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Estructura Del Mal Gusto


Enviado por   •  15 de Junio de 2014  •  3.362 Palabras (14 Páginas)  •  306 Visitas

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ESTRUCTURA DEL MAL GUSTO

El mal gustro sugre igual suerte que la que Croce consideraba como típica del arte: todo el mundo sabe perfectamente lo que es, y nadie teme individualizarlo y predicarlo, pero nadie es capaz de definirlo. Y tan difícil resulta dar una definición de él que para establecerla se recurre no a un paradigma, sino al juicio de los expertos, es decir, de las personas de gusto, sobre cuyo comportamiento se establecen las bases para definir, en precisos y determinados ámbitos de costumbres, lo que es de buen y de mal gusto. En ocasiones su reconocimiento es instintivo, deriva de la reacción indignada ante cualquier manifiesta desproporción, ante algo que se considera fuera de lugar; como una corbata verde en un traje azul, o una observación importante hecha en ambiente poco propicio, o una expresión enfática no justificada por la situación: "Se podía ver latir con violencia el corazón de Luis XVI bajo el encaje de la camisa...", "Juana, herida (en su orgullo), pero conteniendo la sangre como el leopardo herido por una lanzada..." (frases de una antigua traducción de Dumas). En estos casos, el mal gusto se caracteriza por una ausencia de medida, y quizás puedan establecerse las regals de dicha "medida", admitiendo que varían según las épocas y la cultura.

Por otra parte, ¿cabe mayor sensación instintiva de mal gusto que la que nos producen las esculturas funerarias del Cementerio Monumental de Milán? ¿Y cómo podríamos acusar de falta de mesura a estas correctas imitaciones cracovianas, que representan una y otra vez el Dolor, la Piedad, la Fama o el Olvido? Debemos reconocer que, formalmente, no se les puede atribuir una carencia de medida. Y que, por tanto, si subsiste la mesura en el objeto, la desmesura será histórica (está fuera de medida hacer Canovas en pleno siglo XX), o circunstancial (las cosas en lugar equivocado: pero, ¿está fuera de medida elevar estatuas al Dolor en un lugar como un cementerio?), o estará fuera de lugar prescribir a los dolientes, mediante la contemplación de estatuas, una forma y una intensidad del dolor, en lugar de dejar al gusto y al humor de cada cual la posibilidad de articular los más íntimos y auténticos sentimientos.

Y he aquí que, con esta última sugerencia, nos hemos aproximado a una nueva definición del mal gusto, que parece la más acreditada y que no tiene en cuenta la referencia a una medida (aunque solo aparentemente): y es la definición del mal gusto, en arte, como prefabricación de imposición del efecto. La cultura alemana, quizá para ahuyentar un fantasma que la obsesiona intensamente, ha elaborado con mayor esfuerzo una definición de este fenómeno, y lo ha resumido en una categoría, la del Kitsch, tan precisa, que esta misma palabra, al resultar intraducible, ha tenido que ser incorporada a las restantes lenguas.[1]

Estilística del Kitsch

Observa Walther Killy[2], al analizar fragmentos de cinco productores famosos de mercancía literaria de consumo, más un outsider, Rilke, que la característica que se repite en todos es el propósito de provocar un efecto sentimental, es decir, de ofrecerlo ya provocado y comentado, ya confeccionado, de modo que el contenido objetivo de la anécdota sea menos importante que la stimmung básica. El intento primordial es crear una atmósfera lírica, y para conseguirlo los autores utilizan expresiones ya cargadas de forma poética, o elementos que posean en sí una capacidad de noción afectiva. Y añada, además, que la reiteración del estímulo debe ser absolutamente fungible: y la observación podría ser entendida en términos de redundancia.

Los verbos contribuyen, asimismo a reafirmar el carácter 'líquido' del texto, condición de su 'lirismo', de modo que en todas y cada una de las fases del escrito prevalece el efecto momentáneo, destinado a extinguirse en la fase sucesiva (que, por suerte, lo integra).

Killy recuerda que incluso los más grandes poetas han sentido necesidad de recurrir a la evocación lírica, a veces insertando versos en el transcurso de una narración, como Goethe, para revelar de pronto un rasgo esencial de la anécdota que el relato, articulado por formas lógicas, sería incapaz de expresar. Poero en el Kitsch, el cambio de registro no asume funciones de conocimiento, interviene sólo para reforzar el estímulo sentimental, y en definitiva la inserción episódica se convierte en norma.

Articulándose pues como una comunicación artística en la que el proyecto fundamental no es el de involucrar al lector en una aventura de descubrimiento activo sino simplemente obligarlo con fuerza a advertir un determinado efecto -creyendo que en dicha emoción radica la fruición estética-, el Kitsch se nos presenta como una forma de mentira artística, o como dice Hermann Broch, "un mal en el sistema de valores del arte... La maldad que supone una general falsificación de la vida"[3].

Siendo el Kitsch un Ersatz, fácilmente comestible, del arte, es lógico que se proponga como cebo ideal para un público perezoso que desea participar en los valores de lo bello, y convencerse a sí mismo de que los disfruta, sin verse precisado a perderse en esfuerzos innecesarios. Y Killy habla del Kitsch como un típico logro de origen pequeñoburgués, medio de fácil reafirmación cultural para un público que cree gozar de una representación original del mundo, cuando en realidad goza sólo de una imitación secundaria de la fuerza primaria de imágenes. En este sentido el autor se incorpora a toda una tradición crítica que identifica al Kitsch con la forma más aparente de una cultura de masas y de una cultura media, y, por tanto, de una cultura de consumo.

Killy se pregunta si la falsa representación del mundo que nos ofrece el Kitsch es veradera y únicamente una mentira, o si satisface una insoslayable exigencia de ilusiones alimentada por el hombre. Y cuando define el Kitsch como hijo natural del arte, nos deja la sospecha de que, para la dialéctica de la vida artística y del destino del arte en la sociedad, sea esencial la presencia de este hilo natural, que 'produce efectos' en aquellos momentos en que sus consumidores desearían, de hecho, 'gozar de los efectos', y no entregarse a la más difícil y reservada operación de una fruición estética compleja y responsable. En argumentaciones de este género se halla siempre presente, por otra parte, una asunción histórica del concepto de arte; y en realidad, bastaría pensar en la función que el arte ha desempeñado en otros contextos históricos, para darnos cuenta del hecho de que una obra tienda a provocar un efecto, no implica necesariamente su exclusión del reino del arte. En realidad, en la perspectiva cultural griega,

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