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Memorias De Un Ingeniero


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2014  •  789 Palabras (4 Páginas)  •  184 Visitas

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Ebook_memorias de Un Ingeniero

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Publicado porSupertallonidas

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con ellos. Los miraba con curiosidad, con admiración, no con desprecio. Ellos me aceptaron. Las señoras pedagogas religiosas consideraron que a mi me podía afectar aquello de manera negativa y avisaron a mis padres, que todavía se estaban acordando de lo del pecado. Mis padres no pensaron que fuese un problema. Yo seguía siendo el mismo y sacando las mismas notas. Aunque, eso sí, empecé a decir tacos. El profesor de matemáticas (don Ángel, que me regaló un ejemplar de

Yo, robot

que aún conservo) consideró que, de hecho, aquello quizá pudiese afectar a alguien de la ultima fila de manera positiva. Aquel matemático tenía mas alma que todas las beatas. II. Resultó que los negros no eran tontos. Sólo pobres. No tenían cuarto de estudio en casa, a veces ni siquiera libros. Algunos venían por mi casa y usaban los míos. Siempre andaban metidos en historias, en peleas, no aparecían por el colegio dos semanas... pero alguna vez pasaban por mi casa, merendaban con mi familia, y hacíamos los deberes. Ellos tenían algo especial, algo bueno. Fueron buenos amigos. Leales. Sobre todo Julio, el más temido de todos. Era el líder. Mi madre me llevaba al colegio. Julio iba sólo. A veces nos encontrábamos y hacíamos el camino juntos. Yo me había salido de mi fila. Alguno de los condenados también pudo salir de la suya. Julio aprobaba los exámenes. Pasaba de curso. Aquello me lo pagaron multiplicado por mil. Hicieron por mí todo cuanto estuvo en sus manos. Me defendían, me protegían. Para casi todos los demás niños, había zonas prohibidas. En especial, la plaza de los gitanos. Ahí no se podía ni entrar. Pero yo jugaba en ella. Y me lo pasaba de puta madre. Vivía sin miedo. Recuerdo la primera vez que fui a la plaza. Mi ropa no estaba sucia. La de ellos sí. Todos se me quedaron mirando. Julio dijo:

-A éste, hay que respetarlo. Y no se habló mas. Una mañana íbamos Julio, mi madre y yo, de camino al colegio. Era la fiesta de navidad. Mi madre paró en un kiosco y nos compró una pandereta a cada uno. Teníamos doce años. Hace no mucho, a mi madre la paró un hombre por la calle. -Yo a usted la conozco, señora. -Ay, pues me va usted a perdonar, pero yo no caigo... y el caso es que me suena. -Usted a mi me regaló una pandereta. Se rieron un buen rato. Julio le preguntó por mí.

El niño está bien, se ha hecho ingeniero,

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