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La Politica

9712171329 de Mayo de 2014

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LA PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA

Y SU RELACIÓN CON LA EDUCACIÓN *

Fragmento del libro “Educación y Democracia: un campo de combate Estanislao Zuleta”

LA DEMOCRACIA, aunque tiene una larguísima historia, es dificil de definir. Antes de ofrecer una definición de democracia es importante hablar de sus dificultades, de

sus exigencias, y de todo lo que cada uno de nosotros tiene en contra de ella.

En estas condiciones un criterio de democracia reclama mucho de nosotros.

DIFICULTADES DE LA DEMOCRACIA

En primer lugar la democracia implica la aceptación de un cierto grado de angustia. Dos ejemplos muy antiguos podrían servir para tratar de explicar esta primera y curiosa exigencia de la democracia. Grecia, a pesar de ser una sociedad esclavista, tenía a su modo una democracia, y desde el punto de vista ideológico era una sociedad pluralista. Se podía ser partidario de un materialista o de un idealista (de Heráclito o de Parrnénides) sin que por ello pasara algo, aunque había limitaciones. Sócrates, quien fue demasiado lejos en su dureza racionalista, fue condenado a muerte. El caso de Anaxágoras no fue tan grave; fue expulsado por haber afirmado que el Sol no era más

que una piedra ardiente, y como éste estaba ligado a todos sus mitos, la definición resultó demasiado dura para el público griego. Sin embargo la democracia griega, a pesar de ser funcional e importante, era supremamente limitada ya que estaba restringida a una parte minoritaria de la población.

Muy probablemente en la democracia griega se encuentre una de las razones que explican el origen de la ciencia. El hecho de que los griegos no tuvieran un dogma intocable, un gran texto sagrado (el Corán, la Biblia, los sermones de Buda o cualquier

otro) con relación al cual pudieran ser tratados, ya no en términos de verdad o falsedad, sinc de herejes u ortodoxos, contribuyó a no limitar su pensamiento. Existían desde luego religiones en Grecia y, sobre todo, la mitología exaltada por los poetas (Homero, Hesíodo, etc.); pero no había dogmas en manos de una casta que tuviera un poder

real. Esto es interesante porque es la libertad la que hace posible la lógica y da lugar a la ciencia, y no al revés. La idea expresada en la afirmación "la verdad os hará libres", expuesta en el Evangelio de San Juan, sería mejor invertirla. Es la libertad la que

nos obliga a ser verdaderos en los juicios; como no podemos imponer una autoridad intocable, tenemos que aprender a discutir y a demostrar. La necesidad de discutir genera la lógica que termina por ser la matriz de todas las ciencias.

Aprender a demostrar, porque no se puede imponer, es un criterio decisivo para el desarrollo de la ciencia. Antes de los griegos ya había ciencias; los egipcios tenían

una geometría práctica, conocían la manera de reducir áreas de diversas dimensiones a una unidad de medida y manejaban muy bien la geometría plana y la geometría espacial como lo demuestran sus canales y sus pirámides. La practicidad de estas ciencias,

no fundadas por los griegos, y la necesidad de la demostración (como ocurre en la geometría euclidiana, que procede sistemáticamente, y resulta accesible para cualquiera que siga el proceso) sirvieron para que el saber no fuera propiedad de una casta ni estuviera escondido en libros herméticos, sino para que, por el contrario, fuera un saber abierto. La idea de "ciencias ocultas" es una contradicción en los términos, como el

hielo frito. La ciencia es abierta y accesible y no puede estar en las manos de una casta cerrada.

LA DEMOCRACIA ES FRÁGIL

La libertad no solamente hizo posible la aparición de la ciencia en Grecia sino también de la tragedia. La carencia de un texto sagrado que haga las veces de referente absoluto o de dogma produce angustia, porque cada cual tiene que buscar en qué creer, una guía para su acción o para decidir su vida. Es muy fácil elogiar la democracia, pero es muy difícil aceptarla en el fondo, porque la democracia es aceptación de la angustia de tener que decidir por sí mismo.

La tragedia no consiste en que ocurra una cosa triste, horrible o espantosa: la muerte de un niño amado es algo dolorosísimo, pero no es una tragedia. La tragedia ocurre cuando se enfrentan dos alternativas igualmente válidas, pero que resultan contradictorias e incompatibles y entre las cuales hay que decidir. Si la situación de Antígona resultó trágica fue precisamente porque tuvo que enfrentarse a dos alternativas incompatibles:

su creencia en las leyes de la ciudad, y la situación del entierro de su hermano (y padre) Edipo. Las leyes de la ciudad prescribían que Edipo no podía ser enterrado, y tenía que ser abandonado a las aves en el campo; ella, movida por su amor, quería hacerle los honores del entierro, llorarlo y ejercer su derecho a hacerlo. Los griegos tenían un aprecio inmenso por la ciudad; ésta era parte del propio ser. La ciudad era un referente de definición de la identidad más hondo y más íntimo que la familia, como nosotros hoy difícilmente podríamos imaginar.

Entonces, Antígona se enfrentó al rey de Tebas, con palabras inolvidables, a sabiendas de que su enfrentamiento podía costarle la vida: "Sé que está prohibido hacer lo que hice, pero las leyes que seguí no son las leyes de la ciudad; también sé que no son las leyes que tú dictas, porque no son ni de hoy ni de ayer sino de siempre, porque están escritas en el corazón humano".

Abraham, por el contrario, vive en un contexto diferente. El judaísmo antiguo es un mundo donde existe la tranquilidad y la seguridad de una autoridad indiscutible, garantizada y definida. Allí no hay tragedia. Abraham tiene una guía absoluta: la voluntad de Dios, de quien se siente acompañado y elegido para ser guía de su pueblo. Cuando llega a Egipto, ocurre un hecho sobre el cual los griegos habrían producido quién sabe cuántas tragedias. Al faraón le gusta Sara, su esposa. Frente a este hecho, la hace pasar por su hermana y la entrega al harén del faraón, porque su deber era llevar a su pueblo a Egipto para que allí pastaran sus ganados y no perecieran en la sequía. Su deber era muy claro porque era una orden divina. Abraham no tenía dudas y no tenía tampoco que inventar su conducta ni decidir entre dos alternativas -ambas amadas- porque estaba guiado por una palabra sagrada, que decidía por el.

Pensar por sí mismo es más angustioso que creer ciegamente en alguien. Nombrar algún líder, algún guía, cualquiera que sea el nombre que le demos (Hitler, Mao Tse-Tung, Khomeini, etc.), genera un entusiasmo enorme porque libera de la angustia, de la responsabilidad, de la duda sobre si lo que estoy haciendo realmente está bien hecho o no. La palabra del líder nos economiza todos esos problemas.

El hecho de que un pueblo tan evolucionado como el alemán, salga como un solo hombre detrás de Hitler, después de haber producido la mejor cultura -Goethe, Marx, Beethoven y Kant entre muchos otros- nos permite ver que la democracia es frágil. Su fragilidad procede de que es difícil aceptar el grado de angustia que significa pensar por sí mismo, decidir por sí mismo y reconocer el conflicto.

DEMOCRACIA ES MODESTIA

En segundo lugar la democracia implica igualmente la modestia de reconocer que la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo es enriquecedora; que la propia visión del mundo no es definitiva ni segura porque

la confrontación con otras podría obligarme a cambiarla o a enriquecerla; que la verdad no es la que yo propongo sino la que resulta del debate, del conflicto; que el pluralismo no hay que aceptarlo resignadamente sino como resultado de reconocer el hecho de que los hombres, para mi desgracia, no marchan al unísono como los relojes; que la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o convicciones, debe llevar a la aceptación del pluralismo con alegría, con la esperanza de que la confrontación

de opiniones mejorará nuestros puntos de vista. En este sentido la democracia es modestia, disposición a cambiar, disposición a la reflexión auto-crítica, disposición a oír al otro seriamente.

En realidad, no hay ninguna teoría, de cualquier clase que sea, que pueda pretender un enfoque total, ni mirada alguna que globalice el paisaje humano en su complejidad. Los enfoques sobre un mismo objeto, cuando provienen de un pensamiento propio, se completan y se combaten a la vez. Kant, que para su época y para la nuestra fue un gran

maestro de la democracia, no amaba en absoluto el concepto de tolerancia; le parecía que era muy pretensioso porque parecía implicar la idea de que era inevitable tolerar las opiniones de otros, pero sobre la base de la convicción inmodificable de que

"yo sé que tengo la razón". El concepto de tolerancia no le parecía especialmente fuerte ni adecuado para hablar de democracia; ésta, por el contrario, consiste en sentir alegría por las diferencias que puedan existir entre nosotros, en la certeza de que los conflictos son inevitables, y de que, a pesar de que no nos van a conducir a unanimidad alguna, nos van a enriquecer.

En tercer lugar la democracia implica igualmente la exigencia del respeto. Respeto no quiere decir lo que cierta ideología liberal imagina: dejar que todo el mundo piense lo que le venga en gana y hacer uno lo propio. Este tipo de respeto con-duce a un mosaico de microdogmatismos, en el que cada cual tiene su punto de vista y respeta el ajeno con tal de que no se metan con

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