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Encarnados con el Encarnado

nancytobarInforme3 de Octubre de 2013

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Encarnados con el Encarnado

Está claro que existe una significativa distancia cultural entre el siglo XVII francés y nuestra época en cuanto al sentido de la palabra misericordia conviene precisar esta diferencia a la hora de presentar el mensaje Eudiana si queremos que sea captado a plenitud por los hombres de nuestro tiempo. Hoy se ha empobrecido hasta tal punto su significado que parece ser un simple sinónimo de lastima o de piedad para con el culpable.

Para Juan Eudes en cambio Misericordia era mansedumbre, clemencia, paciencia y comprensión frente a la falta del otro, pero sobre todo amor, piedad, generosidad, La misericordia era celo para la causa del hombre, un intenso sentimiento de piedad, generosidad, no mera conmiseración ante el sufrimiento ajeno, sino expresión plena y comprometida de un amor que trata de llevar a todos a una salvación eficaz, concreta, pero al estilo de Dios. Así lo expresaría en un texto celebre sobre el que volveremos reiteradamente:

“Tres cosas se requieren para que haya misericordia. La primera es tener compasión de las miserias del otro, pues misericordioso es quien lleva en su corazón las miserias de los miserables. La segunda consiste en tener una voluntad decidida de socorrerlos en sus miserias. Y la tercera es pasar de la voluntad a los hechos.”

Como veremos en detalle luego Juan Eudes apoya su doctrina divina, la misericordia en aquel profundo sentido de la encarnación de Dios tan caro a los maestros de la espiritualidad beruliana. Exclama “Nuestro Redentor se encarnó para ejercer de este modo su misericordia con nosotros”. Es decir para pasar de la misericordia del Corazón de Dios a la misericordia de los salvadores.

El mensaje resulta evidente: Jesús personifica la misericordia divina, la misericordia activa y viviente de un Dios que viene a salvar a los malheridos del camino del Jericó. En la persona de Jesús. Dios se acerca gratuitamente a quienes están en desgracia y son incapaces de liberarse a sí mismos. Porque Jesús es el corazón humano de Dios –hermoso hallazgo teológico eudiano – que ha asumido todas nuestras miserias para liberarnos de ellas.

Estaba consciente, y así lo escribiría más tarde de que no hay redención sin sangre; por eso veía en el martirio “La cima la perfección y culminación de la vida cristiana… en el milagro más insigne que Dios realiza en los cristianos…el favor más señalado que hace Cristo a los que ama…En los mártires resplandece de preferencia el poder admirable de su divino amor…”

Y coherentemente pediría con insistencia esa gracia; testimonio de ellos es el hermoso “Voto de Martirio” que nos legó. No fue concedida dicha Gracia pero le fue regalada otra quizás más grande: el convertirse en misionero y profeta de la misericordia de Dios. Por eso, ya en el atardecer de su vida pudo exclamar:

“Aunque ya estoy viejo (74 años) predico casi todos los días confieso y atiendo infinidad de asuntos. Todas estas fatigas nada cuestan cuando se tiene un consuelo de ver como los pueblos corresponden a lo que se hace por su salvación “.

De esa manera Juan Eudes se nos revela como un auténtico profeta de la misericordia en una época en la que se imponían tantas corrientes rigoristas. Y a partir de esa pasión que lo devoraba delineo un camino de santidad basado en la mística del amor comprometido. En él, la misión y el ministerio aparecen como las dos caras de la existencia cristiana, un lazo concreto y visible entre el amor de Dios y la misericordia humana. Ello sintetiza todo su proyecto espiritual y misionero.

Y ello sería así hasta aquella tarde del 19 de agosto 1680 cuando expiraba repitiendo una y otra vez:

“Jesús es mi Todo”.

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