Los aguijones marcan, impávidos, las 2 am . Se empapa al sur
yanarca9 de Mayo de 2014
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Los aguijones marcan, impávidos, las 2 am . Se empapa al sur.
En la arista de Independencia y Gral Paz unos cuantos degustan, distraídos, elíxires caseros. Charlan amenos, intercalando risas amplificadas por el poco ruido de la madrugada. Se arrima tímido y les inquiere sobre ella. Miran desentendidos y encojen sus hombros en señal de desinterés. Y continúan con la rutina de gastar la ordinaria neblosa del instante.
Decide continuar la requisa y, en actitud quimérica, enfila hacia la australidad de Solís y Belgrano.
Allí la encuentra. De sorpresa.
Esta parada y tiesa con los faroles clavados hacia las perlas titilantes. Aunque hay algo que la atrapa y la abisma, a la vez. Algo que no logra descifrar de la esfera argentada, vedette indescriptible en el éter.
La interrumpe.
Le propone que se sume a la pesquisa vociferada pero no estrenada, aún. Rara actitud de las gentes. Ese instinto premonitorio de avanzar sobre lo no ocurrido, en un intento de elevar sus espíritus analógicos.
Suben al remisses que los deyecta hacia el norte. Mientras tanto, detalla aquello que supone será, en un ahora inmediato. Habla con palabras, manos y vistazos destellantes. No le alcanza la fonética para indagar en la sospeche. Asume la estampa de una perfecta desconocida conocida.
Una rareza profunda invade el aire en el habitáculo del locomovil. Piensa fúlgido: los buenos escritores son malos lectores. La observa y confirma el brocardo.
Llegan a P L Gallo y Belgrano. El nombre de la intersección, miles de veces transitada, le rechina inigualable. Novel.
Inmóviles en la acera, cae en la cuenta que la interioridad ha variado; ha cedido a las precipitaciones retentivas. Cavila entre los monstruos galopantes del pasado. Sólo logra escapar aquel que lo ubica, en una lejana noche de lluvia en la mitad exacta de los '80, justo en la misma esquina. Mofándose desafiante, sin importar el tiempo, ni sospechar lo que las moiras le depararían.
Regresa ajado al momento. Ella percibe la transformación en la superficie. Se concentra y pregunta, contrariada, por lo que sucede. Le miente. Y siguen hacia el Parque.
Los pocos despabilados no dejan de piropear al cielo, aunque sea entredientes. Embelezados por lo que acontecerá.
Se detiene un instante. Aferrado a un mundo natural. La sinrazón envalentona al desamparo. Se engaña filoso.
Llegan a Olaechea y Mitre. Se despide inoportuna. En el camino impuso su monólogo ante su ensimismamiento.
Retoma la faena, pero ahora, entre eucaliptus añejos y luces fosforecentes. De las nuevas.
El Parque está más anacoreta que nunca. Las bellas figuras que lo suelen surcar se retiraron. Solamente los fantasmas de estatuas lo inquietan. Como cada noche.
Se hunde en su geografía. Alcanza a percibir los gemidos producto de algún amor periférico y apurado, entre la umbría. Sonríe. El Parque resulta el gran lecho para la gratuita y ansiada clandestinidad . Tal vez, lo único real sobreviviente.
Pero es el domo celeste el que lo retrae. Se dirige al río.
Ella sigue allí. Son las 4 a m. Ya muestra sus primeras metamorfosis.
La ciudad entresueña.
Una parejita interrumpe el momento. Pregunta por no se qué. Le responde. Miran al cielo. Se abstraen.
¿Que hace tan cercanamente lejos de vos?
Ella muda ante su vista. Roja, rellena, elegante. Sin calma...
Son las 5 a m. El ruido urbano comienza a hacerse notar nuevamente. Las gentes despiertan dispuestas a asumir sus enmascaradas facetas. Se despabilan para ponerse productivos, una vez más. Casandra así lo ha resuelto y no se animarán a cuestionarla ¿Para qué?
En la esquina de Belgrano y Viamonte, justo al lado del semáforo que se tiñe de amarillo, una musa esbelta y fingida, se desnuda impoluta.
Los que pasan por
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