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LAS HORAS SECRETAS


Enviado por   •  6 de Marzo de 2017  •  Síntesis  •  494 Palabras (2 Páginas)  •  229 Visitas

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a) Las horas secretas.

Fragmentos del cuento “Las horas secretas”, de Ana María Jaramillo1, ponen en evidencia la forma en que negamos o distorsionamos la realidad objetiva para no enfrentar el dolor o el sufrimiento, empeñándonos en construir una realidad alternativa que, siendo engañosa, por una parte nos sirve como paliativo y, por otra, consume vanamente nuestra energía y vitalidad.

Todos tenemos experiencias que podemos evocar a través de la que aquí se describe. El ejercicio consiste en recordar alguna de ellas y relatarla en el espacio para ello destinado (puedes extenderte todo lo que sea necesario), y después reflexionar sobre aquellos aspectos que protegimos de nosotros mismos, cómo lo hicimos, y las consecuencias que la experiencia nos ha reportado, tanto en aquel momento como en el presente.

LAS HORAS SECRETAS

“… me cambié de apartamento, lo arreglé con amor, colgué cuadros, sembré geranios, limpié pisos, puse cortinas, decoré mi alcoba y soñé dormir con mi negro en estas sábanas limpias. Desesperé por una llamada o una nota. El silencio fue total y mi desilusión también.

¿Qué tal le haya pasado algo?, ¿y si está en peligro? Pensaba que algo le había sucedido. No podría tratarse de un olvido. Repasaba nuestros momentos juntos y pensaba lo felices que habíamos sido, imposible olvidarme, descarta esa parte.

Tan pronto encuentre algún teléfono me llamará, me decía una y otra vez. Cuando sonaba el teléfono tenía listos la emoción y el reproche, pero sólo se trataba de número equivocado o de una llamada sin importancia para mí.

Pasaba la primera semana sin noticias suyas, busqué amigos comunes, leí los periódicos persiguiendo una señal, tal vez un tapete para destejer habría sido de gran ayuda.

Dejaba recados avisando dónde me encontraba, daba instrucciones por si alguien me llamaba, cada hora revisaba la línea telefónica, marcaba desde distintos puntos de la ciudad para comprobar que se recibían bien las comunicaciones. Dormía con el aparato al otro lado de la cama y subía el volumen del timbre. Volví a preguntarle a quienes lo conocían, viajé a la ciudad donde creí que se encontraba, paseé por las calles, repetí cuanto habíamos hecho juntos, pregunté al cielo, al sol, a los pájaros, a la noche, a la rumba, a Rubén Blades, a Juan Pachanga, a los locos, a los mendigos, a la televisión, a mi corazón, y nadie me dijo nada. Tal vez estaría muerto y no se habían preocupado de buscarlo; si los alertaba quizás me dirían la verdad. Yo la presentía pero me debatía entre los celos, la sensación de abandono y el temor de que le hubiese pasado algo mientras yo, por comportarme como una tonta, lo buscaba tan tímidamente.

Después de varias semanas y cuando mi brújula estaba más perdida que el negro, conocí la razón

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