La Tierra Roja De Tara

Acompañada de herramientas de registro, la tradición arqueológica pretendía estudiar, clasificar y rescatar entendidos de civilizaciones pasadas. Pero sobretodo, guardaba la intención de someter al papel, simétrico y confiable, al riesgo latente de que fallara la memoria: una habilidad nada científica, cercana a la intuición y los consejos maternales. Esta facultad, vinculada tanto a la historia como a nuestras habilidades psíquicas, es un fenómeno oscuro. Se desenvuelve de maneras distintas entre cada individuo y su construcción es comparable al ensamblaje aleatorio, aunque resistente, de un proyecto arquitectónico perdurable. En otras palabras, es una ciudad de restos en constante regeneración. Es probable que inmediatamente pensemos en escombros antiguos, estructuras vencidas y pedazos de piedra; no obstante, es en estos paisajes llenos de maleza y abandono, ante la tierra levantada, donde se vuelve evidente que el viento y la temperatura ya han desarticulado culturas a lo largo del tiempo.

Tara es un estudio del campo, fuera de la práctica costumbrista que enaltece el folclore de la región. Ramírez Limón recupera el imaginario natural de una forma quizás no tan pletórica como honesta y abatida. La flora, cansada de estar sedienta, es ahora vencedora: teje púas y matorrales en lo que suele llamarse finca, propiedad o también casa. De repente entendemos que un fruto ácido y brillante puede convertirse en piedra. Tara tiene a su vez un nivel literario; su contenido funciona a manera de evidencia. Las pruebas (imágenes, objetos, palabras, sonidos) pueden conectarse para construir un argumento o un plano de significados de larga duración. La trama se presenta como el retorno a un nido abandonado. Pareciera que la idea generalmente asociada al hogar, extraída de novelas rosas, añoranza y parafernalia nostálgica, no funciona en un territorio inhóspito como el desierto: un hábitat hostil y desafiante enfrentado al orgullo del colono tras conquistar la naturaleza ajena. Las películas nos cuentan mentiras.

Éste repertorio de imágenes hilvanado misteriosamente tiene también un tibio tinte cinemático. En el tenue cruce de la práctica documental y la ficción, los temores, símbolos y utilería trivial se han confundido hábilmente para proponer un escenario donde podría ocurrir el Western más triste o una historia de amor inacabada. El autor traduce la cualidad simbólica de un lugar ficticio a su propio fondo, que si bien corresponde a un contexto diferente al de Gone With the Wind (1939), porta vestigios de un pasado triunfante: el sueño dorado del rancho, paraíso bucólico que tal vez existió y permanece en las regresiones repentinas de viejos durante el sueño. Al fin y al cabo, un montaje. En este nivel, es importante destacar las vicisitudes de la evocación. Aquí hablamos de la ruina, no de la que indica decadencia y apunta al pasado, sino la que permite la interposición

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