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Traducción El Rojo Y Negro

KaRolUw10 de Agosto de 2014

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El rojo y negro - Stendhal

Tenía las mejillas púrpura y con la mirada baja. Era un jovencito de dieciocho a diecinueve años, de apariencia débil, líneas irregulares, rasgos delicados y nariz aguileña. Sus grandes ojos negros que, en momentos de tranquilidad, reflejaban inteligencia y fuego, estaban animados en aquel momento por la expresión del odio más feroz. Su cabello, de color castaño obscuro, que le nacía desde muy abajo, reduciendo su frente, circunstancia que daba a su apariencia cierta expresión malvada sobre todo en sus momentos de cólera, Entre las innumerables variedades de la cara humana, no había otra especialidad sorprendente que lo distinga. Su cuerpo delgado y bien formado era indicación de ligereza más que de vigor. Desde su niñez, su expresión extremadamente pensativa y su gran palidez hicieron creer a su padre que no viviría, o bien que, si vivía, sería una carga para la familia. Objeto del desprecio general en la casa, aborrecía a sus hermanos y a su padre. Si jugaba con los muchachos de su edad en la plaza, todos le ganaban.

No tenía más de un año en el que su físico agraciado estaba empezando a agradar entre las niñas Despreciado por todo el mundo, como un hombre débil, Julián había rendido culto de adoración al viejo médico militar mayor que un día se atrevió a hablar al alcalde de la poda salvaje de los platanales.

El médico le pagaba algunas veces a su padre la jornada de su hijo, y enseñaba latín e historia, es decir, lo que aquel sabía de historia, cuyos conocimientos se circunscribían a la campaña de 1796 en Italia. A su muerte, le legó su cruz de la Legión de Honor, los atrasos de su media paga y treinta o cuarenta libros, el más preciado de los cuales acababa de dar un salto desde las manos del aplicado lector hasta el riachuelo público, desviado de su curso a la influencia del señor alcalde.

Apenas entrado en su casa, Julián sintió sobre su hombro la pesada manotada de su padre. Temblaba el jovencito ante la perspectiva de la paliza que esperaba recibir.

-¡Contéstame sin mentir, holgazán!- dijo Sorel con acento duro, mientras que su mano lo hacía girar como lo haría un niño con un soldado de plomo. Los ojos negros y llenos de lágrimas de Julián se encontraron con los pequeños y grises del viejo aserrador, que lo miraban como si quisieran leer hasta en el fondo de su alma.

V

UNA NEGOCIACIÓN

Cunctando restituit rem.

ENIO.

-¡Contestame sin mentir, perro lector- repitió Sorel-. ¿De dónde conoces tú a la señora de Rênal? ¿Dónde la has visto? ¿Cuándo has hablado con ella?

-Nunca hablé con ella- contestó Julián-, y en cuanto a conocerla, sólo en la iglesia la he visto.

-¡Pero la has mirado, maldito desvergonzado!

-¡Jamás! Sabe usted que en la iglesia no veo más que a Dios, replicó el joven con cierto aire de hipocresía, muy conveniente a su juicio, para alejar los golpes que se descargarían sobre su delgado cuerpo.

-¡Algo hay que no veo claro... aunque ya sé que no me lo dirás, maldito hipócrita! De todas suertes, voy a verme libre de tu inutilidad, con lo que saldremos ganando el aserradero y yo. Si no has mirado a esa mujer, te has ganado, el cura o a otra persona, que te han buscado una colocación que no mereces. Vete a hacer tus cosas, que he de llevarte a la casa del señor Rênal, de cuyos hijos has de ser su educador.

-¿Qué me darán por serlo?

-Mesa, ropa y trescientos francos de pago.

-No quiero ser un criado.

-¿Quién te dice que serás criado de alguien, animal? ¿Crees que yo iba a consentir que un hijo mío, por perro que sea, fuese criado de alguien?

-Pero, ¿con quién comeré?

La pregunta desconcertó a Sorel,

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