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El Sentido Dela Vida


Enviado por   •  2 de Junio de 2014  •  1.829 Palabras (8 Páginas)  •  231 Visitas

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¿Por qué no se suicida usted?

Existencia desnuda

Murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas.

padeció hambre, frío, brutalidades sin fin

cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla

Freud pone de relieve la frustración de la vida sexual; para Frankl la frustración está en la voluntad intencional.

Muchos de los sucesos que aquí se describen no tuvieron lugar en los grandes y famosos campos, sino en los más pequeños,

"capos" —prisioneros que actuaban como especie de administradores y tenían privilegios especiales

cuanto a los sacrificios, crucifixión y muerte de la gran legión de víctimas desconocidas y olvidadas, pues era a estos prisioneros normales y corrientes, que no llevaban ninguna marca distintiva en sus mangas

"capos" lo pasaron mucho mejor en los campos que en toda su vida, y muy a menudo eran más duros con los prisioneros que los propios guardias

cada prisionero tenía la oportunidad de adoptar un nombre o una profesión falsos y lo cierto es que por varias razones muchos lo hacían.

Pongamos como ejemplo las veces en que oficialmente se anunciaba que se iba a trasladar a unos cuantos prisioneros a un campo de concentración, pero no era muy difícil adivinar que el destino final de todos ellos sería sin duda la cámara de gas.

Los cupones costaban a la empresa 50 Pfenning cada uno y podían canjearse por seis cigarrillos, muchas veces varias semanas después, si bien a menudo perdían su validez.

El privilegio de fumar cigarrillos le estaba reservado a los "capos", que tenían asegurada su cuota semanal de cupones; o quizás al prisionero que trabajaba como capataz en un almacén o en un taller y recibía cigarrillos a cambio de realizar tareas peligrosas.

Las únicas excepciones eran las de aquellos que habían perdido la voluntad de vivir y querían "disfrutar" de sus últimos días. De modo que cuando veíamos a un camarada fumar sus propios cigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos que había renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante y que, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba.

Debemos a la segunda guerra mundial el haber enriquecido nuestros conocimientos sobre la "psicopatología de las masas"

No sabíamos dónde nos encontrábamos ni si todavía estábamos en Silesia o ya habíamos entrado en Polonia.

"¡ Hay una señal, Auschwitz!" Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo:

cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas. El tren avanzaba muy despacio, se diría que estaba indeciso, como si quisiera evitar a sus pasajeros, cuanto fuera posible, la atroz constatación.

Las portezuelas del vagón se abrieron de golpe y un pequeño destacamento de prisioneros entró alborotando.

Llevaban uniformes rayados, tenían la cabeza afeitada, pero parecían bien alimentados.

Hablaban en todas las lenguas europeas imaginables y todos parecían conservar cierto humor, que bajo tales circunstancias sonaba grotesco.

Teníamos hambre y frío y no había espacio suficiente ni para sentarnos en cuclillas en el suelo desnudo, no digamos ya para tendernos.

¿Quién podría culparles de tratar de drogarse bajo tales circunstancias?

Por la tarde nos explicaron la significación del juego del dedo. Se trataba de la primera selección, el primer veredicto sobre nuestra existencia o no existencia. Para la gran mayoría de aquella expedición, cerca de un 90%, significó la muerte; la sentencia se ejecutó en las horas siguientes.

"¿Lo mandaron hacia la izquierda?" "Sí", repliqué. "Entonces puede verle allí", me dijeron. "¿Dónde?" La mano señalaba la chimenea que había a unos cuantos cientos de yardas y que arrojaba al cielo gris de Polonia una llamarada de fuego que se disolvía en una siniestra nube de humo.

En estos dos minutos os desnudaréis por completo y dejaréis en el suelo, junto a vosotros, todas vuestras ropas. No podéis llevar nada con vosotros a excepción de los zapatos, el cinturón, las gafas y, en todo caso, el braguero. Empiezo a contar: ¡ahora!" Con una rapidez impensable, la gente se fue desnudando. Según pasaba el tiempo, cada vez se ponían más nerviosos y tiraban torpemente de su ropa interior, sin acertar con los cinturones ni con los cordones de los zapatos.

Por lo que a mí se refiere, tenía mis gafas y mi cinturón, que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan.

Con los zapatos hubo también sus más y sus menos. Aunque se suponía que los conservaríamos, los que poseían un par medio decente tuvieron que entregarlos y, a cambio, les dieron otros zapatos que no les servían.

Todos los sospechosos de tal delito pasaron a una pequeña habitación contigua. Al cabo de un rato volvimos a oír los azotes del látigo y los gritos de los hombres torturados. Esta vez el castigo duró bastante tiempo.

Cuando las duchas empezaron a correr, hicimos de tripas corazón e intentamos bromear sobre nosotros mismos y entre nosotros. ¡Después de todo sobre nuestras espaldas caía agua de verdad!

que había en nuestro grupo fuimos los primeros en aprender que los libros de texto mienten. En alguna parte se ha dicho que si no duerme un determinado número de horas, el hombre no puede vivir. ¡ Mentira! Yo había vivido convencido de que existían unas cuantas cosas que sencillamente no podía hacer: no podía dormir sin esto, o no podía vivir sin aquello.

la primera noche que pasé en el campo me hice a mí mismo la promesa de que no "me lanzaría contra la alambrada".

Más pronto o más tarde, por regla general más pronto, el

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