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Los Rios Profundos


Enviado por   •  16 de Septiembre de 2012  •  1.329 Palabras (6 Páginas)  •  1.387 Visitas

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Las entradas que siguen corresponderán a un nuevo ensayo, esta vez de tenor algo distinto al anterior. Se trata de un texto breve en torno a un interesante ensayo de Gustavo Gutiérrez: Entre la calandrias. El libro que menciono es un estudio sugerente de la obra de José María Arguedas desde una lectura enmarcada en el pensamiento del teólogo peruano, pero que hace profunda justicia, creo, a la obra de Arguedas. Mi propuesta es una lectura un poquito más amplia, en el sentido de explicitar algunas de las tesis que Gustavo supone en su aproximación. Espero que la lectura sugiera algunos comentarios y reflexiones. Añado dos cosas, simplemente. En primer término, que, en efecto, se trata de un ensayo de tenor distinto; pero contruido en una misma perspectiva de trabajo. Mi ensayo anterior ha querido demostrar los puentes posibles entre la teología de Gutiérrez y la de Caputo. Una lectura fina de ambos autores podrá ver también esas conexiones allende las obvias diferencias. En segundo lugar, escribo estas líneas a pocos días de las bodas de oro sacerdotales de Gustavo (12/1/09). Que sean, pues, unas líneas de homenaje para un sacerdote y teólogo amigo a quien leí con admiración hace años y con quien compartí con mucho cariño hace poco.

Hace algunas semanas, un amigo común al Padre Gutiérrez y a mí, me contó una anécdota muy reveladora acerca de las relaciones entre José María Arguedas y teólogo peruano. Alguna vez conversando acerca de temas variados, José María le hizo manifiesto a Gutiérrez su ateísmo y justificó, dentro de una lectura enmarcada en el comunismo que siempre había calado en su corazón, tal ausencia de fe. Gustavo Gutiérrez empezó a hablarle al autor de Agua, acerca de un Dios distinto: un dios liberador, preocupado por el pobre, por el que sufre, por los marginados de la sociedad, etc. Arguedas le dijo: “Bueno, Gustavo, de ese dios yo nunca he sido ateo”.

Quisiera iniciar este breve ensayo aludiendo a esta enriquecedora anécdota. No es para nadie secreto que ambos autores, ya casi hacia el final de la vida de Arguedas, iniciaron una relación que empezaba a volverse cercana: algunas conversaciones valiosas, intercambios verbales y escritos, menciones mutuas en misivas y textos, etc. Pero había entre ellos un vínculo más vital, un nexo cuya intensidad forjaba entre ambos una amistad profunda: el deseo de liberación, la liberación del pobre. Trataré en lo sucesivo de hacer una lectura del modo en que esta noción de liberación está presente en ambos intelectuales usando como hilo conductor la metáfora del río empleada por Arguedas.

Sostiene González Vigil, respecto de las connotaciones del título, en su edición de Los Ríos profundos:

“Se apoya en la diferencia geográfica entre la Costa y la Sierra. En la primera, los ríos del Perú son de cauce superficial, escaso caudal y, en la mayoría de los casos, tienden a secarse durante varios meses del año. En cambio, en la sierra son de cauce profundo, caudal generoso que, en las partes altas y zonas de corte de la cordillera, fluye con fragor de tempestad [...]. A partir de ello, Arguedas connota la profundidad -las sólidas, ancestrales raíces, matrices de identidad nacional del Perú- de la cultura andina, en contraposición al carácter sobreimpuesto -violencia de la dominación, actitud de dependencia de una metrópolis extranjera, desprecio y marginación de las raíces autóctonas- de la cultura occidental y cosmopolita a espaldas del legado histórico milenario del Perú”[1].

Una cita interesante que nos enlaza muy bien con la fuerza que se desprende del nombre de una de las más célebres novelas de Arguedas. La reflexión de nuestro autor atiende, pues, a la marcada escisión que afecta al Perú. Una ruptura que la referencia a la profundidad del río serrano rescata con audacia. Aquel río por el cual el torrente fluye “con fragor de tempestad”. Como sabemos, el contacto del pequeño Ernesto con la naturaleza se convierte siempre en una

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