todo, su cabello crespo, sus ojos oscuros, su piel negra, su camisa blanca y sucia de tierra, sus botas empantanadas, su voz para arriar la mula, sus palabras singulares, su acento particular, sus brazos fuertes cargando costales para amarrarlos a la mula, su espalda gruesa y sus manos con callos.

Alfredo me lleva donde Magnolia, su esposa, una mujer bajita, callada, morena, de contextura gruesa y con un acento mucho más marcado que Alfredo,  me siento con magnolia toda la tarde a hablar, ella me cuenta su historia entera, la historia de sus abuelos y sus padres y sus hijos, la historia de su lugar de nacimiento, de la muerte de toda su familia materna, de su territorio y sus tristezas, Magnolia llora, yo intento ser objetiva en lo que escribo, pero mi lapicero está cargado de lágrimas de Magnolia.

Me sorprenden las historias de esta mujer, que no son sólo de ella, son de una comunidad entera y noches después me daré cuenta de ello, por ahora, mis libros no estaban equivocados, las personas aquí, trabajadoras y resignadas tienen una historia cargada de  sangre, y un presente cargado de cicatrices que lo desahogan – como es costumbre- en la taberna los sábados.

Aquella noche estaría yo, sentada en una taberna escuchando cinco, seis, diez, muchas historias, viendo sus risas alborotadas, sus caras cansadas, sus pies bailando como manos en tambor, sus cuerpos saltando, moviendo, desbaratados como nunca había visto, sus voces fuertes y profundas, su baile, su caminar, su tumbao,  ese no sé qué que ni un libro puede mostrar, me recuerdan las tardes al son de los cantos de las mujeres a orillas del rio, me recuerdan las mujeres haciendo trenzas sentadas en la arena al lado del mar, me recuerdan los libros sobre ellos, sobre su cultura, sobre su ser, libros que no plasman la belleza de su voz ni de su movimiento, libros que me dan datos, me dan historia, me dan intriga, me cuestionan y me dan fuerza para estar aquí.

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