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El análisis de la novela doctor Kronz


Enviado por   •  9 de Mayo de 2015  •  Resúmenes  •  2.822 Palabras (12 Páginas)  •  190 Visitas

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largo viaje del doctor Kronz, cuando en mi primera novela abandonó definitivamente Praga para venir a Sudamérica, no sin antes haber pasado por Berlín, Barcelona y Londres, ocurrió alrededor de los años setenta. Supongo que fue una decisión afortunada, pues su vida en Praga ya no tenía sentido. Tan pronto como supo que lo andaban persiguiendo se precipitó a un teléfono y tomó un taxi para ir a la estación central.

Con el fin de conservar la calma, Kronz intentaba por todos los medios no apartar la vista del reloj colgado sobre la puerta principal de la estación en Praga. Lo vi sentado con una maleta barata en un banco, como años más tarde lo encontraría en medio del tumulto de una calle de Quito. Me acerqué con el propósito de ver de cerca los rasgos de su cara. Tenía un aire melancólico y su figura corpulenta aparecía con el traje oscuro vagamente recortada contra la luz. Su rostro volvería una y otra vez hasta mí para torturarme, ya que en los próximos veinte años yo seguiría escribiendo sobre él. Era como si aquel hombre solitario, vulnerable, hubiera apelado al conocimiento que yo tenía de él para que lo ayudara a conseguir un billete de tren a fin de salir de Praga y llegar cuanto antes a Berlín.

En la ciudad cayó un invierno miserable. Hasta el apartamento donde el doctor había pasado los últimos seis años, había llegado un miedo tan nocivo que también se expandía imparable por toda Europa del Este. Ahora lo veo en el dormitorio con los labios contraídos por la fatiga de su trabajo. En su rostro se había hecho visible la amenaza, por lo que optó por ir en busca de un escritor que fuera capaz de captar la violencia desatada en aquella ciudad a oscuras. Quizá lo que más le disgustaba era vivir con la sensación de desconfianza de quienes estaban a su lado, porque fueron años desquiciados por el horror, por las ideologías autoritarias, en los que Kronz experimentó la vulgaridad y la contaminación de la vida cotidiana. Ni siquiera sabía si las personas que él imaginaba hablando en susurros detrás de las paredes o quienes pasaban a su lado por la calle eran antiguos enfermos o estaban muertas. Por la noche, conteniendo la respiración antes de conciliar el sueño, escuchaba pasos en la escalera o el silencio sin voz de una llamada telefónica. Otras veces era alguien que lo observaba desde un parque o quizás estaba sentado junto a la ventana de un café. Pero no sólo le llegaba el miedo de todo lo que ocurría a su alrededor, sino el hecho de saber que la vida se había convertido en un rumor y que él se había quedado sin intimidad y sin secretos.

Lo cierto es que cualquiera que haya sido la vida del doctor en Praga, yo sólo intentaba completar su difusa biografía. Es decir, prolongar la desdicha de un hombre que por haber cometido el error de amar a la mujer equivocada, el régimen había encontrado una razón para apresarlo. De pie en la estación, el doctor parecía haberme demandado con aire impaciente que lo sacara de la ciudad, invocando mi oficio de escritor. Quiero indicar que eso hacemos los novelistas, contar la vida de los hombres que se encuentran en situaciones extremas. Imaginar la existencia de alguien llamado Larsen cuando fue expulsado de Santa María, seguir el viaje del capitán Ahab que salió en busca de una ballena o la de dos criminales perseguidos por la policía de Kansas después de haber asesinado a la familia Clutter, o la del enfermizo Marcel dejándose llevar hasta Combray por el oleaje de la memoria.

Supongo que las actividades del doctor acabaron, inevitablemente, por levantar las sospechas de las autoridades locales. Un policía empezó a custodiarlo —no, no era yo quien lo hacía—, sino alguien que incluso escuchaba sus conversaciones telefónicas. Luego redactaban largos, tediosos informes acerca de su vida privada en el hospital donde trabajaba. Informes escritos con el lenguaje anquilosado de la burocracia, de los procesos legales, los cuales iban a parar al cajón de algún tipo presumiblemente alcohólico y enfermo de aburrimiento. Con los años he llegado a la luminosa constatación de que una página escrita conduce, en último término, a la interpretación depurada de una vida. El efecto siempre es fantástico y hasta exagerado, pues el hecho de examinar como un entomólogo el pasado de un hombre, ya sea mediante un informe burocrático o las páginas de una novela parece tener como intención final desenmascararlo.

Escribimos para dejar informes de nuestras propias oscuridades— de nuestras carencias—, y la embriaguez de componer una novela proviene de esas carencias. De ese refinado y extenso programa con el que yo me había propuesto narrar las andanzas, los viajes y las contradicciones del doctor.

Aunque hubo un vago intento de pasar desapercibido, bajo los arcos de hierro de la estación pude distinguir con nitidez el sombrero mojado que el doctor llevaba en la mano. Parecía tranquilo, de repente volvió imperceptiblemente la cabeza hacia el reloj que marcaba con precisión las cuatro y media de la tarde. «Así que viene a detenerme», dijo con el rostro desencajado. «Quién iba a pensar que usted era uno de ellos».

Ese fue un momento decisivo para los dos, porque si bien Kronz ya tenía un informante, o en el mejor de los casos un novelista, yo, en cambio, ya tenía un personaje.

Debo confesar que de todos mis personajes es Josef Kronz —solitario, eternamente desplazado— el que más se ha asimilado e intervenido en mi vida personal. Por eso incluso he guiado sus pasos primero por un páramo y en mi novela más reciente por la ciudad de Nueva York. Así he ido prolongando y reinventando el mundo de otros novelistas, pues quizás esos

sean los proyectos principales de mi agenda literaria. Por encima de cualquier otro personaje, Kronz parece haberse situado en primera fila, como un fantasma. Además tiene el don de comunicarse fácilmente con los demás personajes de mis libros. En algunas páginas de mis novelas, el doctor ha tenido oportunidad de lidiar con el jockey Aníbal Ibarra, con la dulce Violeta, con el coronel Juan Manuel Castañeda, con Jorge Villamar, y hasta con el obstinado Mr. Steeks, entre otros.

De algún modo esta presentación se ha convertido cada vez más en la historia secreta de Kronz. Durante años lo he seguido de cerca. Sin duda he debido tocar temas de su pasado, de su difícil relación con las autoridades, de su vocación para seguir siendo uno de los personajes más influyentes de mis novelas y cuentos. Al doctor no se lo puede olvidar, incluso he oído que ha empezado a visitar los libros de otros escritores. Pero uno no puede ir detrás de nadie, ni siquiera hacer de detective del doctor sin acabar convertido en novelista.

A comienzos de los años noventa yo vivía en la calle Reina Victoria en el barrio la Mariscal de Quito. Mi vida transcurría

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