Diablo De Los Numeros
Enviado por Mario_03 • 29 de Enero de 2012 • 1.810 Palabras (8 Páginas) • 891 Visitas
hahahahahahaDe repente, se había acabado. Robert esperó en vano a su visitante del reino de los números. Por la noche se iba a la cama como siempre, y la mayoría de las veces soñaba, pero no con calculadoras grandes como sofás y cifras saltarinas, sino con profundos agujeros negros en los que tropezaba o con un desván lleno de baúles viejos de los que salían gigantescas hormigas. La puerta estaba cerrada, no podía salir, y las hormigas le trepaban por las piernas. En otra ocasión quería cruzar un río de caudalosas aguas, pero no había puente, y tenía que saltar de una piedra a otra. Cuando ya esperaba alcanzar la otra orilla, se encontraba de pronto en una piedra en medio del agua y no podía avanzar ni retroceder. Pesadillas, nada más que pesadillas, y ni por asomo un diablo de los números.
Normalmente siempre puedo escoger en qué quiero pensar, cavilaba Robert. Sólo en sueños tiene uno que soportarlo todo. ¿Por qué?
-¿Sabes? -le dijo una noche a su madre-, he tomado una decisión. De hoy en adelante no voy a soñar más.
-Eso está muy bien, hijo mío -respondió ella-. Siempre que duermes mal, al día siguiente no atiendes en clase, y luego traes a casa malas notas.
Desde luego, no era eso lo que a Robert le molestaba de los sueños. Pero se limitó a decir buenas noches, porque sabía que uno no puede explicárselo todo a su madre.
Pero apenas se había dormido cuando la cosa volvió a empezar. Caminaba por un extenso desierto, en el que no había ni sombra ni agua. No llevaba más que un bañador, caminó y caminó, tenía sed, sudaba, ya tenía ampollas en los pies... cuando al fin, a lo lejos, vio unos cuantos árboles.
Tiene que ser un espejismo, pensó, o un oasis.
Siguió trastabillando hasta alcanzar la primera palmera. Entonces oyó una voz que le resultó familiar.
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Siguió trastabillando hasta alcanzar la primera palmera. Entonces oyó una voz: « ¡Hola, Robert!». En mitad de la palmera estaba el diablo de los números, abanicándose con las hojas.
-¡Hola, Robert!
Alzó la vista. ¡Sí! En mitad de la palmera estaba sentado el diablo de los números, abanicándose con las hojas.
-Tengo una sed espantosa -exclamó Robert.
-Sube -dijo el anciano.
Con sus últimas fuerzas, Robert trepó hasta don-de estaba su amigo. Éste sostenía en la mano un coco: sacó su navaja e hizo un agujero en la corteza.
El zumo del coco tenía un sabor maravilloso.
-Hacía mucho que no te veía -dijo Robert-. ¿Dónde te has metido en todo este tiempo?
-Ya lo ves, estoy de vacaciones.
-¿Y qué vamos a hacer hoy?
-Estarás agotado después de tu caminata por el desierto.
-No es para tanto -dijo Robert-. Ya me encuentro mejor. ¿Qué pasa? ¿Es que ya no se te ocurre nada?
-A mí siempre se me ocurre algo -respondió el anciano.
-Números, nada más que números.
-¿Y qué si no? No hay nada que sea más emocionante. ¡Mira! Cógelo.
Puso el coco vacío en la mano de Robert.
-¡Tíralo!
-¿Dónde?
-Simplemente abajo.
Robert tiró el coco a la arena. Desde arriba, se veía pequeño como un puntito.
-Otro más. Y luego otro. Y otro -ordenó el diablo de los números.
-¿Y qué hacemos con ellos?
-Ahora lo verás.
Robert cogió tres cocos frescos y los tiró al suelo. Esto fue lo que vio en la arena:
-¡Sigue! -exclamó el anciano. Robert tiró y tiró y tiró.
-¿Qué ves ahora?
-Triángulos -dijo Robert.
-¿Quieres que te ayude? -preguntó el diablo de los números.
Cogieron y arrojaron, cogieron y arrojaron, hasta que abajo no se veían más que triángulos, así:
-Es curioso que los cocos caigan tan ordenados -se asombró Robert-. Yo no apunté, y aunque lo hubiera hecho no soy capaz de acertar así.
-Sí -dijo el anciano sonriendo-, con tanta precisión sólo se apunta en los sueños... y en las Matemáticas. En la vida normal nada cuadra, pero en las Matemáticas cuadra todo. Por lo demás, también hubiéramos podido hacerlo sin cocos. Hubiéramos podido tirar pelotas de tenis, botones o trufas de chocolate. Pero ahora, cuenta cuántos cocos tienen los triángulos de ahí abajo.
-En realidad, el primer triángulo no es un triángulo. Es un punto.
-O un triángulo -dijo el diablo de los números- que se ha encogido hasta ser tan diminuto que sólo se ve un punto. ¿Entonces?
-Entonces hemos vuelto al uno -dijo Robert-. El segundo triángulo tiene tres cocos, el tercero seis, el cuarto diez, y el quinto... no sé, tendría que contarlos.
-No te hace falta. Puedes adivinarlo por ti mismo.
-No puedo -dijo Robert.
-Sí puedes -afirmó el diablo de los números-. El primer triángulo, que no es un verdadero triángulo, tiene un coco. El segundo tiene dos cocos más, los dos de abajo, así que:
...