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GLOBALIZACION


Enviado por   •  6 de Enero de 2014  •  2.194 Palabras (9 Páginas)  •  192 Visitas

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Globalización: algunas

implicaciones ambientales

Ismael R. López Moreno

y Martha E. Díaz Betancourt 1

El propósito de este trabajo es explorar algunos de los efectos que ha tenido el proceso de globalización sobre los recursos naturales y el ambiente, sobre todo en México. Al mismo tiempo, algunas de las ideas vertidas en este texto tratarán de cuestionar si en realidad los patrones de explotación y uso de los recursos naturales de este país obedecen a los dictados por la globalización y si existen posibilidades de rescatar algunos de los usos rústicos de los mismos.

El significado de la palabra “globalización” da una idea de un proceso que se presenta en todo el mundo y que en teoría considera la totalidad de un fenómeno determinado. Desde el punto de vista económico, la globalización propone un nuevo modelo de organización industrial descentralizado y deslocalizado en que la producción se transnacionaliza, dando lugar a que un producto final se componga de partes fabricadas en distintas regiones. El proceso de globalización modifica también las relaciones de las personas ya que altera los patrones de distribución, producción y consumo de los satisfactores de la población. El resultado de estos cambios incide en forma directa sobre su calidad de vida debido a su inserción en los valores y principios tradicionales, los cuales se ven transformados y con frecuencia relegados.

Si bien para el mundo actual la globalización implica el percatarse y reconocer que los diferentes actores y procesos económicos, políticos y sociales se encuentran ligados en mayor o menor grado, para las ciencias ambientales, y en particular para la ecología, es un fenómeno que data de hace muchos años. En este sentido, al abordar los problemas ambientales desde la población hasta la biosfera, pasando por las comunidades y los ecosistemas, siempre se ha hecho una alusión implícita al concepto globalizador de los fenómenos ambientales.

Así, una comunidad que es alterada por agentes externos derivados de la actividad humana (la deforestación, la explotación petrolera, las actividades bélicas, etc.), tendrá a su vez un impacto local y regional que, dependiendo de su severidad, afectará a lo largo del tiempo y en diferentes grados el paisaje, el territorio, la región, el estado, la nación y el mundo entero.

Globalización y paisaje

El análisis del impacto de la globalización sobre la naturaleza no se ha estudiado con detalle y las tendencias reales que se conjugan en las diversas relaciones economía-medioambiente-territorio no han sido señaladas con claridad en la mayoría de los casos. En teoría, la globalización busca un modelo económico y social que logre integrar a los países de todo el mundo en la búsqueda de una reactivación económica y en la solución de la pobreza, la marginación y la exclusión de territorios, regiones y países.

Desde esta perspectiva, concebir a la globalización como un proceso integrador que tiende a reducir varios territorios en uno solo tiene, desde el punto de vista ambiental, varios inconvenientes, uno de ellos corresponde a la diversidad del paisaje.

En México, la gran heterogeneidad del paisaje es el resultado de un largo proceso evolutivo que ha dado lugar a poblaciones, comunidades, biomas y ecosistemas que poseen una estructura y un funcionamiento único y diferente del resto, lo que las vuelve unidades discretas. Esas diferentes unidades de paisaje, con una historia evolutiva propia y con ciclos de intercambio de energía y materiales muy específicos, han estado sujetas a procesos de urbanización e industrialización muy complejos en los que no se tiene una visión panorámica que considere a las poblaciones locales y respete la riqueza de sus recursos y su diversidad cultural y étnica. Este proceso ha ocurrido con diversos grados y matices prácticamente desde que América y África fueron colonizados por los países europeos e incluso, como se verá más adelante, continúa, aunque un tanto disfrazado por acuerdos y tratados internacionales.

J. Martínez-Alier menciona que la conquista de América se convirtió, para las poblaciones nativas, en un desastre ecológico y social, ya que en breve tiempo las poblaciones locales se vieron amenazadas por conflictos directos y por la llegada de nuevas enfermedades que aumentaron la tasa de mortalidad. En la actualidad, tal patrón de explotación de los recursos y el abatimiento de la calidad de vida de las poblaciones locales se repite, aunque en términos un tanto más “sutiles”. Según este autor, la incorporación del desarrollo y la economía mexicana a los Estados Unidos ha significado, entre otras cosas, la exportación de una gran variedad de recursos naturales (petróleo, gas, material genético, etc.) y la importación de alimentos baratos y productos diversos hechos en ese país.

Si bien tales recursos y bienes debieran circular libremente del sur al norte y viceversa, los productos, la fuerza de trabajo y la tecnología encuentran barreras en las fronteras internacionales y el flujo se realiza en forma muy selectiva. Así, se recibe tecnología obsoleta y contaminante del norte que se implanta como novedad en los países del sur. En las palabras de S. Olivier, “es inconcebible que en la actualidad se sigan obteniendo armas y baratijas caras a cambio de materias primas baratas”. De este modo, los procesos de globalización pueden dar la impresión de una creciente homogeneidad en cuanto a precios, aranceles, control de calidad, normas y tratados ambientales, pero a medida que se profundiza en el análisis de cada una de las variables se aprecian grandes discontinuidades.

Por otra parte, el famoso y trillado discurso del desarrollo sustentable, que consiste según una de las múltiples definiciones “en el manejo y conservación de los recursos naturales y la orientación de la tecnología de manera que se asegure la satisfacción continua de las necesidades de las generaciones presentes y futuras”, parecería una utopía difícil de llevarse a cabo en la actualidad en un país como México. El triste resultado obtenido hasta ahora es que, más allá del discurso y la buena voluntad, el uso y la transformación de los recursos naturales por las sociedades humanas han puesto en peligro la sobrevivencia actual y la de las futuras generaciones.

El uso de la naturaleza por parte de las diferentes comunidades humanas a lo largo de la historia ha sufrido una serie de modificaciones que van desde patrones de consumo cercanos a los ciclos que se presentan en el ambiente (usos tradicionales), hasta patrones agresivos y lineales que involucran grandes consumos de energía y materiales, con una enorme producción de desechos (usos intensivos).

Todas estas actividades y procesos, dentro de una biosfera “globalizada”, han pasado por alto los buenos deseos y preceptos señalados desde 1987 en el informe Bruntland, en el sentido de realizar un desarrollo sustentable. En el desarrollo, evolución y funcionamiento de los sistemas urbanos en particular, esa concepción ha sido prácticamente ignorada. Hoy día, la sustentabilidad y autosuficiencia de las ciudades mexicanas no ha logrado ir más allá del mero discurso, que paulatinamente está pasando de moda y que frecuentemente se ve utilizado por planificadores y políticos de todo rango que incursionan de manera oportunista y efímera en las ciencias ambientales.

La huella ecológica en los sistemas urbanos

J. Celecia señala que toda acción que pueda poner en peligro el bienestar futuro debería acompañarse de compensaciones para las generaciones futuras. Esas compensaciones, consideradas por el autor como un capital, incluyen toda la cultura y los conocimientos generados por el hombre, como los recursos energéticos y la diversidad biológica, genética y de paisajes. Para hablar de las implicaciones ambientales de la globalización en una escala urbana, es necesario considerar el concepto de huella ecológica propuesto por Girardet, quien la define como la superficie de territorio necesario para suministrar al sistema de alimentos y productos forestales y absorber su producción de dióxido de carbono. De acuerdo con este concepto, la huella de la ciudad de Londres se extiende a 125 veces el tamaño del área de 159 mil hectáreas, lo que representa aproximadamente 20 millones de hectáreas.

Por otro lado, los pequeños países “ecológicamente cultos, desarrollados y cuidadosos del ambiente”, cuando se examinan a través de tal perspectiva, muestran situaciones contradictorias y alarmantes, como es el caso de Holanda, país que tiene una población –urbana casi en su totalidad– de 16 millones de personas y que produce anualmente 5 millones de bovinos, 19 millones de porcinos y 100 millones de pollos. Tan fenomenal producción la obtiene a través del uso de 6 millones de hectáreas que utiliza en otros países y continentes, como Estados Unidos, Canadá, Asia y América Latina, con las respectivas implicaciones ambientales debidas al uso de insecticidas y agroquímicos diversos.

En 1992, la revista Time señalaba que Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, utilizaba el 25% de la energía total del orbe, emitía 22% de todo el dióxido de carbono producido globalmente y contaba con 25% del producto interno bruto (PIB) mundial. En contraste, la India, con 16% de la población, utilizaba 3% de la energía, emitía 3% del dióxido de carbono y contaba con 1% del PIB. Todas estas cifras, a pesar de estar calculadas a gran escala, dejan ver claramente las diferentes implicaciones globales de los fenómenos ambientales.

Al identificar los problemas prioritarios del ambiente, la UNESCO señaló en 1991 que algunos de ellos correspondían aproximadamente a patrones de desarrollo específicos, y en ese sentido los agrupó como problemas para los países industrializados y problemas para los países en desarrollo. En cuanto a los primeros, se incluían, entre otros, la contaminación atmosférica a lo largo de las fronteras, la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, la contaminación del suelo por el uso excesivo de abonos químicos y biocidas, las lluvias ácidas y sus efectos en la vegetación, los desechos tóxicos y la urbanización mal planeada. En el caso de los países en desarrollo, se identificaron la deforestación, la desertificación, la pérdida de suelos por erosión, el menoscabo de la biodiversidad, las inundaciones y sequías, el crecimiento demográfico y el desordenado fenómeno de la urbanización. Sin embargo, es obvio que existen problemas comunes en ambos grupos y que sus efectos rebasan las fronteras.

El ya citado Celecia apunta que si se comparan los problemas ambientales de los países industrializados con los propios de los países en desarrollo, muchos de los males de los ricos parecerían patologías o enfermedades degenerativas provenientes del exceso de producción y consumo; por el contrario, los países pobres se hallan sujetos a situaciones endógenas, como el hambre y la miseria, y exógenas, como las políticas económicas impuestas por otros países que afectan las condiciones y la posibilidad de la vida misma de poblaciones enteras. En resumen, para unos se trata de mantener su “calidad de vida”, mientras que para los otros –que son la mayoría– se trata de alcanzar un mínimo de condiciones de vida e incluso de sobrevivencia.

Desde hace aproximadamente tres décadas ha ido en aumento la preocupación internacional por los problemas relativos al desarrollo y su impacto en el medio ambiente. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, que se llevó a cabo en Estocolmo en 1972, fue la primera de una serie de grandes reuniones y la culminación de un conjunto de demandas e inquietudes vertidas desde años atrás sobre el futuro del hombre y de la naturaleza. En su declaración de principios se reunió una serie de propuestas y declaraciones para ejecutar acciones inmediatas que permitieran disfrutar de un ambiente saludable. Empero, la reunión no tuvo el suficiente peso político y, en consecuencia, su alcance no fue más allá de expresar buenas intenciones.

Hábitat I, celebrado en 1976, trató sobre el acelerado incremento de la población mundial y su distribución, así como la progresiva migración de las zonas rurales a las urbanas, con toda su gama de consecuencias ambientales y sociales. En 1996, Hábitat II abordó los problemas urbanos múltiples y más apremiantes, como la expansión de las áreas marginales, la población sin vivienda, el aumento de la violencia y criminalidad, el suministro de agua potable y la vulnerabilidad de los sistemas urbanos. El tema común a estas reuniones fue el aumento de la población, la pobreza y la desigual distribución de los recursos al interior de los países y entre ellos mismos.

La Conferencia de Río 92 o Cumbre de la Tierra fue convocada por los gobiernos para definir una estrategia para salvar al planeta de los efectos de un desarrollo no sustentable y para resolver los problemas ambientales derivados en parte de fenómenos globales en la relación sociedad-naturaleza. Como resultado, se tomaron algunas decisiones y se firmaron convenios sobre diversidad biológica, cambios atmosféricos, desertificación y manejo de los bosques. En esa conferencia también se hizo evidente la separación entre los países ricos del norte y los pobres del sur. Diez años después, tal distancia se ha agrandado –a pesar de la globalización y sus tratados–, y los países ricos son ahora más ricos y los pobres más pobres y más numerosos.

Es un hecho innegable que el aumento explosivo de la población humana es una constante en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, pero existen diferencias regionales y territoriales en las que tienen importancia no solamente los factores económicos y sociales, sino también los valores culturales. En tal sentido, no es el aumento de la población per se el que genera miseria y destrucción, sino que es la miseria la que genera un aumento de población y una explotación irracional de los recursos.

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