Actividad El Show del Yo
SotuyomilicuaDocumentos de Investigación3 de Mayo de 2017
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ACTIVIDAD 1: lectura crítica de texto y argumentación.
El siguiente texto es una recopilación de artículos periodísticos que abordan el sentido, el uso y los problemas de la relación de las redes sociales y los adolescentes.
Tarea:
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Próximo encuentro (23 de marzo)
La tarea NO ES PARA ENTREGAR POR ESCRITO.
En clase se hará una puesta en común de lo trabajado por ustedes y, por ende, la evaluación será oral ya que se propondrá una dinámica de debate que requiere necesariamente que cada uno de ustedes tenga leído y analizado el texto.
Se recomienda que impriman el texto y trabajen sobre el mismo a modo de esquema así pueden contar con él en clase a la hora de discutir.
Lecturas complementarias a esta actividad
Es pertinente que para elaborar un posicionamiento personal tengan en cuenta lo ya trabajado en los textos de Ruben Pardo, Carles Feixa y Revista Anfibia así como nuevas lecturas que ustedes puedan agregar.
Les adjunto además un libro de Anthony Weston, llamado “Las Claves de la Argumentación” para que puedan corroborar, en caso de que lo sientan necesario, cómo se construye un buen argumento (en filosofía el año pasado trabajaron con este tema).
El Show del Yo
Los primeros cambios se desataron a mediados del siglo pasado, con los avances de los medios de comunicación audiovisuales que terminarían glorificando a la televisión y, de la mano de la publicidad, ese fenómeno apodado consumismo. Entonces los jóvenes de las grandes ciudades asumieron la vanguardia de una transformación en los modos de ser, algo que se acentuaría hasta lograr su alegre consumación en la cultura globalizada de la actualidad. Aquella juventud dorada de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que luego inspiraría las revueltas de los años 1960-70, inauguró una serie de novedades que los distanciaron del universo cada vez más anticuado de sus padres y abuelos. Ese complejísimo cambio histórico afectó hasta la forma en que se edifica la propia identidad, a partir de nuevas premisas y con otras ambiciones.
Calculando el efecto que deseaban provocar en la mirada de los demás, la imagen que les devolvía el espejo –un artefacto que, así como las pantallas, se reproduciría exponencialmente de ahí en adelante– se fue convirtiendo en un criterio privilegiado para medir el valor de cada uno. Parece obvio y natural, pero no lo es: así se destronaron viejas creencias que estaban bastante asentadas, como la superioridad moral de la belleza interior y el desprecio por las vanas apariencias. La aprobación de los pares fue substituyendo parámetros antes inapelables como el veredicto de la autoridad de los padres, el respeto a las normas y tradiciones, la obediencia a las jerarquías y el sagrado cumplimiento del deber.
Así, mientras se carcomían esos pilares de la desprestigiada moral burguesa, surgía la era del culto al cuerpo en la naciente sociedad del espectáculo, un ámbito donde lo esencial ya no parecía tan invisible a los ojos. De allí al auge actual de las selfies y a la caza desesperada por los “me gusta” en las redes sociales, no hay más que algunos rápidos pasos, que se han dado con sobrado entusiasmo a principios del siglo XXI ya a bordo de Internet.
Yo, me, mi, conmigo
Esta transformación histórica no es menor: involucra un desplazamiento del eje en torno al cual construimos lo que somos. Ese núcleo del yo que solía considerarse oculto e impalpable, situado dentro de cada individuo, pasó a plasmarse en la superficie del cuerpo y en todo aquello que los demás pueden ver: comportamientos, gestos, estilos, actitudes. Aquella verdad que estaba hospedada en las entrañas invisibles de cada uno, ahora se proyecta a flor de piel y en el brillo de las pantallas. En consecuencia, la mirada ajena ganó un peso enorme al definir quién es cada uno y cuánto vale, juzgándolo siempre por lo que se ve.
Colmar la autoestima, fomentar la seducción, incrementar la envidia, recategorizar los propios umbrales del deseo: mientras la imagen guste, se comparta y circule con o sin su #hashtag y con un filtro a la altura provisto por Instagram, las selfies, por ejemplo, trazan un lenguaje epocal donde la soberanía del enunciador es absoluta. El Yo que habla y se muestra incansablemente en la Web suele ser triple: es al mismo tiempo autor, narrador y personaje. Tres coordenadas sobre las que la mera crudeza del narcisismo envasado en las selfies comienza su proceso de estetización alrededor de hábitos bien delimitados de consumo y sociabilidad, entre los que ni la política –en versión partidaria o ciudadana– escapa de las ambigüedades de lo fáctico, la representación y lo testimonial.
Algo de esto supo ver la revista Time cuando, a finales de 2006, cumplió con el ritual de presentar en tapa la "personalidad del año". En lugar del habitual retrato de estadistas, científicos o artistas, los lectores se encontraron con un espejo. Nada más -y nada menos- que un espejo. En su libro La intimidad como espectáculo la comunicóloga, ensayista y antropóloga Paula Sibilia menciona aquella portada como un signo de los tiempos que corren. Tiempos de exaltación del Yo, obsesión por la imagen y propagación de realities y blogs; de bienvenido reconocimiento a las diferencias y estímulo a la construcción de la individualidad tanto como de exhibicionismo, insatisfacción y soledad. Tiempos, en fin, habitados por millones de seres que, como los lectores de Time, contemplan extasiados el espejo que les dice que son ellos, ahora sí, los que tienen el crédito de protagonistas.
Las razones que pueden conducir a la "inflación" del Yo son muchas. La novedad es que en la actualidad buena parte de ellas proviene del ámbito social. A grandes rasgos, el individuo moderno, aquel que existía en la época de Freud, era un sujeto marcado por lo racional, la culpa, las prohibiciones, el deber como opuesto al placer y el trabajo como organizador de la vida cotidiana. Por el contrario, entre los rasgos que estarían dando forma al nuevo sujeto -el llamado "sujeto posmoderno"- se encuentran el culto a la originalidad, la búsqueda del placer y el mandato de ser feliz, ser bello, divertirse, poderlo todo, ser uno mismo.
Tuneo, luego existo: marcas de identidad
Hoy, por lo visto, todo eso que no haya sido previamente procesado por el Yo Estampador ("mi" música, "mis" videos, "mis" contactos, mis, mis, mis) es parte de algún otro redil extraño, y potencialmente peligroso. Por fuera de ese mundo a escala personal, todo parece inquietar, empezando por la mirada ajena. Vamos pues con los ojos puestos en el único espacio "seguro": el nuestro, ese que se controla y se dibuja a gusto, y en donde nada importa tanto como lo propio. "¿En qué estás pensando?", interroga una y otra vez el Oráculo de Facebook. El usuario responde.
Ya en su imprescindible Postdata sobre las sociedades de control, Gilles Deleuze advertía sobre un futuro de "nuevas libertades", pero también "de nuevos mecanismos de control que rivalizan con los más duros encierros". Por eso, en este nuevo escenario en donde el yo se ausculta, interesadísimo, y se vuelve a revisar dentro de un instante, sus palabras se vuelven revelación. Es el minuto a minuto del alma, su rating sentimental. El egosistema depende de eso: de preguntarse, una y otra vez, cómo se siente. Gilles Lipovetsky llama a este fenómeno "hiperindividualismo" y en la que reconoce el clímax de lo que se venía gestando desde hace tres décadas.
En una atmósfera que estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo, que enaltece y premia el deseo de «ser distinto» y «querer siempre más», son otros los desvaríos que nos hechizan". Y también otras las penas, ya que, como precisa la psicoanalista Patricia Faur, "el costo de esta consagración del yo es un enorme sentimiento de vacío que ha hecho de la depresión la enfermedad del siglo XXI. Vivimos en una sociedad que crea la ilusión de estar hiperconectada, como si ese encuentro virtual los dejara menos solos. Pero en ese encierro dentro del hardware la sexualidad se vuelve virtual, la amistad es un contacto, los olores dejan de existir. Y nada bueno puede derivarse de esto”.
Faur remarca que “se trata de una vida según yo”. Una suerte de ciberútero materno donde el individuo encuentra confort, seguridad y refugio de un entorno hostil que lo angustia pero que al mismo tiempo precisa inexorablemente para poder construir su identidad, es decir, al afuera sirve para la búsqueda de aprobación y como caja de resonancia de lo que uno hace y al mismo tiempo genera temor e incertidumbre porque el individuo no tiene control sobre este mundo exterior.
El hombre: la medida de todas las cosas.
La frase anterior (la del subtítulo) pertenece al filósofo sofista Protágoras y cobra especial relevancia en el mundo actual ya que, como explica Faur anteriormente, se trata de un mundo virtual/real completamente centrado en la adoración y exaltación del Yo y, como no está claro que esa gloria personal pueda estar al alcance de todos, se vive en una total incertidumbre. En esta línea, vivimos, dice el sociólogo Ulrich Beck, en "sociedades de riesgo", donde nada está garantizado y nadie parece decir la verdad. Y si los gobiernos mienten, las empresas engañan y hasta creencias tan módicas como saber qué es lo que vamos a comer mañana se han vuelto quimera, más vale no quitar la barrera que separa al sujeto de su cyberútero y de un mundo exterior donde el valor de verdad está en juego. Por ende, el individuo se exterioriza desde la protección que le da su mundo “a medida”, desde un mundo interno que puede controlar conforme a sus intenciones y desde la tranquilidad de su celular (su perfil de Facebook, instagram, youtube, twitter, snapchat, linkedin, etc.)
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