Mando Y Conduccion
28 de Julio de 2013
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La
Conducción Militar
Com. (R) Carlos A. Baratti, FAA
Este trabajo pretende alcanzar los siguientes objetivos: que el lector conozca qué se entiende por mandar con prudencia y sin ella; qué es conducir, sus requisitos y características; y la conducción militar a la luz del Reglamento del Régimen del Servicio (RAG 11). Ninguno de los temas a considerar se da por concluido. Por el contrario, están pensados para que sirvan de puntos de partida para otros estudios comprensivos de la conducción militar.
Balmes enseñaba que “todos los grandes hombres se han distinguido por una actividad infatigable; esta es una condición necesaria para su grandor; sin ella no serían grandes. La vanidad impele a veces a ocultar los sudores que cuesta una obra, pero téngase por cierto que poco bueno se hace sin mucho trabajo, que aun los que llegan a adquirir extraordinaria facilidad no lo consiguen sin haberse preparado con dilatadas fatigas. Deséchese pues la vanidad pueril de fingir que se hace mucho trabajando poco; nadie debe avergonzarse de las condiciones impuestas a la humanidad entera y una de éstas es que no hay progreso sin trabajo”.1 Por eso estas líneas fueron escritas para quienes estén dispuestos a prepararse “con dilatadas fatigas”, como una ayuda a esa ardua tarea de alistamiento que requiere la conducción militar superior.
El capitán José Luis Elena decía que “una formación adecuada minimizará también el riesgo de caer en los varios vicios en los que el que manda suele caer, por ejemplo, el abuso de autoridad y la soberbia”. De allí que es razonable citar algunas sencillas definiciones referidas a conceptos básicos que servirán como plataforma de partida común para avanzar juntos en el desarrollo del tema.
Comodoro (R) Carlos A. Baratti, este oficial superior de la Fuerza Aérea Argentina pasó voluntariamente a retiro en diciembre 1986 después de extensa carrera en distintos destinos. Fue especialista en radar y realizó cursos de radar y electrónica. Así mismo se graduó como Instructor Académico, Oficial de Estado Mayor y posteriormente asistió al Curso Superior de Conducción. Entre 19762 y 1973 se desempeñó como observador militar al sevicio de las Naciones Unidas en Medio Oriente, con asiento en El Cairo (Egipto) y desde 1987 es profesor de la Escuela Superior de Guerra Aérea. Ha realizado numerosas publicaciones técnicas y relacionadas con la defensa nacional en medios institucionales de la FAA.
El mando es la autoridad y poder del superior sobre sus subordinados, en tanto que la autoridad es la potestad de mandar y de gobernar, y el poder es el dominio, imperio, facultad y jurisdicción que se tiene para ordenar o hacer una cosa.
De acuerdo con la idea de que el mando bien ejecutado trasciende en la conducción, razonamos que esta última puede iniciarse cuando el que ejerce el primero no se conforma con hacerlo de cualquier modo, sino que busca mandar bien y cada vez mejor. El mandoneo es realizado por el mandón o sea aquella persona que es demasiado aficionada a mandar, pero que no se preocupa sobre los modos o formas de hacerlo. Por otra parte, no hay conducción posible si se omite el ejercicio del mando. Confundiendo mandar con mandoneo o por simple inexperiencia, algunos creen que no conducen al mandar, y que los que conducen no deben mandar. Nuestro R.A.G. 11 expresa que conducir es “inspirar mas que exigir, dirigir más que mandar”.
Quien imparte una orden para asegurar el cumplimiento de un deber, debe saber inspirar y dirigir, pero también tiene que saber mandar y exigir todas las veces que sea preciso, de la mano de la prudencia. Quien ejercita el poder del mando se encontrará con subordinados obedientes, leales y dinámicos, pero también con gente indolente e indisciplinada. El no mandonear es siempre elogiable. Es prudente no exigir en demasía ni mandar en exceso, pero el jefe no debe autosuprimir sistemática y permanentemente la autoridad y el poder de hacerlo.
Para ampliar nuestra perspectiva sobre las consecuencias del mandoneo, el mandar incorrectamente o el mandar insuficientemente, trataremos algunas cuestiones vinculadas con el mando imprudente. Pero previamente haremos consideraciones sobre la virtud de la prudencia, un hábito que se refiere siempre al bien, permite discernir lo bueno de lo malo, y proceder con moderación y justicia en la acción del mando. Puesto que la prudencia es un saber para obrar, el hábito de ser prudente es inseparable de la sabiduría en el mando.
La prudencia es una virtud práctica y operativa por excelencia, que dispone y organiza los medios conducentes al fin. Santo Tomás dice que el mando es el “último y principal acto de la prudencia” y es esta virtud la que indica lo que conviene hacer u omitir en el ejercicio del mando. Su estudio y puesta en práctica es un requisito que suponemos indispensable para los que ejercitan el mando con responsabilidad.2
El mando imprudente
“Quien manda, actúa, no filosofa; quien manda es práctico, no teórico; quien manda es obedecido o no manda”. Si bien interpretamos que estas tres premisas son ciertas, el no teorizar o no filosofar no equivale a actuar de cualquier modo. El mando se revela siempre como una práctica difícil.
Quien manda no opera sobre mecanismos que le responden automáticamente, sino actúa sobre otros hombres para que obren según lo desea. El que manda asume la libertad de los que obedecen y los dirige en un sentido determinado. No hay mando sin obediencia, y ambos términos se influyen mutuamente. José Hernández, por boca de Martín Fierro, recomienda el acatamiento a la autoridad diciendo que “obedece el que obedece/y será bueno el que manda”. Con un enfoque particular, se le puede insertar una exigencia a la autoridad, expresando “mande bien el que manda/y será bueno el que obedece”. Pensamos que ambas aseveraciones son objetivamente válidas, se complementan y se integran.
La imprudencia en el mando debilita a las organizaciones. Reflexionar sobre el mando para superar sus aspectos negativos no es tarea inútil, por lo cual nos referiremos a los ejemplos extremos (los buenos y los malos) como símbolos del mando imprudente y sabiendo que entre ambos límites se despliega la rica gama del mando eficaz.
El bueno
Este tipo de jefe está convencido sobre la absoluta bondad natural del hombre, o tal vez está más preocupado acerca de su comodidad personal que en cumplir y hacer cumplir las exigencias del deber. Acaso es un ególatra que busca popularidad demagógica; quizá es un exquisito capaz que no asume las realidades del mando. Opina pero no obra; juzga pero no actúa. A veces es el mando que “deja hacer, deja pasar”, y otras se trata del que no deja hacer y no deja pasar, pero tampoco hace ni pasa. El temor y la vacilación paralizan su accionar y frena el de sus subordinados. Ni el jefe que todo consiente, ni el dubitativo, logran fortalecer el organismo bajo su mando. Cuando se actúa desorganizadamente, con impulsos individuales, o no se puede obrar, la organización se atrofia y el letargo se expande entre quienes no reciben motivaciones emotivas e intelectuales para desarrollar su actividad.
El bueno nunca molesta, jamás pregunta, no controla, no corrige ni exige, no impulsa ni enseña, no orienta. Sus dependientes viven despreocupados e inmersos en una holgazanería degradante, forzados a una inactividad posiblemente no deseada, o están librados a un desempeño autónomo, esporádico e incoherente. Estamos en el ámbito de lo muerto, de la descomposición. La ausencia del ejercicio del mando se traduce en organizaciones inoperantes y planteles humanos desaprovechados.
Si aceptamos que la bondad es la perfección del ser, no podemos admitir que la haya en un mando inoperante. En la medida que un mando es irresoluto, indeciso, inhibido, inactivo, estático, blando o amorfo, el mando bueno es un mando negativo y débil. Si hubiera que darle un nombre clave para identificarlo podríamos nominarlo Mar Muerto, porque es infecundo.
El malo
Este tipo de jefe está convencido que sus subalternos son seres inferiores; no establece los canales de comunicación convenientes; trata a sus hombres como entes desprovistos de voluntad, inteligencia, libertad y personalidad, y desearía poder dirigir robots en lugar de tener que habérselas con seres humanos. No satisface necesidades sicológicas básicas como la de seguridad o reconocimiento personal, y le gustaría ser temido antes que infundir respeto y aprecio. Es frecuente que el jefe malo exija a su personal sin saber o querer dosificar los esfuerzos. La aceptabilidad de las tareas y su costo humano no le preocupan, y hasta no le importa la factibilidad, por lo que reclama imposibles.
Sus hombres se saturan con su mando prepotente e irracional, donde el capricho sustituye al criterio certero, ilustrado y ponderado, y a la regla normativa que es común para los que mandan y obedecen. El jefe malo es generador de constantes malestares, de conflictos anímicos e incitador a la rebeldía, por lo que es un mando malo.
A lo mejor está capacitado para manejar máquinas o esclavos, y no para conducir hombres que con lealtad y responsablemente se someten al cumplimiento del deber sin servilismos, con dignidad profesional y personal. Este mal mando puede designarse con la clave Pirámides Egipcias, porque su desubicación histórica es de más de 5 000 años, cuando las estructuras de piedra eran edificadas al precio de vidas humanas hecha pedazos.
Algunas reflexiones
¿Qué ocurre en las organizaciones con un mando imprudente? Parecería que el mando bueno no tendría probabilidades de subsistir porque es fácil de detectar y eliminar. Las curvas de producción
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