Efectos Psicológicos Del Encarcelamiento
karselita142 de Octubre de 2014
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EFECTOS PSICOLÓGICOS DEL ENCARCELAMIENTO
Bermúdez-Fernández, J.I. – Centro Penitenciario de Topas, Salamanca
La situación de encarcelamiento, los condicionantes que son propios a la privación de libertad, provocan una serie de reacciones psicológicas en cadena que tienen en la tensión emocional sostenida en el tiempo a su referente fundamental.
La cárcel, como Institución total, como ámbito cerrado en sí mismo, exige de las personas que la padecen un esfuerzo adaptativo constante que, sin duda de ningún tipo, les genera como consecuencia una serie de distorsiones afectivas, emocionales, cognitivas y perceptivas.
De las consecuencias psicológicas que provoca el encarcelamiento trata el presente módulo. Las reflexiones que en el mismo se contienen surgen de la experiencia cotidiana de convivencia con un colectivo extenso de reclusos a través del tiempo de cumplimiento de sus condenas.
Las diferentes variables intervinientes en las circunstancias de cada preso son tenidas en cuenta pero también relativizadas convenientemente. Condena larga o condena corta, son referentes importantes pero no determinantes en sí mismos. En ocasiones un período relativamente breve de permanencia en una cárcel provoca en la persona efectos psicológicos de cierta relevancia en la evolución personal del individuo. Complementariamente una condena larga en el tiempo, coincidente en su desarrollo con continuadas fases de evolución personal, puede constituirse en una circunstancia “más”, no especialmente decisiva en el proceso de maduración global del sujeto.
Cómo esto es posible, qué circunstancias se dan durante la estancia de un individuo en una cárcel cumpliendo condena para que el abanico de efectos psicológicos sea tan amplio como individuos existen, es lo que trataremos de reflejar en estas páginas.
LA CÁRCEL: INSTITUCIÓN TOTAL
La cárcel es una Institución total, es una Institución cerrada. La prisión, como institución, da cobertura a la totalidad de las necesidades de supervivencia de sus habitantes. En la prisión cualquier necesidad encuentra su satisfacción.
La cárcel, como tal, está presente durante el transcurso de las 24 horas del día, los 7 días de la semana y las 52 semanas del año. Es un entorno fijo, inamovible, con referencias propias que exijen de las personas el máximo esfuerzo adaptativo posible.
En las instituciones llamadas “totales” se dan una serie de características comunes, a saber:
Las actuaciones se llevan a cabo en un espacio físico determinado. Normalmente en un conjunto de edificaciones o en un edificio de significativas dimensiones.
Todas las actuaciones responden a un programa previamente establecido.
Los integrantes de toda institución total participan de un mismo sistema normativo formal, sistema que se impone a través de un esquema restrictivo o impositivo. A mayores sobre la existencia de un sistema normativo formal, toda institución total genera su propio código de comportamiento interno que da cobertura a un conjunto de normas y valores propios.
Los integrantes de una institución total carecen de recursos propios, al menos de los suficientes para garantizar su subsistencia.
Todos los miembros de una institución total son controlados por la misma.
Los tipos, las conductas adaptativas a una institución total, son referidas por Goffman (1970) en los siguientes términos:
-Regresión situacional, que puede llegar a provocar una despersonalización
-Oposicionismo pasivo o activo –hostil, radical-.
-Colonización o tendencia a sacar el máximo provecho sin infringir las normas
-Conversión o asunción del rol de interno obediente y cooperador.
No suele darse un único patrón de comportamiento sino que, en función de la situación creada, de la propia personalidad y de las circunstancias que definen la estancia de un sujeto en la institución, se pueden combinar varias formas de adaptación.
El esfuerzo adaptativo tiene como consecuencia que el individuo conviva en la “normalidad” carcelaria, normalidad que en absoluto puede interpretarse como reveladora de una situación de bienestar o de tranquilidad. La normalidad carcelaria revela la normalidad adaptativa a un ambiente, a un entorno tenso, exigente, emocionalmente inestable y seriamente neurotizado en todas sus expresiones.
El hecho real de participar de forma continuada en el tiempo de las circunstancias que son propias al ambiente cerrado propio a una cárcel, ineludiblemente genera efectos psicológicos.
LA CÁRCEL COMO ORGANIZACIÓN SOCIAL
La prisión, la cárcel, es una organización. La cárcel, la prisión, es una organización social. Su complejidad y dinamismo son parejos.
Existen dos mundos paralelos definitorios de ésta organización. El mundo de la administración y el mundo del administrado.
Son dos sub-organizaciones que conviven en un mismo espacio y en constante interdependencia.
Dos sub-mundos que tienen una muy estrecha relación personal y profesional pero que se encuentran absolutamente distantes en sus circunstancias e intereses.
Complementariamente a esta organización formal de la que, como decimos, forman parte determinante los funcionarios –con sus escalas y niveles propios- y los reclusos, hay que añadirle la organización llamada “informal” que afecta tanto a unos como a otros interfiriendo extraordinariamente en su convivencia cotidiana.
Garrity (1961) considera que el sistema social de la prisión puede ser descrito en términos de valores, normas y roles alrededor de los cuales están orientados el pensamiento y la acción de los internos y los funcionarios.
LOS ROLES
En todo grupo existe o se manifiesta un sistema de roles. A medida que el grupo crece el sistema, dentro de su complejidad, se simplifica de manera que no es dificil identificar el rol, el papel que cada miembro desarrolla en el mismo.
En un sub-mundo como es el carcelario, como grupo que representa, tambien se manifiestan los roles de sus integrantes. Roles que Clarence Scharg (1954) definió básicamente en cinco modalidades:
El KIE, el interno antisocial que se posiciona por encima del código del recluso.
El proscrito o asocial que está en perpetua rebelión anárquica contra los funcionarios y los propios reclusos.
El prosocial quien cumple con las normas formales de la cárcel.
El pseudosocial quien cambia sus simpatías constantemente del personal de vigilancia a las normas de los propios reclusos, no sin habilidad.
El “paria”, cuyo rol está desempañado por una serie de reclusos inestables e inconstantes que suelen ser despreciados por los otros presos.
Martí- Tusquets (1982) considera que todo interno ocupa un lugar en el damero institucional, lugar perfectamente localizado y primordialmente clínico en la mayoría de las instituciones, con su módulo o departamento, su celda, su cama…etc.; Los campos de fuerza inherentes a toda institución tienden a presionar a todos los individuos a la realización y aceptación de su rol. Las instituciones soportan mal la ambigüedad en el desempeño de los diversos roles de sus integrantes.
LOS CÓDIGOS CARCELARIOS
Dentro del juego de roles desarrollados durante la estancia en prisión, como un elemento sub-cultural del primer orden se encuentran los denominados códigos carcelarios. Códigos que, como sistema de normas tácitas, no escritas ni refrendadas formalmente, participan, condicionándolo, del ambiente inherente a toda institución total, y en particular, por sus particulares condicionantes, inherentes a la cárcel.
El código del recluso –también denominado “código del honor”- no necesariamente es negativo, ni representa valores negativos. Lo negativo del código es su manifestación, su concreción en conductas y actitudes que ponen de manifiesto una significativa violencia.
El código del recluso se orienta siempre a procurar la defensa de los intereses del preso y, curiosamente, convive con el conjunto de reglas formales de la prisión.
El código del recluso se conforma en torno a valores esencialmente positivos como son la solidaridad, la lealtad, la no delación, el esfuerzo en común, la rebelión contra la injusticia…etc.
No son por lo tanto los valores que dan contenido al código lo reprochable. Serán las conductas que se llevan a cabo enarbolando su existencia las que representan, en toda su crudeza, la desviación moral que supone su aplicación.
La falta cometida , la infracción del código en alguno de sus apartados lleva aparejada la agresión física o moral violenta. Al mismo tiempo, y dada su contundencia, la mera posibilidad de ser objeto de su rigor da campo abierto a la extorsión y a la amenaza constante por parte de los más fuertes del grupo.
La existencia de un código no solo puede suponer graves perjuicios para quien lo violente si no que tambien sirve de instrumento del que se sirven los denominados “kies” para imponer su presencia.
Los principios fundamentales del código del recluso se resumen en las siguientes ideas (Caballero,
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