EL DESARROLLISMO ECONÓMICO

Entre 1959 y 1973, España conoció un intenso período de crecimiento económico. El sector industrial actuó como motor central de esta expansión, debido a la mejora de la productividad, los bajos salarios, la importación de tecnología y a la inversión de capitales extranjeros. La mejora de la productividad permitió el descenso de los precios y favoreció las exportaciones y la subida de salarios, por lo que se produjo un aumento de la demanda. Los sectores industriales que lidiaron el proceso de avance fueron la industria química, la energética, la siderúrgica, la construcción naval y la automovilística. Las zonas con tradición industrial continuaron su crecimiento y se generaron nuevos enclaves industriales.

Las transformaciones económicas provocaron la crisis de la agricultura tradicional, el minifundismo subsistía con grandes dificultades frente a los latifundios, de escasa productividad. Las nuevas oportunidades de trabajo que ofrecía la industria estimularon el éxodo rural y aumentaron los salarios. Los empresarios agrícolas iniciaron un proceso de mecanización que redujo aún más la ocupación y provocó una mayor emigración. Todo esto, junto con la diversificación de la demanda y la concentración parcelaria, provocó una disminución de la población agraria y la desaparición de pequeñas explotaciones, a la vez que las empresas mejoraban sus sistemas de producción y productividad.

La llegada de turistas durante el “boom” turístico de la década de 1960 supuso una elevada fuente de ingresos. Las necesidades de financiación promovieron el crecimiento del sector bancario, que invirtió en empresas industriales obteniendo abundantes beneficios. Respecto al comercio internacional, hubo un gran aumento de importaciones y exportaciones, sin embargo, la balanza comercial seguía siendo negativa. La contribución de Europa fue crucial para lograr el crecimiento económico y el equilibrio del déficit comercial. Asimismo, una serie de países europeos absorbieron la mano de obra excedentaria procedente del sector agrario.

La prolongada etapa de crecimiento económico, con el aumento del PIB, comportó un incremento del 40% en la renta por habitante y la mejora del nivel de vida de los españoles, que seguía siendo muy inferior al de las economías más avanzadas de Europa. Sin embargo no se pudieron solucionar las grandes limitaciones.

Las acciones se polarizaron en el sector industrial y de servicios, mientras que el sector agrario era abandonado. Además, la dependencia de la tecnología y de las inversiones extranjeras implicaba un gasto importante. Lo mismo sucedía con los recursos financieros, dada la congénita debilidad y la poca competencia.

Los beneficios del crecimiento no significaron un aumento del nivel de desarrollo del país.

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