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¿Qué Le Está Haciendo Internet A Nuestros Cerebros?


Enviado por   •  12 de Mayo de 2015  •  4.340 Palabras (18 Páginas)  •  198 Visitas

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¿Qué le está haciendo Internet a nuestros cerebros?

Por Nicholas Carr

¿Está Google volviéndonos estúpidos? • Nunca un sistema de comunicación ha ejercido una

influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos como hace hoy Internet. Pero a pesar de

todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está

reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura

“Dave, para. Para, por favor. Para, Dave. ¿Vas a parar, Dave?” Así suplica la

supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y

fantásticamente conmovedora escena casi al final de 2001: Una odisea del espacio de

Stanley Kubrick. Bowman, tras haber sido enviado a la muerte en el espacio

interplanetario por la máquina descompuesta, está tranquila y fríamente desconectando

los circuitos de memoria que controlan su “cerebro” artificial. “Dave, estoy perdiendo la

mente —dice HAL, con tristeza—. Me estoy dando cuenta. Lo estoy sintiendo.”

Yo también me estoy dando cuenta, lo estoy sintiendo. En los últimos años he tenido la

incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro,

cambiando el esquema de su circuito neural, reprogramando la memoria. No es que esté

perdiendo la mente —hasta donde puedo decir—, pero me está cambiando. No estoy

pensando del modo que antes lo hacía.

Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en

un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los

argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es

así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres

páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La

lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha.

Creo que sé qué está pasando. Desde hace ya más de una década, he estado pasando

mucho tiempo en línea, buscando y navegando y a veces añadiendo a la gran base de

datos de Internet. La red ha sido una bendición para mí como escritor. Puedo hacer en

minutos la investigación que en un tiempo requería días en salas de la biblioteca o de las

publicaciones periódicas. Unas pocas búsquedas en Google, algunos “clics” rápidos en

hiperenlaces(1) y obtengo el dato revelador o la cita sucinta que andaba buscando.

Incluso sin estar trabajando, es muy probable que esté hurgando en la espesura de la

información de la Red: leyendo y escribiendo correos, escaneando titulares y blogs,

viendo videos y escuchando podcasts o sencillamente saltando de enlace en enlace. (A

diferencia de las notas al pie, a las que muchas veces se asimilan, los hiperenlaces no

sólo señalan obras que guardan relación con el tema, sino que lo lanzan a uno a ellas.)

Para mí, como para otros, la Red se está convirtiendo en un medio universal, el

conducto de casi toda la información que fluye a mis ojos y oídos y entra en mi mente.

Las ventajas de tener acceso inmediato a un almacén tan increíblemente rico de

información son muchas y éstas han sido ampliamente descritas y debidamente

aplaudidas. Clive Thomson escribió en Wired: “La retentiva perfecta de la memoria de

silicón puede ser una enorme ayuda al pensamiento.”

Pero la ayuda tiene un precio. Como señaló el teórico de los medios de difusión

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Marshall McLuhan en los años sesenta, éstos no son sólo canales pasivos de

información. Suministran la materia para el pensamiento, pero también conforman el

proceso del pensamiento. Y lo que la Red parece estar haciendo es socavar mi

capacidad de concentración y contemplación. Mi mente espera ahora captar la

información del modo en que la Red la distribuye: en una corriente de partículas en

rápido movimiento. En un tiempo fui un submarinista en el mar de palabras. Ahora me

deslizo por la superficie como un tipo en una moto acuática.

No soy el único. Cuando les menciono mis problemas con la lectura a amigos y

conocidos —la mayoría de ellos hombres de letras— muchos dicen estar

experimentando algo similar. Mientras más usan la Red, más tienen que luchar para

concentrarse en escritos largos. Algunos de los bloggers que sigo también han

comenzado a mencionar el fenómeno. Scout Karp, quien escribe un blog sobre los

medios de difusión en línea, confesó hace poco que ha dejado por completo de leer

libros. “Hice el master en literatura en la universidad y era un voraz lector de libros —

escribió—. ¿Qué ha pasado?” Y especula la respuesta: “¿Y si todo lo que leo es en la

red, no se debe a que la forma en que leo haya cambiado, o sea, que esté sólo en busca

de comodidad, sino porque mi forma de PENSAR ha cambiado?”

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