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Bajo La Misma Estrella. Libro Cap.1

CadetePulido23 de Marzo de 2014

701 Palabras (3 Páginas)7.756 Visitas

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Capítulo 1

A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi

madre llegó a la conclusión de que estaba deprimida, seguramente

porque apenas salía de casa, pasaba mucho tiempo en

la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi nunca comía

y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar

en la muerte.

Cuando leemos un folleto sobre el cáncer, una página web o

lo que sea, vemos que sistemáticamente incluyen la depresión

entre los efectos colaterales del cáncer. Pero en realidad la depresión

no es un efecto colateral del cáncer. La depresión es un efecto

colateral de estar muriéndose. (El cáncer también es un

efecto colateral de estar muriéndose. La verdad es que casi todo

lo es.) Aunque mi madre creía que debía someterme a un tratamiento,

así que me llevó a mi médico de cabecera, el doctor Jim,

que estuvo de acuerdo en que estaba hundida en una depresión

total y paralizante, que había que cambiarme la medicación y

que además debía asistir todas las semanas a un grupo de apoyo.

El grupo de apoyo ponía en escena un elenco cambiante

de personajes en diversos estadios de enfermedad tumoral. ¿Por

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qué el elenco era cambiante? Un efecto colateral de estar muriéndose.

El grupo de apoyo era de lo más deprimente, por supuesto.

Se reunía cada miércoles en el sótano de una iglesia episcopal

de piedra con forma de cruz. Nos sentábamos en corro

justo en medio de la cruz, donde se habrían unido las dos tablas

de madera, donde habría estado el corazón de Jesús.

Me di cuenta porque Patrick, el líder del grupo de apoyo

y la única persona en la sala que tenía más de dieciocho años,

hablaba sobre el corazón de Jesús en cada puñetera reunión,

y decía que nosotros, como jóvenes supervivientes del cáncer,

nos sentábamos justo en el sagrado corazón de Cristo, y todo

ese rollo.

En el corazón de Dios las cosas funcionaban así: los seis, o

siete, o diez chicos que formábamos el grupo entrábamos a pie

o en silla de ruedas, echábamos mano a un decrépito surtido

de galletas y limonada, nos sentábamos en el «círculo de la

confianza» y escuchábamos a Patrick, que nos contaba por

enésima vez la miserable y depresiva historia de su vida: que

tuvo cáncer en los huevos y pensaban que se moriría, pero no

se murió, y ahora aquí está, todo un adulto en el sótano de una

iglesia en la ciudad que ocupa el puesto 137 de la lista de las

ciudades más bonitas de Estados Unidos, divorciado, adicto a

los videojuegos, casi sin amigos, que a duras penas se gana la

vida explotando su pasado cancerígeno, que intenta sacarse

po co a poco un máster que no mejorará sus expectativas laborales

y que espera, como todos nosotros, que caiga sobre él la

espada de Damocles y le proporcione el alivio del que se libró

hace muchos años, cuando el cáncer le invadió los cojones, pe -

ro le dejó lo que solo un alma muy generosa llamaría vida.

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¡Y TAMBIÉN VOSOTROS PODÉIS TENER ESA GRAN

SUERTE!

Luego nos presentábamos: nombre, edad, diagnóstico y

cómo estábamos en ese momento. «Me llamo Hazel —dije

cuando me llegó el turno—. Dieciséis años. Al principio tiroides,

pero hace mucho hizo metástasis en los pulmones. Y estoy

muy bien.»

Una vez concluido el círculo, Patrick siempre preguntaba

si alguien quería compartir algo.

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