LA MAGIA FLORIDA DE CIEN POETAS MEXICANOS
tatoreal12 de Diciembre de 2013
6.332 Palabras (26 Páginas)384 Visitas
LA MAGIA FLORIDA DE CIEN POETAS MEXICANOS
La tradición poética en México es amplia y generosa. Encontrar a cien poetas es una tarea sencilla, no así elegir solamente a unos cuantos. No es exagerado afirmar que en nuestro país existen muchos más poetas que lectores de poesía, sobre todo si consideramos que la mayor parte de los poetas no han sido publicados, o ven aparecer efímeramente sus obras en pequeñas editoriales que no pueden ofrecer más que ilusiones y la alegría de tener un libro propio entre las manos.
Nada de esto importa. A pesar del bajo promedio de lectura que tiene nuestro pueblo, los mexicanos escriben. En diminutos papeles, en cuadernos sepultados en cajones y gavetas, a la sombra de un olvido o a la luz de un sueño inalcanzable, la poesía es abundante, rica y está profundamente viva.
México posee el mayor número de ferias del libro anuales a nivel mundial. En cada una, las mesas y recitales de poesía florecen sobre un campo de lectura a veces estéril, pero que tiene en cada mexicano a un poeta esperando un suspiro o una pena para brotar con entusiasmo.
Las lenguas nativas, como el náhuatl, el maya y el purépecha, son armoniosas. Tienen un ritmo interno que las vuelve melodías. Existen juegos, adivinanzas, canciones populares, incluso el juego del albur, que se basan en las rimas y en la métrica de cada frase.
No es extraño entonces que la poesía se remonte a épocas prehispánicas y la encontremos en prácticamente todas las lenguas, ni mucho menos extraña que haya atravesado siglos, las etapas más furiosas de nuestra historia, y se haya convertido en testimonio de nuestras guerras, de nuestras batallas perdidas, de nuestras esperanzas y de nuestros amores plenos y terriblemente imposibles.
A continuación, un recorrido por el tiempo, que no tiene punto de origen ni lugar definitivo, pues la poesía en México es infinita, amplia y está en constante movimiento.
Nezahualcóyotl (1402 – 1472). ¡Amigos míos, poneos de pie! / Desamparados están los príncipes, / yo soy Nezahualcóyotl, / soy el cantor, / soy papagayo de gran cabeza. / Toma ya tus flores y tu abanico / ¡con ellos ponte a bailar! / Tú eres mi hijo, / tú eres Yoyontzin. / Toma ya tu cacao, / la flor del cacao, / ¡que sea ya bebida! / ¡Hágase el baile!, / no es aquí nuestra casa, / no viviremos aquí. / Tú de igual modo tendrás que marcharte. (Poneos de pie).
Poema en náhuatl (Anónimo de Chalco). No es verdad que vivimos, / no es verdad que duramos / en la tierra. / ¡Yo tengo que dejar las bellas flores, / tengo que ir en busca del sitio del misterio! / Pero por breve tiempo, / hagamos nuestros los hermosos cantos (Traducción de Ángel María Garibay).
Gutierre de Cetina (1520 – 1554). Ojos claros, serenos, / si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados? (Madrigal).
Francisco de Terrazas (1525 – 1600). Soñé que de una peña me arrojaba / quien mi querer sujeto a sí tenía, / y casi ya en la boca me cogía / una fiera que abajo me esperaba. (El rechazado).
Sor Juana Inés de la Cruz (1651 – 1695). Detente, sombra de mi bien esquivo, / imagen del hechizo que más quiero, / bella ilusión por quien alegre muero, / dulce ficción por quien penosa vivo. (Detente, sombra).
Manuel Martínez de Navarrete (1768 – 1809). Cuando mis ojos miraron / de tu cielo los dos soles, / vieron tales arreboles / que sin vista se quedaron. / Mas por ciegos no dejaron / de seguir por sus destellos, / por lo que duélete de ellos, / que aunque te causen enojos, / son girasoles mis ojos / de tus ojos soles bellos. (A unos ojos).
Anastasio de Ochoa (1783 – 1833). Que somos libres / la ley pronuncia / y todo anuncia / felicidad. // ¡Viva!, digamos, / con voz alta festiva, / la patria y viva / la libertad. // Ya todo sea / desde este día / paz, alegría, / prosperidad (Letrilla por la Independencia).
Guillermo Prieto (1818 – 1897). Sangre, terror, desolación, demencia, / invaden, Virgen, el hermoso suelo / donde bella, como iris de consuelo, sonrió al desventurado tu clemencia. // Sangre humana salpicaba en tu presencia / del sacrosanto altar el blanco velo; / y hay quien, debiendo mitigar tu duelo, / quiera adunar a Dios con la violencia (A la Virgen de Guadalupe en la intervención francesa, pidiendo por la causa liberal y contra los obispos).
Ignacio Ramírez (1818 – 1879). Guerra sin tregua ni descanso, guerra / a nuestros enemigos, hasta el día / en que su raza detestable, impía, / no halle ni tumba en la indignada tierra (Venganza por los mártires de Tacubaya).
Antonio Plaza (1830 – 1882). Pero te vi… te vi… ¡Maldita la hora / en que te vi, mujer! Dejaste herida / mi alma que te adora, como adora / el alma que de llanto está nutrida; / horrible sufrimiento me devora, / que hiciste la desgracia de mi vida / mas dolor tan inmenso, tan profundo, / no lo cambio, mujer, por todo un mundo (A una ramera).
Vicente Riva Palacio (1832 – 1896). Hoy te siento azotando, en las oscuras / noches, de mi prisión las fuertes rejas; / pero hanme dicho ya mis desventuras // que eres viento, nomás, cuando te quejas, / eres viento si ruges o murmuras, / viento si llegas, viento si te alejas (Al viento, en la prisión de Tlatelolco).
José Rosas Moreno (1838 – 1883). Es la existencia un cielo, / cuando el alma soñando embelesada, / con amoroso anhelo, / en los ángeles fija su mirada. / ¡Feliz el alma que a la tierra olvida / para vivir gozando! / ¡Quién pudiera olvidarse de la vida! / ¡Quién pudiera vivir siempre soñando! (¡Quién pudiera vivir siempre soñando!).
Manuel M. Flores (1840 – 1885). Bañado en esplendor, lleno de aurora, / de aquel instante en la sagrada calma, / a la sombra dormido de la palma, y del césped florido en el regazo / estaba Adán, la varonil cabeza / en el robusto brazo, / y esparcida a la brisa juguetona / la melena gentil; pero la altiva / frente predestinada a la corona, la noble faz augusta de belleza / en medio de su sueño, revelaban / severa y melancólica tristeza (Eva).
Justo Sierra (1848 – 1912). Baje a la playa la dulce niña, / perlas hermosas buscaré, / deje que el agua durmiendo ciña / con sus cristales su blanco pie... // Venga la niña risueña y pura, / el mar su encanto reflejará / y mientras llega la noche oscura / cosas de amores le contará (Playera).
Miguel Ramos Carrión (1848 – 1915). Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos, / su seminarista de los ojos negros; / cada vez que pasa gallardo y esbelto, / observa la niña que pide aquel cuerpo / marciales arreos. // Cuando en ella fija sus ojos abiertos / con vivas y audaces miradas de fuego, / parece decirla: — ¡Te quiero!, ¡te quiero!, / ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo! / ¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero! / A la niña entonces se le oprime el pecho, / la labor suspende y olvida los rezos, / y ya vive sólo en su pensamiento / el seminarista de los ojos negros (El seminarista de los ojos negros).
Manuel Acuña (1849 – 1873). Iba llorando la Ausencia / con el semblante abatido / cuando se encontró en presencia / del Olvido, / que al ver su faz marchitada, / le dijo con voz turbada: / sin colores, / “Ya no llores niña bella, / ya no llores, / que si tu contraria estrella / te oprime incansable y ruda, / yo te prometo mi ayuda / contra tu mal y contra ella”. (La ausencia del olvido).
José López Portillo y Rojas (1850 – 1923). Pasó la tempestad. Bajo el asombro / de mis creencias cándidas y hermosas, / de mi sencilla fe ni un rastro guardo. // Y más que pesadumbre, siento asombro, / al ver que donde antaño sembré rosas, / brotó cicuta y cruzóse el cardo (A un ingrato).
Juan de Dios Peza (1852 – 1910). Cada obelisco de pie / me dice en muda arrogancia: / tú eres dudas e ignorancia, yo soy el arte y la fe. (En las ruinas de Mitla).
Salvador Díaz Mirón (1853 – 1928). ¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro? / ¿Por qué se obstinan en volverse así / la aguja al norte, el heliotropo al astro, / la llama al cielo y mi esperanza a ti? (AM…).
Manuel Gutiérrez Nájera (1859 – 1895). Ama a cuantas / te quieran también amar, / porque siendo tantas, tantas / ¡no las podrás recordar! // ¡Ama al velo / que solo las almas malas / están prendidas al suelo! / ¡Todo lo que sube al cielo / tiene alas! (Ama a prisa).
Francisco González de León (1862 – 1945). Tardes de beatitud / en que hasta el libro se olvida / porque el alma está diluida / en un vaso de quietud. // Tardes en que están dormidos / todos los ruidos. (Íntegro).
Luis G. Urbina (1864 – 1934). No sentí cuando entraste; estaba oscuro / en la penumbra de un ocaso lento, / el parque antiguo de mi pensamiento / que ciñe la tristeza, cual un muro. // Te vi llegar a mí como un conjuro, / como el prodigio de un encantamiento, / como la dulce aparición de un cuento: / blanca de nieve y blonda de oro puro (Hechicera).
Amado Nervo (1870 – 1919). Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente / para el amor, para la cálida / comunión del amor, tu boca joven; / pero hay algo mejor aún: ¡tu alma! (A Leonor).
Enrique González Martínez (1871 – 1952). Cuando sepas hallar una sonrisa / en la gota sutil que se rezuma / de las porosas piedras, en la bruma, / en el sol, en el ave y en la brisa; // cuando nada a tus ojos quede inerte, / ni informe,
...