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Rojo Y Negro


Enviado por   •  27 de Junio de 2014  •  11.675 Palabras (47 Páginas)  •  277 Visitas

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STENDHAL [1]

Le rouge et le noir [2]

I. RESUMEN DEL LIBRO

La obra consta de 75 capítulos encabezados por el título correspondiente seguido de una breve cita tomada de otro autor.

La acción se desenvuelve en Francia, en la época de la restauración borbónica tras la caída de Napoleón en 1815. Se trata del género literario de la novela histórica, donde el autor puede tomarse todas las libertades necesarias para presentar su visión del hombre y de la sociedad francesa de su tiempo, mezclando lo histórico con lo ficticio. En una breve nota final se aclara que para evitar meterse en la vida privada de nadie, el autor ha inventado un pueblo, Verrières, y cuando ha necesitado a un obispo, a un jurado, a un tribunal de primera instancia, los ha situado en Besançon, donde no ha estado nunca.

LIBRO PRIMERO

Cap. I

El título, Una ciudad pequeña —en el sentido peyorativo o pueblerino—, marca ya el tono satírico que caracteriza toda la novela. Verrières se sitúa en el Franco Condado, cerca de su capital Besançon, a orillas del río Doubs. Su principal fuente de riqueza es la producción de madera y la manufactura de estampados. Su población está formada, en buena parte, por advenedizos que tratan de ascender en la escala social.

En la entrada del pueblo se encuentra la fábrica de clavos, a orillas del río, propiedad del alcalde, M. de Rênal, a quien se describe del siguiente modo: Viste traje gris, y grises son sus cabellos. Es cofrade de varias Órdenes, frente alta, nariz aguileña y facciones regulares. Su expresión en conjunto es agradable y hasta simpática, dentro de lo que cabe a los cuarenta y ocho o cincuenta años; pero si el viajero hace un examen detenido de su persona, hallará, a la par que ese aire típico de dignidad de los alcaldes de pueblo y esa expresión de endiosamiento y de suficiencia, un no sé qué indefinido síntoma de pobreza de talento y de estrechez de mentalidad, y terminará por pensar que las únicas pruebas de inteligencia que ha dado o es capaz de dar el alcalde, consisten en hacerse pagar con puntualidad y exactitud lo que le deben, y en no pagar, o retardar todo lo posible el pago de lo que él debe a los demás (pp. 4 5). Éste quiere ser el retrato caricaturizado de un liberal realista, no idealista, como los veía el autor.

Cap. II. Un alcalde

El autor profundiza en el carácter de M. de Rênal, hombre despótico, obsesionado con ganar dinero y con la opinión pública. Presenta al vicario Abbé Maslon, enviado hace unos años desde Besançon para vigilar al Abbé Chélan, párroco de Verrières y a otros párrocos del distrito (más tarde se aclarará que por sus tendencias jansenistas) [3]. El autor deja entrever el entendimiento que existe entre el alcalde y el vicario para obtener beneficios de la poda de árboles decidida por el primero; esto le sirve para ironizar sobre la colaboración, en la práctica, de los liberales —que teóricamente se oponen a la alianza entre el trono y el altar, propia del Antiguo Régimen— con el clero.

Cap. III. El bien de los pobres

Un periodista, que trae una carta del Marqués de La Mole, el más rico terrateniente de la provincia, dirigida al Abbé Chélan, hace una visita a la cárcel del pueblo, gracias a las prerrogativas de que goza el párroco. Todo esto molesta profundamente al alcalde, que teme la crítica de los periódicos. Se da a entender que la carta anuncia el traslado del cura —de 80 años pero todavía robusto— a otra parroquia, el cual, para defender su puesto, ha decidido contraatacar invitando al periodista a inspeccionar la cárcel. Este constante ambiente de intriga, mezquindad, hipocresía y egoísmo es característico de toda la novela.

Al margen de este acontecimiento, M. de Rênal comunica a su mujer que ha decidido contratar como preceptor de sus hijos a Julián Sorel (protagonista de la novela), hijo de un carpintero del pueblo. Un viejo comandante cirujano del ejército de Napoleón le ha enseñado latín y le ha dejado en herencia todos sus libros. Ha estudiado algo de teología y piensa ingresar en el seminario. Además, así le dará envidia al Prefecto de la Casa de los Pobres, M. Valenod, su gran rival político, que no tiene preceptor para sus hijos .

Se describe a Mme. de Rênal como un alma sencilla, provinciana, sin coquetería ni vanidad, de unos treinta años, con el plan de educar al primer hijo para el ejército, al segundo para las leyes y al tercero para la Iglesia. M. Valenod fue su pretendiente, pero lo rechazó en favor de M. de Rênal, a quien ella respeta como buena esposa, aunque no siente por él más que aburrimiento.

Cap. IV. Un padre y un hijo

El alcalde habla con el viejo Sorel para contratar a su hijo. En la negociación que sigue se muestra la hipocresía y doblez de ambos. Poco después, el padre sorprende a Julián leyendo un libro en vez de vigilar las máquinas, mientras los hermanos mayores trabajan con empeño, y le da una paliza echándole en cara su inutilidad. Lo que más duele a Julián es la pérdida, durante la riña, del libro “Las memorias de Santa Elena” de su ídolo Napoleón.

Era el joven estudiante un muchacho de dieciocho a diecinueve años, de constitución débil, líneas irregulares, rasgos delicados y nariz aguileña. Sus grandes ojos negros que, en momentos de tranquilidad, reflejaban inteligencia y fuego, aparecían animados, en aquel momento por un odio feroz. Sus cabellos color castaño invadían parte de su frente, reduciendo considerablemente su anchura, circunstancia que daba a su fisonomía cierta expresión siniestra, sobre todo en los momentos de cólera. Su cuerpo esbelto y bien formado, indicación era de ligereza más que de vigor. Desde la niñez, su expresión extremadamente pensativa y su mucha palidez hicieron creer a su padre que no viviría, o bien que si vivía sería una carga para la familia. Objeto de desprecio general en la casa, aborrecía a sus hermanos y a su padre. Si jugaba con los muchachos de su edad en la plaza, todos le pegaban.

Desde un año antes, su cara agraciada le conquistaba algunos votos amigos entre las niñas. Despreciado por todo el mundo, objeto de la animadversión general, Julián había rendido culto de adoración al viejo comandante cirujano que un día se había atrevido a protestar al alcalde por la poda salvaje de los plátanos (cfr. resumen del cap. 2). Este cirujano pagaba algunas veces al viejo Sorel el jornal que no ganaba su hijo, y enseñaba a éste latín e historia... (pp. 22 23).

Como se irá viendo, Julián

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