Don Lope Garrido
CalitsEnsayo23 de Enero de 2013
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Capítulo 1
En Madrid, en el barrio de Chamberí, vivía un hombre llamado don Lope Garrido. A sus 57 años, a pesar de que aparentaba menos edad, era un hombre elegante y sus atuendos iban acorde con lo que su poco dinero le permitía. Años atrás había tenido grandes fortunas pero, de un tiempo a esta parte, vivía como buenamente podía en una casa de alquiler. Puesto que no tenía ninguna profesión, ya que se resignaba a vivir de sus últimas pertenencias, pasaba el día en la calle adulando a las mujeres con las que se encontraba a su paso.
Con él vivían dos mujeres. Una de ellas, Saturna, una mujer alta y delgada, con los ojos muy negros. La otra era una joven de veintiún años, muy bella, delicada, esbelta, de piel muy blanca y llamada Tristana. El vecindario no sabía cuál era la posición social y familiar de esta muchacha ya que en ocasiones la consideraban la criada, en otras la hija y en otras la amante de don Lope.
Capítulo 2
Don Lope era una persona muy amable, que defendía con mucho aplomo unas ideas basadas en la caballerosidad y la generosidad. Era partidario de ayudar a sus amigos, y cuando alguno de ellos tenía algún problema él lo socorría, ya fuera económica o moralmente.
A Tristana, a su temprana edad, se le despertaron las ansias de libertad. Empezó a percatarse de la gran influencia que el señor Garrido había tenido sobre ella y de su situación social: a las mujeres se las enseñaba para casarse pero ella no podía porque estaba unida a don Lope, que a su vez era como su padre. Tristana no tenía ningún futuro claro ni poseía el control sobre su vida.
La joven muchacha cayó en las manos de don Lope Garrido cuando su padre, Antonio Reluz, murió dejando a su mujer viuda y a su hija huérfana. Antonio y don Lope eran amigos, y éste último las acogió en su casa.
Capítulo 3
Don Lope intentó seducir a Josefina Solís, la madre de Tristana y viuda de su difunto amigo, pero ésta no contestó a sus peticiones. Tiempo atrás había sido una mujer muy bella, pero los disgustos hicieron de ella una persona desequilibrada y maniática. Tanto es así, que sentía la necesidad de mudarse a otra casa continuamente y se obsesionó con la limpieza hasta un grado enfermizo. El coste de todas estas extravagancias lo pagaba don Lope y suponían un duro golpe para su frágil bolsillo. Una enfermedad reumática acabó con la vida de Josefina y Tristana se quedó en el domicilio del señor Garrido bajo su responsabilidad.
Capítulo 4
Don Lope Garrido mantenía su caballerosidad en todos los aspectos exceptuando el amor, donde todo era permisible y válido. Sostenía que entre hombres y mujeres debía existir una completa anarquía y así lo llevaba a cabo con la joven Tristana. Garrido se sentía satisfecho de su lozana conquista puesto que la muchacha era muy agraciada. Don Lope jamás se planteó desposarla ya que, según él, el matrimonio era una espantosa fórmula de esclavitud, pero no ponía impedimentos para acabar con la honra de su protegida. Tristana, a su vez, aceptaba aquella manera de vivir principalmente porque su tiránico amo le había fomentado ideas de conformidad. Pero trascurridos ocho meses sintió anhelos de libertad y comenzó a aborrecer y a sentir repugnancia de Garrido, y lo veía como un viejo perverso.
Capítulo 5
De forma no deliberada, Don Lope había impuesto algunas de sus ideas en su discípula y ésta las comentaba con su compañera y gran amiga Saturna. Tristana había heredado la animadversión hacia el matrimonio y su intención y máxima ilusión era ser libre y poder valerse gracias a un trabajo. Únicamente tres profesiones podías ocupar las mujeres de la época: casarse, dedicarse al teatro o a la prostitución. Como estos quehaceres no eran de su agrado, y se sentía capacitada para llegar muy lejos, Tristana se planteaba escribir libros, meterse en política o estudiar idiomas. Todo era apto si con ello podía obtener la libertad. Pero todas las ideas desaparecían al recordar que estaba unida a su amo.
Capítulo 6
La vejez llegaba a Don Lope con pasos agigantados y con ella se iba su buen humor. Al ver que la figura del perfecto caballero se iba transformando en un ser débil y poco agraciado el tirano se enfurecía. Su imagen cada vez era más lastimosa, las arrugas de las sienes se profundizaban, el cabello caía a mechones y las muelas se rompían en pedazos. El viejo no podía soportar su decadencia, y muy exaltado, sometía continuamente a Tristana a interrogatorios humillantes con el afán de impedir que ni siquiera mentalmente le ridiculizara.
Capítulo 7
A pesar de la prohibición impuesta por su amo, impidiéndole salir, Tristana daba un paseo todas las tardes con Saturna. Los domingos iban a ver al hijo de ésta, llamado Saturno, un muchacho rechoncho, patizambo y con la cara carnosa y mofletes colorados. El chiquillo no era muy agraciado, a pesar de que su madre lo encontrara lógicamente muy salado. El día ya mencionado las calles del barrio de Chamberí se llenaban de gente y de niños. Un día Tristana fue en busca del hijo de su amiga y se quedó perpleja al ver a un joven de buena estatura, elegante, con traje gris y una corbata de lazada hecha a mano con descuido, muy moreno y con una barba corta. La joven quedó prendada y no podía quitárselo de la cabeza. A la tarde siguiente se volvieron a encontrar y hablaron momentáneamente. Tristana había caído a sus pies y ambos se habían declarado su amor.
Capítulo 8
Se llamaba Horacio Díaz, era hijo de un español y de una austriaca. Nació en el mar, y fue criado en Orán, Savannah y en Shangai. Su padre era cónsul y la familia viajaba continuamente. Sus progenitores murieron cuando él tenía trece años y cayó en manos de su abuelo paterno, residente en Alicante. Horacio explicó a Tristana su desdichada adolescencia. A su tiránico abuelo no le agradaba la idea de que el joven tuviera maña para la pintura, ya que quería convertirlo en un hombre de cuentas y en un excelente droguero. El anciano había sido el terror de toda la familia. Prueba de ello era que sus dos hijos varones se expatriaron y sus hijas se casaron de mala manera para no tener que sufrirle. El joven Díaz se vio durante años atado a la mesa haciendo cuentas sin tener contacto con otros niños. Él, a sí mismo, se consideraba un niño y un viejo a la vez a causa de los conocimientos tan infrecuentes que poseía. Su despótico abuelo murió a los noventa años.
Capítulo 9
Tras el trágico suceso de la muerte de su tutor, Horacio se entregó por completo al arte y decidió viajar por Italia. Descubrió en él un afán diabólico que le llevaba a explotar hasta el máximo el libertinaje para sentirse más hombre. Pero con el paso del tiempo se dedicó a fondo al estudio formal de la pintura, y transcurridos unos meses volvió a Alicante. Se alojó en casa de su tía Trinidad, otra víctima del temido abuelo. Horacio creó un estudio de pintura y comenzó a trabajar duro, pero le faltaba algo a sus treinta años: el amor.
Capítulo 10
Tristana cada vez sentía más pánico de Don Lope, cuyo mal genio iba creciendo apresuradamente. La idea de que el viejo cayera enfermo espantaba a la joven ya que se vería encerrada en casa cuidándolo sin poder ver a su amor. Iba creciendo en su interior un aborrecimiento extremado hacia su amo. No lo consideraba mala persona pero le molestaba profundamente que fuera tan mujeriego. La joven anhelaba tener un padre, y si Don Lope se hubiera comportado como tal ella le hubiera perdonado e incluso le habría llegado a amar. Todos estas preocupaciones la inquietaban, y no sabía si debía revelárselas a su amado Horacio.
Capítulo 11
Tristana sentía que engañaba al joven Díaz al no contarle su secreto más guardado. No se daba por complacida hasta no confesarle a su amor que había perdido su honra con Don Lope, y que éste no era su padre, sino su amante y ella su vasalla. El joven recibió la noticia con mucha entereza y sosegó a Tristana con dulces palabras. Le pidió que abandonara esa casa apresuradamente pero ella era consciente que, en la práctica, este hecho era completamente imposible.
Regresó a su hogar muy nerviosa. Durante la cena, su señor habló con Saturna y le preguntó por sus idilios nocturnos. La señorita Reluz no le dio importancia a esa conversación hasta que este comentario la hizo palidecer: “Tristana tú también los tienes”.
Capítulo 12
Intentó negar todas las afirmaciones de Don Lope, pero éste la dominaba y la sobrecogía hasta tal punto que le era imposible mentir. Pero su rabia contenida vio la luz cuando su amo habló de honor. Tristana le reprochó que le había robado su honra, y que si sus padres vieran en lo que había convertido a su hija se sentirían avergonzados. El tirano se pronunció al respecto sugiriendo que se había hecho cargo de ella desde que se quedó huérfana, y que tenía derecho a verla como hija o mujer según le conviniera. La joven había sacado valentía y estaba dispuesta a todo. Decidió que desde ese instante Horacio y ella no pasearían más por la tarde, sino que se verían en el estudio del pintor.
Capítulo 13
Tristana se sentía invadida por el arte pintoresco y se veía capaz de dominarlo. Quería tener un trabajo con el
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