El Picnic De Las Tortugas
uapj5 de Mayo de 2013
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El picnic de las tortugas Anónimo
Un espléndido día de primavera, la familia Tortuga decidió salir de picnic.
-Iremos al bosquecillo que queda junto al río -dijo Papá Tortuga-. Es un lugar ideal para tender el mantel, y tiene unas sombras estupendas donde podemos echar la siesta después de la comida.
A Mamá Tortuga le pareció que aquel paraje quedaba un poco lejos, pero el marido respondió con su frase favorita:
- ¿Se puede saber qué prisa tenemos?
Tortuguito, el hijo único de los Tortuga, estaba como loco con la idea de salir de excursión, así que ayudó a su madre a hacer los preparativos del picnic, mientras el padre dedicaba un buen rato a abrillantarse la concha. Mamá Tortuga preparó más de dos litros de zumo de naranja mientras Tortuguito sacaba los embutidos y las latas de salmón de la despensa.
-¡No os olvidéis de la lechuga y el tomate! -dijo Papá Tor¬tuga desde el comedor.
A los tres meses, Mamá Tortuga y Tortuguito ya lo tenían todo preparado; así que la familia salió de casa en dirección al bosque, cargada con un sinfín de cestas repletas de comida, manteles, servilletas, cubiertos, pajitas para beber y demás bártulo con que las familias de bien se cargan como mulas cuan¬do quieren celebrar una inolvidable fiesta campestre. Para en¬tonces, la espléndida mañana de primavera ya se había conver¬tido en una espléndida mañana de verano, pero los Tortuga no se desanimaron.
Al año y medio de salir de casa, la familia Tortuga había he¬cho la mitad del trayecto hasta el bosquecillo. Mamá Tortuga tuvo que tirar el zumo de naranja porque había empezado a criar gusarapos, y, como Tortuguito ya no podía con su concha, pidió que lo dejaran descansar un poco.
-¡Media hora y ni un segundo más! -dijo Mamá Tortuga con su voz de sargento.
-Pero, ¿qué prisa tenemos, cariño? -repitió como siempre Papá Tortuga.
A los Tortuga les costó otros tres años llegar al bosquecillo. Una vez allí, dedicaron unos quince días a sacar la comida de la cesta, tres semanas a extender el mantel sobre la hierba y más de un mes a poner la mesa.
-¡Por fin vamos a comer! -dijo entonces Tortuguito con una sonrisa que le llegaba de oído a oído.
Mamá Tortuga, en cambio, no estaba tan contenta. Algo de¬bía de habérsele olvidado en casa, pues registraba con nervio¬sismo todas las cestas.
-¡Dios mío! -dijo al cabo-. ¡Nos hemos dejado el abre¬latas!
Papá Tortuga se lo tomó con calma.
-No te pongas nerviosa, cariño -respondió-. El chico irá a buscar el abrelatas.
-¡Que te lo has creído! -replicó Tortuguito.
Los padres, que conocían a fondo todos los argumentos de la pedagogía moderna, le explicaron a su díscolo vástago:
-No podemos abrir las latas si no tenemos abrelatas -di¬jeron al unísono.
-Pero, ¿cómo pretendéis que regrese ahora a casa? -pro¬testó el pequeño de la familia.
-No hay más remedio -le respondió Papá Tortuga-. Y no te preocupes, que no vamos a empezar a comer hasta que vuelvas.
Tortuguito aceptó a regañadientes.
-Bueno... -dijo-, pero dadme vuestra palabra de honor de que no tocaréis nada hasta que yo vuelva.
-Te lo prometemos -dijeron al unísono Mamá Tortuga y su marido, quienes no pudieron evitar derramar algunas lágri¬mas al ver que su querido hijo se perdía detrás de unos mato¬rrales.
-Recordad que lo habéis prometido... -repitió el peque¬ño mientras se alejaba.
Al matrimonio Tortuga la espera se le hizo eterna. Durante días, semanas y meses aguardaron con paciencia el regreso de su hijo, pero, al cabo de un año, empezaron a sentir el gusanillo del hambre. Sin embargo, le habían prometido a Tortuguito que no probarían bocado hasta que el muchacho volviese con el abrelatas, así que tuvieron
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