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Roberto Arlt: II. os trabajos y los Días


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2013  •  Resúmenes  •  967 Palabras (4 Páginas)  •  593 Visitas

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Roberto Arlt: II. LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

Presentamos hoy el 2º capítulo de El Juguete Rabioso completo. Se acerca el fin de semana, el frío apreta, y mientras buscamos alguna lectura fuera de lo común, presentamos otro fragmento de la primera novela de Arlt con las aventuras de Silvio Astier. Esta novela fue editada en 1926, cuando el autor tenía 26 años. Escrita en primera persona, fue la detonante muestra del genio arltiano, la historia de un adolescente que tiene connotaciones fluidas con la personalidad del autor. La imaginación corre pareja con nutridos detalles de la realidad del Buenos Aires de la época, de la que Arlt tenía conocimiento directo. El lector que se dispone a disfrutar con este capítulo, no necesita de interpretaciones ajenas.Andrés Aldao

II Los trabajos y los días

Como el dueño de la casa nos aumentara el alquiler, nos mudamos de barrio, cambiándonos a un siniestro caserón de la calle Cuenca, al fondo de Floresta.

Dejé de verlos a Lucio y Enrique, y una agria tiniebla de miseria se enseñoreó de mis días.

Cuando cumplí los quince años, cierto atardecer mi madre me dijo:

—Silvio, es necesario que trabajes.

Yo que leía un libro junto a la mesa, levanté los ojos mirándola con rencor. Pensé: trabajar, siempre trabajar. Pero no contesté.

Ella estaba de pie frente a la ventana. Azulada claridad crespuscular incidía en sus cabellos emblanquecidos, en la frente amarilla, rayada de arrugas, y me miraba oblicuamente, entre disgustada y compadecida, y yo evitaba encontrar sus ojos.

Insistió comprendiendo la agresividad de mi silencio.

—Tenés que trabajar, ¿entendés? Tú no quisiste estudiar. Yo no te puedo mantener. Es necesario que trabajes.

Al hablar apenas movía los labios, delgados como dos tablitas. Escondía las manos en los pliegues del chal negro que modelaba su pequeño busto de hombros caídos.

—Tenés que trabajar, Silvio.

—¿Trabajar, trabajar de qué? Por Dios... ¿Qué quiere que haga?... ¿que fabrique el empleo...? Bien sabe usted que he buscado trabajo.

Hablaba estremecido de coraje; rencor a sus palabras tercas, odio a la indiferencia del mundo, a la miseria acosadora de todos los días, y al mismo tiempo una pena innominable: la certeza de la propia inutilidad.

Mas ella insistía como si fueran ésas sus únicas palabras.

—¿De qué?... a ver ¿de qué?

Maquinalmente se acercó a la ventana, y con un movimiento nervioso arregló las arrugas de la cortina. Como si le costara trabajo decirlo:

—En La Prensa siempre piden...

—Sí, piden lavacopas, peones... ¿quiere que vaya de lavacopas?

—No, pero tenés que trabajar. Lo poco que ha quedado alcanza para que termine Lila de estudiar. Nada más. ¿Qué querés que haga?

Bajo la orla de la saya enseñó un botín descalabrado y dijo:

—Mira qué botines. Lila para no gastar en libros tiene que ir todos los días a la biblioteca. ¿Qué querés que haga, hijo?

Ahora su voz era de tribulación. Un surco oscuro le hendía la frente desde el ceño hasta la raíz de los cabellos, y casi le temblaban los labios.

—Está bien, mamá, voy a trabajar.

...

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