Teoria General De Sistemas
Deciomus18 de Octubre de 2013
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Carlos Tabasso
inforvia@adinet.com.uy
Paradigmas, teorías y modelos de la seguridad
y la inseguridad vial
“Cuando no existe un entendimiento de los procesos que
causan las pérdidas, no hay posibilidad de una intervención
humana efectiva para evitarlas o controlarlas”
W. Haddon
1 - Porqué y para qué este trabajo
El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio El categórico juicio de Haddonde Haddonde Haddonde Haddon de Haddonde Haddonde Haddonde Haddon transcritranscritranscritranscritranscritranscritranscritranscripto en el en el en el en el en el acápiteacápiteacápiteacápiteacápite acápite constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la constituye la justificación de justificación dejustificación dejustificación de justificación de justificación dejustificación dejustificación de justificación dejustificación dejustificación dejustificación del corte filosófico de este trabajo, mas precisamente, epistemológico, pues trata del conocimiento, específicamente de la percepción, el pensamiento y la comprensión de la seguridad vial y de su sangriento estado opuesto. Trascendiendo su apariencia especulativa, el tema posee una importancia práctica incalculable porque la percepción precisa y el pensamiento adecuado a la realidad posibilitan responder dos preguntas vitales: ¿Como ocurrió esta calamidad? y ¿Porqué ocurrió?, las cuales conducen a la interrogante mayor: ¿Que hacer para que no vuelva a ocurrir?. Las contestaciones correctas dependen de la mirada de los hechos duros a través de los anteojos de un modelo o teoría que haga posible comprenderlos y explicarlos (Huang, 2007).
Contraponiéndose a tal importancia, la elección de alguna de dichas herramientas intelectuales es muy difícil en dos sentidos: desde el punto de vista cuantitativo, en la materia hoy no parece haber ninguna teoría dominante –excepto la de sistemas- pero hay disponibles alrededor de cien modelos de causación, entre los cuales se cuentan, quizá quince, concebidos especialmente para describir y explicar los infortunios viales. Cualitativamente, la elección es un problema mas arduo todavía debido a que cada modelo implica un modo de ver propio, un ángulo y un campo visual que pueden ir desde un suceso concreto hasta la siniestralidad total de cierta sociedad, sin perjuicio de un grupo que permite predecir el futuro con garantías de gran exactitud.
Tal plétora explica que en el siguiente texto no se pueda encontrar la exposición de todos los modelos existentes, ni siquiera la de algunos muy difundidos. La limitada pretensión del autor ha sido trazar los perfiles generales del instrumento, mostrar su utilidad y analizar someramente algunos ejemplos representativos para que el lector adquiera una visión general del trascendente tema y, en definitiva, tome
su propia decisión, aunque esto no le será nada fácil porque los diversos tipos tienen capacidad para explicar cosas diferentes, pueden conducir al error de varios modos e implican un margen de relatividad puesto irónicamente en evidencia por el matemático George E.P. Box diciendo: “Esencialmente todos los modelos están equivocados, pero algunos son útiles” (1987).
2 – Digresión terminológico-semántica
Abstrayendo sus respectivos idiomas, entre los teóricos de la seguridad existe un virtual acuerdo sobre que, en algún momento, deberá desterrarse de este campo disciplinario el vocablo accidente, v. gr. Rumar, Huang, Montoro y Dextre. La principal razón de ello es: “la connotación de imprevisibilidad y aleatoriedad implícita en el término, lo cual se asocia con sucesos totalmente impredecibles” (Ruiz Perez, 2011), vale decir que su semántica ha dejado de coincidir con el concepto actual, pero el problema parecería consistir en encontrar términos que lo sustituyan.
De acuerdo con el significado que podría llamarse clásico, las únicas hipótesis de uso correcto del término son aquellas en que los hechos adversos son, conjuntamente, impredecibles e inevitables. Pero el estado actual del conocimiento científico y tecnológico permite casi desterrar la noción de impredecibilidad aunque no siempre la de inevitabilidad, p. ej., los fenómenos sísmicos y climáticos aunque hoy son prácticamente predecibles, siguen siendo inevitables, en cambio, empleando modelos estocásticos los siniestros de tránsito son anticipables con un apreciable grado de exactitud y, por lo tanto, pueden ser evitados en considerable medida adoptando estrategias y medidas apropiadas.
Asumiendo dicha posición de rechazo, el National Highway Traffic Safety Administration, NHTSA de EUA, en 1997 proclamó como lema institucional: “Las colisiones no son accidentes”, (Crashes aren’t accidents), y eliminó completamente el vocablo en todos sus estudios e intervenciones empleando en su lugar “choque”, “incidente” y “lesión”. Siguiendo el mismo criterio y conforme a sus propios precedentes, la Organización Mundial de la Salud en su informe del 2004 sobre la siniestralidad vial, se manifestó en contra de la equívoca palabra expresando: “En particular el término «accidente» puede dar la impresión de inevitabilidad e impredecibilidad, es decir, de suceso imposible de controlar. Pero los choques causados por el tránsito son, por el contrario, sucesos que cabe someter a un análisis racional y a acciones correctoras”. Ya en 1961 la misma organización había lanzado un
llamativo mensaje: "El accidente no es accidental", reiterado en el lema del 2004 con la variante: "La seguridad vial no es accidental" para destacar que no reside en el azar sino en factores controlables. Sin embargo, contradiciendo sus propias críticas, la OMS ni propuso términos sustitutivos, ni dejó de emplear el criticado, al igual que lo siguen haciendo la mayoría de los especialistas que lo critican, seguramente presionados por el empleo secular, bien que inconveniente de accidente.
Por las razones expuestas, en este trabajo se emplea el vocablo siniestro y sus derivados con el significado que le asigna el Diccionario de la Real Academia Española de “Infeliz, funesto o aciago” pues refiere al carácter adverso y afligente del hecho, estando libre de las connotaciones de involuntariedad, impredecibilidad e inevitabilidad que vuelven inapropiado el uso de accidente. También se utiliza aquí el término sinónimo infortunio, definido por el mismo diccionario como “Hecho o acaecimiento desgraciado, cuyo empleo es tradicional en el derecho de seguros. Es interesante observar que en italiano y español la semiótica y la semántica de esta locución son idénticas, al punto que el vocablo correspondiente a accidentología es el itálico “infortunística”.
Sin perjuicio de lo anterior, en la siguiente exposición se usará accidente exclusivamente para denotar los hechos realmente impredecibles e inevitables y, por una elemental razón de respeto intelectual, en las citas textuales de los autores que lo hayan utilizado.
3 – Paradigmas de la siniestralidad primitivos
El término paradigma (etimológicamente: ejemplo a imitar) se emplea en este trabajo con el significado definido por Kuhn (1971) de: “Una constelación de logros – conceptos, valores, técnicas, etc. – compartidos por una comunidad científica y usados por ésta para definir problemas y soluciones legítimos”, o, dicho de un modo mas simple: es la forma en que, en cierta época, los hombres de ciencia conciben ciertos hechos, fenómenos o procesos, p. ej. de acuerdo al antiguo paradigma geocéntrico de Tolomeo la Tierra era el centro del universo, luego el paradigma heliocéntrico de Copérnico la sustituyó por el Sol hasta que los descubrimientos astronómicos de los Ss. XIX y XX ubicaron a ambos astros en el humilde rincón de la Vía Láctea que les corresponde. Por lo tanto, el paradigma no es una verdad absoluta sino que cambia –y tiene que cambiar- cuando el fenómeno mismo o el progreso de la disciplina científica que lo trata experimentan cambios radicales, en cuyo caso debe ser sustituido por uno nuevo.
En su devenir como especie los seres humanos a menudo se vieron dañados por diversos eventos aciagos de carácter individual o colectivo producidos inesperadamente por factores visibles, p. ej., terremotos y huracanes, o invisibles como las epidemias, algunos cargados de tal potencia destructiva que aniquilaron grupos enteros de población, como ocurrió en Pompeya sepultada por el Vesubio en el S. I dC y en numerosas ciudades europeas vaciadas por la Peste Negra del S. XIV.
La mentalidad pre-racional arcaica encontró el primer paradigma explicativo de tales sucesos en la ira de entidades metafísicas: los dioses o espíritus que castigaban o se vengaban de los hombres, lo que volvía inútil cualquier intento de eludir las fuerzas desatadas en su contra, dando así origen a innumerables mitos y, quizá, a las mismas religiones. Un residuo de esta visión suprahumana subsiste todavía en el nombre de la institución jurídica anglosajona del “Act of God”, el “Acto de Dios”, cuya definición moderna es: “Acto ocasionado por un inesperado desastre natural grave” (Society for Risk Analysis, 2010).
El desarrollo del pensamiento racional, y con él de una visión científica de la naturaleza, cambió el paradigma: los dioses iracundos y vengativos fueron reemplazados
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