Arte Gotico
NathaliaJeunet25 de Septiembre de 2014
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ARTE GÓTICO
INTRODUCCIÓN
El Arte Gótico es el que corresponde a la Baja Edad Media. Es un período dinámico desde el punto de vista socioeconómico, muy variado, con intensos contactos con Oriente a través de las cruzadas y las rutas comerciales, la burguesía nace en las ciudades.
La Orden del Císter fue la que creó y difundió el nuevo estilo, tras la reconstrucción de la Abadía de San Denis por el Abad Suger. Era una Arquitectura sobria, austera y luminosa.
El Gótico se caracteriza por la verticalidad y la luz, que es el reflejo de la divinidad. Su expresión más típica es la Catedral, en la que encontramos todos los elementos del Arte Gótico.
Utilizó un nuevo tipo de arco y de bóveda: el arco ojival y la bóveda de crucería, lo que posibilita un muro diáfano que recubrieron con vidrieras. Los rosetones son el marco privilegiado de las vidrieras de colores.
Predominan las plantas de cruz latina en las que se distingue: la cabecera, el crucero y las naves, de tres a cinco. La cabecera tiene girola y capillas radiales. La nave central y el crucero son más anchos y altos que las laterales.
Aparece el pilar fasciculado, que tiene el fuste formado por varias columnillas delgadas (baquetones). En el edificio Gótico se necesita un sistema de contrapeso adicional: los arbotantes.
Es la época de la bóveda de crucería, que permite cubrir espacios rectangulares a mayor altura. Está formada por dos arcos (nervios) que se cruzan en la clave. El resto de la superficie se cubre con plementos.
Las vidrieras se organizan en tracerías. Cada vidriera posee un armazón de hierro y un emplomado.
La portada se revalorizó. En ella se colocaron las torres y las puertas. La fachada típica tiene forma de H. Está formada por dos torres cuadradas, rematadas con un elemento piramidal. Poseen tres niveles: la portada de entrada, los ventanales y el rosetón.
En el alzado de las Catedrales se distinguen tres partes: la arquería, el triforio y el claristorio o ventanales.
Además de las Catedrales adquirieron importancia otros edificios civiles. Se levantaron el Ayuntamiento, las Lonjas, sin dejar de construirse Castillos y fortificaciones militares.
Orígenes
El absurdo nombre de Gótico con que se conoce el estilo que como consecuencia de la evolución del Románico impera durante los tres últimos siglos de la Edad Media, se debe al gran Historiador del Arte italiano del siglo XVI, Vasari que lo cree de origen Germánico. El estilo Gótico adquirió una difusión geográfica más amplia que el Románico, pues de una parte los cruzados llegaron sus fronteras por Oriente hasta Tierra Santa y Chipre, y en sus últimos momentos, los Españoles, por Occidente, al otro lado del Atlántico.
El término Gótico fue empleado por primera vez por los tratadistas del Renacimiento, en sentido peyorativo, para referirse al Arte de la Edad Media, al que ellos consideraban inferior y bárbaro (godo, de ahí el término Gótico) comparado con el Arte Clásico.
Cronológicamente comprende desde fines del siglo XII hasta muy entrado el siglo XVI, e incluso en Inglaterra, por un extraño fenómeno de tradicionalismo, sobrevivió sin evolucionar hasta enlazar con su resurreción romántica del siglo XIX. En el siglo XIX se produjo una revalorización de este periodo debido a movimientos historicistas y románticos.
RELIGIÓN
Protestantismo
En el XVI la Iglesia, como siempre, enseña que los religiosos, que lo dejan todo para mejor seguir a Cristo, andan por camino de perfección. Son, pues, cristianos que viven los consejos evangélicos, a los que se obligan públicamente mediante los votos. Pero los protestantes, de acuerdo con su convencimiento de que la salvación es por la fe y no por las obras, rechazan de plano esa doctrina.
Contra los estados de perfección, es decir, contra la vida religiosa, los protestantes argumentan lo siguiente:
1.- Vinculando la perfección a los consejos, la Iglesia católica niega que todos los cristianos están llamados a la perfección (Calvino, Instituciones IV,13,11).
2.- Los religiosos, por su parte, profesando con votos cosas externas -celibato, pobreza, reglas: «mera Satanæ mendacia»-, estiman su vida como más perfecta que la de los laicos, cuando en realidad sólo cuenta ante Dios lo interior, y caen así necesariamente en la hipocresía.
3.- Los religiosos encadenándose con los votos, destruyen la libertad cristiana que consiguió Cristo para los hijos de Dios.
4.- La Iglesia, en fin, incurre al menos en semipelagianismo valorando en la obra de la santificación el esfuerzo humano, puesto en éstos o aquéllos medios de perfección, como si la santificación no fuera pura obra de la gracia de Cristo, siempre gratuita (Lutero, De votis monachorum; 1530, Confesión de Augsburgo art.6, De votis monachorum). «La perfección evangélica es espiritual, es decir, consiste en movimientos del corazón, en temor de Dios, en fe, en caridad, en obediencia», y no en medios exteriores (art.16).
La primera denuncia puede aludir a deficiencias reales que quizá se dieran en ciertos escritos católicos; pero la unánime tradición doctrinal de la Iglesia, así como el gran número de santos laicos canonizados, antiguos y medievales, manifiesta que es una denuncia falsa.
La segunda imputación contraría al Evangelio, pues niega todo valor a los consejos del Señor. Los religiosos, en efecto, cumpliendo los consejos de Cristo, llevan camino de vida más perfecto que los laicos. Lo que no impide que tantos laicos puedan ser más santos que no pocos obispos y religiosos, como siempre ha creído y enseñado la Iglesia, desde los Apotegmas de los primeros monjes hasta la Summa de Santo Tomás.
La tercera implica un grave error, pues los votos, libremente profesados, confortan la libertad del cristiano, sin disminuirla o suprimirla (STh II-II, 88, 4).
La cuarta, quizá la más grave, es falsa porque ignora la verdad católica sobre la gracia, según la cual tanto vivir los preceptos como seguir los consejos es por gracia de Dios. Por otra parte la santificación no es pura fe, sino fe y obras; ni es pura gracia, sino gracia de Dios y libertad humana auxiliada por la gracia.
Alergia a la vida religiosa, ajustada a una Regla con votos. El cristianismo ortodoxo, separado de Roma, ha tenido siempre la vida religiosa en gran veneración. Un sólo ejemplo: en 1991 había en Rusia 15 monasterios en activo, y en 1994, una vez recuperada la libertad religiosa, eran ya unos 250. Por el contrario, la Reforma protestante impugnó desde el principio la vida religiosa y los consejos evangélicos, de tal modo que allí donde llegaba su influjo, se cerraban inexorablemente monasterios y conventos. Sabido es que Lutero abandonó su condición de agustino y se casó con una mujer que había sido religiosa. A mediados del siglo XIX, sin embargo -con posterioridad al período que ahora consideramos, se abre de nuevo el mundo protestante, muy lentamente, a la vida de perfección enmarcada por los consejos evangélicos.
En Alemania, por ejemplo, en 1836, se establece una comunidad de diaconisas que viven virginidad, pobreza y obediencia. La experiencia pasa a Francia, Suiza, Holanda, y en 1845 a Inglaterra. En esta fecha, y con ese estímulo, el anglicanismo inicia algunas formas de vida religiosa, como la Sisterhood, inspirada en el «movimiento de Oxford». Veinte años después nace la masculina Sociedad de San Juan Evangelista, que pasa luego a Norteamérica, India y África. Todos estos movimientos se van diversificando, a veces en formas monásticas, y en otras ocasiones de modos semejantes a los institutos seculares. Pero el auge de la vida comunitaria de estilo religioso se produce más acentuadamente a partir de la II guerra mundial. Es el caso, por ejemplo, del monasterio de Taizé, en Francia.
Con todo esto parece que la primitiva alergia luterana a todo lo que en la Iglesia signifique ley, regla, obligación por voto, vida comunitaria de los consejos, está en vías de ser superada en el mundo protestante. Hace pocos años, en el 450 aniversario de la Confesión de Augsburgo, celebrado en Salamanca en setiembre de 1980 entre evangélicos y católicos, se decía: «Respecto del monacato y de la vida religiosa, teniendo en cuenta la comprensión dominante y la praxis de la vida monástica en la Iglesia católico-romana, el duro juicio de la Confesión de Augsburgo no puede mantenerse» (Declaración conjunta luterano-católica sobre la Confesión de Augsburgo n. 21: «Ecclesia» 27-9-1980, 15; +A. Bandera, La vida religiosa).
En medio de esta crisis, y agudizándola enormemente, nace con Lutero (1483-1545) el Protestantismo, que en algunos aspectos participa del impulso Renacentista. En efecto, el luteranismo, por el libre examen de la Escritura, separa al pueblo cristiano de la tradición espiritual católica y de las grandes síntesis filosóficas y teológicas medievales. Y rechazando la autoridad de los sucesores de los Apóstoles, destruye la unidad de la Cristiandad. En este sentido, unidos en un común empeño de romper con la tradición católica, sobre todo de la medieval, la Reforma se casa con el Renacimiento, y ambos engendran la Edad Moderna.
Es preciso señalar, sin embargo, que Renacimiento y Protestantismo son antagónicos en un aspecto muy importante. En efecto, la Reforma profesa un acentuado pesimismo antropológico. El hombre está completamente perdido por el pecado original. La razón apenas tiene capacidad de verdad por sí misma. Y la libertad humana ha quedado esclavizada al mal y al demonio. Por tanto, la salvación del hombre, sólo puede obtenerse por la pura fe en Cristo, es decir, como una
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