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DIALOGO DEL ESPEJO


Enviado por   •  29 de Agosto de 2012  •  2.407 Palabras (10 Páginas)  •  1.824 Visitas

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EL HOMBRE DE la estancia anterior, despus de haber dormido largas horas como un santo, olvidado de las preocupaciones y desasosiegos de la madrugada reciente, despert cuando el da era alto y el rumor de la ciudad invada -total- el aire de la habitacin entreabierta. Debi pensar -de no habitarlo otro estado de alma- en la espesa preocupacin de la muerte, en su miedo redondo, en el pedazo de barro -arcilla de s mismo- que tendra su hermano debajo de la lengua. Pero el sol regocija do que clarificaba el jardn le desvi la atencin hacia otra vida ms ordinaria, ms terrenal y acaso menos verdadera que su tremenda existencia interior. Hacia su vida de hombre corriente, de animal cotidiano, que le hizo recordar -sin contar para ello con su sistema nervioso, con su hgado alterable- la irremediable imposibilidad de dormir como un burgus. Pens -y haba all, por cierto, algo de matemtica burguesa en el trabalenguas de cifras- en los rompecabezas financieros de la oficina.

Las ocho y doce. Definitivamente llegar tarde. Pase la yema de los dedos por la mejilla. La piel spera, sembrada de troncos retoados, le dej la impresin del pelo duro por las ante. nas digitales. Despus, con la palma de la mano entreabierta, se palp el rostro distrado, cuidadosamente; con la serena tranquilidad del cirujano que conoce el ncleo del tumor, y de la superficie blanda fue surgiendo hacia adentro la dura sustancia de una verdad que, en ocasiones, le haba blanqueado la angustia. All, bajo las yemas -y despus de las yemas, hueso contra hueso-, su irrevocable condicin ana-tmica haba sepultado un orden de compuestos, un apretado universo de tejidos, de mundos menores, que lo venan soportando, levantan. do su armadura carnal hacia una altura menos duradera que la natural y ltima posicin de sus huesos.

S. Contra la almohada, hundida la cabeza en la blanda materia, tumbando el cuerpo sobre el reposo de sus rganos, la vida tena un sabor horizontal, un mejor acomodamiento a sus propios principios. Saba que, con el esfuerzo mnimo de cerrar los prpados, esa larga, esa fatigante tarea que le aguardaba empezara a resolverse en un clima descomplicado, sin compromisos con el tiempo ni con el espacio: sin necesidad de que, al realizarla, esa aventura qumica que constitua su cuerpo sufriera el ms ligero menoscabo. Por lo contrario, as, con los prpados cerrados, haba una economa total de recursos vitales, una ausencia absoluta de orgnicos desgastes. Su cuerpo, hundido en el agua de los sueos, podra moverse, vivir, evolucionar hacia otras formas existenciales en las que su mundo real tendra, para su necesidad ntima, una idntica densidad de emociones -si no mayor- con las que la necesidad de vivir quedara completamente satisfecha sin detrimento de su integridad fsica. Sera -entonces- mucho ms fcil la tarea de convivir con los seres, las cosas, actuando, sin embargo, en igual forma que en el mundo real. Las tareas de rasurarse, de tomar el mnibus, de resolver las ecuaciones de la oficina, seran simples y descomplicadas en su sueo, y le produciran, a la postre, la misma satisfaccin interior.

S. Era mejor hacerlo en esa forma artificial, como lo estaba haciendo ya; buscando en la habitacin iluminada el rumbo del espejo. Como lo hubiera seguido haciendo si, en aquel instante, una pesada mquina, brutal y absurda, no hubiera deshecho la tibia sustancia de su sueo incipiente. Ahora, regresando al mundo convencional, el problema revesta ciertamente mayores caracteres de gravedad. Sin embargo, la curiosa teora que acababa de inspirarle su molicie, lo haba desviado hacia una comarca de comprensin, y desde adentro de su hombre sinti el desplazamiento de la boca hacia los lados, en un gesto que debi ser una sonrisa involuntaria. Fastidiado -en el fondo continuaba sonriendo. "Tener que afeitarme cuando debo estar sobre los libros en veinte minutos. Bao ocho, rpidamente cinco, desayuno siete. Salchichas viejas desagradables. Almacn de Mabel salsamentaria, tornillos, drogas, licores; eso es como una caja de qu s yo quin; se me olvid la palabra. (El mnibus se daa los martes y demora siete.) Pendora. No: Peldora. No es as. Total media hora. No hay tiempo. Se me olvid la palabra, una caja donde hay de todo. Pedora. Empieza con pe."

Con la bata puesta, ya frente al lavabo, un rostro somnoliento, desgreado y sin afeitar, le ech una mirada aburrida desde el espejo. Un ligero sobresalto le subi, con un hilillo fro, al descubrir en aquella imagen a su propio hermano muerto cuando acababa de levantarse. El mismo rostro cansado, la misma mirada que no terminaba an de despertar.

Un nuevo movimiento envi al espejo una cantidad de luz destinada a conducir un gesto agradable, pero el regreso simultneo de aquella luz le trajo -contrariando sus propsitos-una mueca grotesca. Agua. El chorro caliente se ha abierto torrencial, exuberante, y la oleada de vapor blanco y espeso est interpuesta entre l y el cristal. As -aprovechando la interrupcin con un rpido movimiento- logra ponerse de acuerdo con su propio tiempo y con el tiempo interior del azogue.

Sobre la cinta de cuero se levant llenando de cortantes orillas, de helados metales; y la nube -desvanecida ya- le mostr de nuevo la otra cara, turbia de complicaciones fsicas, de leyes matemticas, en las que la geometra intentaba una nueva manera de volumen, una forma concreta de la luz. All, frente a l, estaba el rostro, con pulso, con latidos de su propia presencia, transfigurado en un gesto, que era simultneamente, una seriedad sonriente y burlona, asomada al otro cristal hmedo que haba dejado la condensacin del vapor.

Sonri. (Sonri.) Mostr -a s mismo- la lengua. (Mostr -al de la realidad- la lengua.) El del espejo la tena pastosa, amarilla: "Andas mal del estmago", diagnostic (gesto sin palabras) con una mueca. Volvi a sonrer. (Volvi a sonrer.) Pero ahora l pudo observar que haba algo de estpido, de artificial y de falso en esa sonrisa que se le devolva. Se alis el cabello. (Se alis el cabello) con la mano derecha (izquierda), para, inmediatamente, volver la mirada avergonzado (y desaparecer). Extraaba su propia conducta de pararse frente al espejo a hacer gestos como un cretino. Sin embargo, pens que todo el mundo observaba frente al espejo idntica conducta, y su indignacin fue entonces mayor, ante la certeza de que, siendo todo el mundo cretino, l no estaba sino rindindole tributo a la vulgaridad. Ocho y diecisiete.

Saba que era necesario apresurarse si no quera ser despedido de la agencia. De esa agencia que se haba convertido, desde haca algn tiempo, en el sitio de partida de sus propios funerales diarios.

El jabn, al contacto con la brocha,

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