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El Hombre Unidimensional

sanced9425 de Mayo de 2014

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Herbert Marcuse; El hombre unidimensional; capítulo seis: “Del pensamiento negativo al positivo: la racionalidad tecnológica y la lógica de la dominación”, traducción de Antonio Elorza.

Marcuse consideraba que la racionalidad técnica se había convertido en la racionalidad hegemónica en los sistemas capitalistas. La eficiencia de la ciencia para dotarnos de ventajas materiales es evidente, mas el criterio de eficiencia de la técnica se circunscribe al ámbito de lo cuantificable. Todo lo no cuantificable queda relegado del discurso “eficiente” y realista, lo no cuantificable puede tener valor pero no realidad, puede tener importancia pero ya no son ideas sino “ideales” utópicos: felicidad, libertad, amor… si significan algo significan procesos de consumo determinados por los órganos de control. La filosofía o la poesía pueden ser valiosas pero no nos hablan de la verdad de las cosas, verdad es realidad y realidad para la racionalidad técnica significa medición y eficiencia.

El hombre con la técnica ha pretendido dominar la naturaleza. El sentido del pensamiento científico es “comprender” la naturaleza encerrándola en conceptos abstractos y esquemas más o menos simplificadores. La técnica, a su vez, intenta dominar a la naturaleza para mejorar nuestras condiciones materiales; pero cuando la técnica convierte la pregunta sobre el sentido y fin de ese dominio sobre la naturaleza en una pregunta sin sentido, ella misma se vuelve irracional. Con un ejemplo se entenderá fácilmente: gracias a la técnica podemos dominar la naturaleza y fabricar una ingente cantidad de productos y servicios con mínimo esfuerzo. Marcuse no niega que eso pueda ser positivo, pero ¿para qué esa supuesta liberación de la naturaleza y esa fabricación exacerbada? Decir que el sentido de todo es la liberación o la felicidad de todos los hombres no tiene sentido técnico porque ni la libertad ni la felicidad son cuantificables. La racionalidad técnica se legitima así misma en el proceso de producción que convierte al individuo en un “consumidor” de comodidades, ya que el consumo es medible y cuantificable y por lo tanto “real”.

La cuantificación técnica como modo de dominio queda patente en la fascinación que el pensamiento político totalitario, es decir “técnico”, siente por las cifras, los porcentajes, las encuestas… Por ejemplo, el PIB o la renta per cápita intentan medir la riqueza de un país con cifras económicas; estas cifras no tienen en cuenta la cantidad de suicidios de esos países, las desigualdades sociales, el grado de libertad política de sus habitantes o cuantas veces ríen al día. Algunos de estos factores son medibles, otros no; sin embargo, cuanto menos podemos pensar que las veces que reímos al día y cómo o con quiéndetermina mejor nuestro grado de bienestar y riqueza real que cualquier otro número o porcentaje. “Muy bien” dirán los técnicos “lo que se afirma puede ser cierto pero tales factores al no ser medibles no son analizables técnicamente y por lo tanto no son considerados”. Y aún cuando esta respuesta pueda parecer racional no lo es, pues si admitimos que factores determinantes para evaluar objetivamente el bienestar de la población no son considerados ¿acaso no estamos admitiendo que nuestros resultados no tendrán realmente valor? En vez de asumir esto, el conocimiento “claro y distinto” que se obtiene dejando al margen todo lo importante se enarbola como verdad e inspiración en la toma de decisiones políticas y económicas.

El problema fundamental de la racionalidad técnica es su voluntad de erigirse en única racionalidad o en la racionalidad prioritaria, la real. Las similitudes entre este modo de pensar y el monoteísmo de las sociedades euromediterráneas es evidente; la racionalidad tecnocientífica no es ajena, aunque pretenda serlo, al contexto cultural en donde se desarrolló

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