PROMETEO Y EL FUEGO DE LOS DIOSES

PROMETEO  Y EL FUEGO DE LOS DIOSES

Era en un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a estas le llegó la hora marcada por el destino, los dioses las modelaron en las entrañas de la Tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y a su hermano Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución. “Una vez que yo haya hecho la distribución tú la supervisas”. Así comenzó a distribuir. A algunas especies les proporciona fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otras más débiles. A las que daba un cuerpo pequeño las dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarecerse; a las que daba un cuerpo grande, precisamente mediante este, las salvaba.

De modo equitativo iba distribuyendo las facultades; pero, sin darse cuenta, las gastó todas en los animales. Quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llegó Prometeo y vio a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado y sin abrigo. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre, Prometeo se dirigió al cielo y encendió una antorcha con el fuego del sol. De esta forma. Prometeo robó a los dioses el fuego para los humanos.

Este acto trajo graves consecuencias al benefactor de los mortales. Zeus lo mandó a encadenar a una roca en el Cáucaso. Durante muchos años permaneció clavado al peñasco mientras un águila lo atacaba comiéndole el hígado, órgano que se le regeneraba durante la noche. Pero su padecimiento terminó cuando fue liberado por Hércules, quien además mató al ave.

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