Pulgar Clemencita

Había una vez un pueblo pequeñito y muy lejano en el departamento del Caquetá, que había sido atacado por unos hombres a los que se les conocían como “ogros” por el verde de su ropa y el miedo que infundía a los humildes labriegos su presencia. Aquellos hombres terminaron con la vida de muchos aldeanos, acabaron con su modo de sustento y robaron lo poco que estos tenían.

En este pueblo vivía una pareja de campesinos que tenían cinco hijos, dos niños y tres niñas. Era una familia muy pobre como todas las que vivían en el pueblo y sufrían porque la comida escaseaba y el trabajo no se conseguía. Una noche, mientras la desesperanza reinaba el campesino dijo a su mujer:

- Hortensia, no hay comida ni dinero, tenemos que entregar a nuestros hijos a los ogros, no hay manera que podamos seguir viendo por ellos. La mujer entre asombro y tristeza respondió:

- Mijo, son nuestros hijos, usted sabe que los ogros los torturarán y los condenarán a morir en vida al convertirlos también en hombres de verde ropaje.

En el único cuarto de la humilde vivienda una de las niñas, Clemencita, que se caracterizaba por su carácter curioso y su sobresaliente inteligencia, escuchó la terrible conversación que sus padres sostenían. No podía creer el destino que junto a sus hermanos le esperaba, por lo que trató de encontrar una salida a su terrible problema, pero no pudo hallar la solución que buscaba. La mañana siguiente Hortensia dio a sus hijos arepa con agua de panela de desayuno y el campesino los alistó para salir del pueblo a buscar comida. Convencido de que no tenía más remedio que abandonarlos, éste les dijo:

- Hijos, hoy me acompañarán a la espesa selva a buscar algo para comer pues ya no tenemos nada; dicho esto, partieron los pequeños y Clemencita, que todo lo sabía, aún pensaba en la forma de escapar de su oscuro destino.

Tras una larga caminata, que los condujo al corazón de la selva, los niños y el campesino pararon para descansar. Sabiendo que muy cerca se encontraban los ogros y aprovechando la distracción de los pequeños, el hombre desapareció sin dejar huella alguna. Los niños asustados lloraron desconsolados. Clemencita, la más lista de todos, increíblemente grabó en su cabecita el camino que habían recorrido, utilizando imágenes de árboles con formas especiales y todo aquello que atrajo su atención.

El campesino llegó a su humilde hogar y abrazó a su mujer, que en sus brazos lloraba de dolor. Poco rato después los niños llegaron a su pequeño pueblo y tocaron la puerta de la casa. Al abrir, una mezcla de alegría y desconcierto se apoderó de la pareja de campesinos al ver a sus hijos, pues creían que los ogros los tenían en su poder. La dicha duró solo un rato hasta que de nuevo los campesinos observaron que no había nada para comer. Clemencita, sabiendo que el peligro aún no había pasado escuchó de nuevo detrás de la

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