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El doble discurso político antimonopolista se torna indecente con los socialistas cuando descaradamente proponen como solución que los monopolios sean estatales.

Al iniciar su primer período presidencial bajo la nueva Constitución el presidente Correa certeramente señaló a la codicia como un engendro maligno causante de las desgracias sociales. Pero la incrustó en el neoliberalismo y ahí se equivocó, pues esta no tiene ideología y es de todos, de liberales, conservadores, independientes, socialcristianos, municipalistas, democristianos y socialistas de los siglos XIX, XX ó XXI.

Otra cosa es que el capitalismo al entronizar al afán de lucro como su motor y razón de ser proclame su idolatría por el becerro de oro. En cambio los socialistas hipócritamente lo condenan pero lo practican con igual deleite en la nube rosada del mando supremo. Por eso Monopolio es el más popular juego de mesa del planeta, el acaparamiento de propiedades, algo que incluso los capitalistas señalan como una distorsión y los socialistas enfáticamente aborrecen.

Pero todos juegan al Monopolio, especialmente cuando ejercen el poder público.

De allí entonces que el doble discurso político antimonopolista se torna indecente con los socialistas cuando descaradamente proponen como solución que los monopolios sean estatales, pero siguen siendo monopolios.

Para fines concretos, en términos de procurar desgracias sociales, da lo mismo que sean públicos o privados, simplemente son el colmo de la codicia, la concentración de poderes, el acaparamiento de todos los espacios.

Y como el apetito de los angurrientos se abre comiendo empiezan a ver monopolios por doquier, a todo lo que se le quiere meter mano se lo califica de monopolio. El parámetro seudo técnico para calificar de monopolista a una organización o actividad es que sea dominante en su área de acción. Con este peregrino criterio el equipo de fútbol que más campeonatos gana tiene un monopolio, el periódico con mayor número de lectores también, igual el sitio turístico más visitado, y obviamente que el partido o movimiento político más votado también es un monopolio así como el exportador que más vende, idéntico para el mayor fabricante de carros, de cervezas o de cemento, el canal de televisión líder en sintonía o los bancos con mayor número de clientes, así como los supermercados que más facturan. En definitiva, a todo lo que tiene éxito en función de un esfuerzo sostenido se lo puede calificar de monopolio y enseguida meterle el diente a nombre de la revolución, porque según la Constitución de Montecristi son sectores estratégicos cualquier actividad que a discreción del Gobierno tenga una decisiva importancia económica, social o política.

Estas reflexiones vienen a propósito de la radicalización de la revolución ciudadana, que como muy bien señala Alberto Acosta ha devenido en una revolución con déficit de ciudadanos. Es decir que depende de la voluntad omnímoda, omnívora y omnipotente del jefe de estado y de gobierno, adalid de la revolución y comandante supremo de la fuerza armada.

En tal virtud, para someter a perpetuidad a la nación tal como recomienda el manual chavista de dominación política, se está desarrollando la idea de que los medios de comunicación son un monopolio. Se ha elaborado incluso un informe que es un verdadero dislate a propósito de sustentar esta agresión. Pues concluye que en Ecuador hay monopolio en la televisión porque existen seis cadenas nacionales, cuando en Estados Unidos con 300 millones de habitantes apenas hay cuatro. Más bien ocurre que el único monopolio televisivo que hubo durante 30 años pisoteando la ley era el del grupo Isaías con dos cadenas que ahora son propiedad del Estado.

Lo correcto

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