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Sociologia


Enviado por   •  8 de Julio de 2014  •  2.448 Palabras (10 Páginas)  •  152 Visitas

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EL PAPEL DEL TRABAJO EN EL PROCESO DE TRANSFORMACION DEL MONO EN HOMBRE

El trabajo es, dicen los economistas, la fuente de toda riqueza. Y lo es, en efecto, a la par con la naturaleza, que se encarga de suministrarle la materia destinada a ser convertida en riqueza por el trabajo. Pero es infinitamente más que eso. El trabajo es la primera condición fundamental de toda la vida humana, hasta tal punto que, en cierto sentido, deberíamos afirmar que el hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo.

Hace varios cientos de miles de años, en una fase, que aún no puede determinarse con certeza, de aquel período de la tierra a que los geólogos dan el nombre de período terciario, presumiblemente hacia el final de él, vivió en alguna parte de la zona cálida de nuestro planeta -probablemente, en un gran continente, ahora sepultado en el fondo del océano Indico- un género de monos antropoides muy altamente desarrollados. Darwin nos ha trazado una descripción aproximada de estos antepasados nuestros. Eran seres cubiertos de pelambre, con barba y orejas puntiagudas, que vivían en hordas, trepados a los árboles.

Estos monos, obligados probablemente al principio por su género de vida que, al trepar, asignaba a las manos distinta función que a los pies, fueron perdiendo, al encontrarse sobre el suelo, la costumbre de servirse de las extremidades superiores para andar y marchar en posición cada vez más erecta. Se había dado, con ello, el paso decisivo para la transformación del mono en hombre.

Para que la marcha erecta, en nuestros peludos antepasados, se convirtiera primeramente en regla y, andando el tiempo, en necesidad, hubieron de asignarse a las manos, entre tanto, funciones cada vez más amplias. También entre los monos se impone ya una cierta división en cuanto al empleo de la mano y el pie. La primera funciona, al trepar, de distinto modo que el segundo. La mano sirve, preferentemente, para arrancar y agarrar el alimento, función para lo cual ya los mamíferos inferiores se sirven de las patas delanteras. Con ayuda de la mano algunos monos construyen nidos en los árboles e incluso, como el chimpancé, techos entre las ramas para guarecerse de la lluvia. Con ella empuñan el garrote para defenderse contra los enemigos o bombardean a éstos con frutos y piedras. Y de ella se sirven, cuando el hombre los aprisiona, para ejecutar una serie de operaciones simples, aprendidas de él. Pero precisamente al llegar aquí se ve cuán grande es la distancia que media entre la mano incipiente, del mono más semejante al hombre, y la mano humana, altamente desarrollada gracias al trabajo ejecutado a lo largo de miles de siglos. El número y la disposición general de los huesos y los músculos son poco más o menos los mismos en una y otra; pero la mano del salvaje más rudimentario puede ejecutar cientos de operaciones que a la mano de un mono le está vedado imitar. Ninguna mano de simio ha producido jamás ni la más tosca herramienta.

Por eso tuvieron que ser, por fuerza, muy primitivas las operaciones por las que nuestros antepasados fueron adaptando poco a poco su mano, a lo largo de muchos milenios, en el tránsito del mono al hombre. Los salvajes de nivel más bajo, incluso aquellos de quienes puede suponerse que se hallaban expuestos a recaer en un estado más bien animal, se hallan a pesar de todo muy por encima de aquellos seres de transición. Hasta que la mano del hombre logró tallar en forma de cuchillo el primer pedrusco tuvo que pasar una inmensidad de tiempo, junto a la cual resulta insignificante el tiempo que históricamente nos es conocido. Pero el paso decisivo se había dado ya: se había liberado la mano, quedando en condiciones de ir adquiriendo nuevas y nuevas aptitudes, y la mayor flexibilidad lograda de este modo fue transmitiéndose y aumentando de generación en generación.

Así, pues, la mano no es solamente el órgano del trabajo, sino que es también el producto de éste. Solamente gracias al trabajo, a la adaptación a nuevas y nuevas operaciones, a la transmisión por herencia del desarrollo así adquirido por los músculos, los tendones y a la larga, también, de los huesos y a la aplicación constantemente renovada de este afinamiento hereditariamente adquirido a nuevas operaciones cada vez más complicadas, ha adquirido la mano del hombre ese alto grado de perfeccionamiento capaz de crear portentos como los cuadros de Rafael, las esculturas de Miguel Ángel o la música de Paganini.

Pero la mano no trabajaba sola. Era simplemente el miembro individual de un gran organismo armónico, sumamente complicado. Y lo que benefició a la mano redundó también en beneficio de todo el cuerpo al servicio del cual laboraba la mano; y redundó en beneficio suyo en dos sentidos.

Primeramente, en virtud de la ley de la correlación del crecimiento, como Darwin la ha llamado. Con arreglo a esta ley, determinadas formas de algunas partes de un ser orgánico se hallan siempre vinculadas a ciertas formas de otras partes, que aparentemente no guardan relación alguna con aquéllas. Así, por ejemplo, todos los animales dotados de glóbulos rojos sin núcleo celular y cuyo occipucio se halla unido con la primera vértebra de la columna vertebral por medio de dos articulaciones (cóndilos) poseen también, sin excepción, glándulas lácteas para amamantar a las crías. Y así también vemos que, en los mamíferos la pezuña va unida, por lo general, al estómago multilocular para poder seguir rumiando los alimentos. Los cambios operados en cuanto a determinadas formas llevan aparejados cambios de forma de otras partes del cuerpo, sin que podamos explicarnos la conexión entre ellos. Los gatos completamente blancos y de ojos azules son siempre o casi siempre sordos. El gradual afinamiento de la mano del hombre y, en consonancia con él, el desarrollo del pie para la marcha erecta repercutieron también, indudablemente, sobre otras partes del organismo.

Mucho más importante es la repercusión directa y comprobable que el desarrollo de la mano ha ejercido sobre el resto del organismo. Con cada nuevo progreso logrado, su dominio sobre la naturaleza, iniciado con el desarrollo de la mano, fue ampliando el horizonte visual del hombre. Este descubrió en los objetos naturales nuevas y nuevas propiedades, que hasta entonces desconocía. Y, de otra parte, el desarrollo del trabajo contribuyó necesariamente a acercar más entre sí a los miembros de la sociedad, multiplicando los casos de ayuda mutua y esclareciendo ante cada uno la conciencia de la utilidad de la cooperación. En una palabra, los hombres en proceso de formación acabaron comprendiendo que tenían algo que decirse los unos a los otros. Y esta necesidad creó su órgano correspondiente: la laringe, no desarrollada del mono, fue transformándose lentamente,

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