El origen y evolución de The New Wave: Un movimiento musical colectivo surgido en la Televisión peruana
Renato OrtizReseña11 de Abril de 2025
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La televisión peruana no suele ser recordada por dar lugar a movimientos artísticos con alma colectiva. Sin embargo, en una noche de audiciones a ciegas en La Voz Perú, algo distinto ocurrió. Un grupo de jóvenes se presentó bajo un nombre sencillo pero cargado de intención: The New Wave. Lo que ofrecieron al público no fue simplemente una actuación. Fue una declaración. Una sinfonía de voces con historia. Un grito sutil –y afinado– de que la música también puede ser trinchera.
La chispa original fue Shyrley Vela. Quien la haya visto sobre ese escenario sabe que fue más que una audición; fue una experiencia. Dueña de una voz que abraza lo clásico y lo actual, Shyrley canta con la elegancia de una carta escrita a mano. Técnica y emoción se funden en su interpretación como pocas veces se ve en la televisión. Eva Ayllón, jurado del programa, lo supo desde el primer verso: estaba frente a algo distinto.
Shyrley no tardó en convocar a otros talentos que compartieran su visión. Se unió entonces Gio Suasnabar, un artista cuya historia personal es tan potente como su interpretación. Gio no solo canta desde la perfección, sino desde la cicatriz. Víctima de acoso y marginación, su fuerza escénica es testimonio de supervivencia. Su capacidad de sostener el espíritu grupal sin apagar su voz individual es un acto de madurez artística poco común. Su voz con los años ha tenido una evolución significativa. Evolución que llegó en el momento exacto para que terminé conquistándonos con los altos que actualmente domina y su característicos growl.
A ellos se sumó Lyhara O’Neill, una de las voces más valientes y personales del grupo. Dueña de un timbre sin artificios y con una puesta en escena cargada de simbolismo, Lyhara no solo canta: representa. En cada nota hay una narrativa de visibilidad y autenticidad que trasciende lo musical.
La primera formación también incluyó a Pierina Neira, una voz prometedora que, por motivos personales y profesionales, decidió continuar por otro camino. Su reemplazo, Jasmine de Soria, no fue solo una elección lógica, sino poética. Jasmine trajo al grupo una delicadeza escénica única. Su interpretación no busca deslumbrar por potencia, sino por verdad. Su voz –dulce, firme, profundamente humana– es un recordatorio de que la emoción no siempre grita, a veces susurra… y aun así sacude.
El componente más inestable del grupo fue, en sus primeros momentos, Jhonny López. Su entusiasmo por sobresalir eclipsó por momentos la armonía del conjunto. En una agrupación que se construía sobre la cohesión, su estilo individualista terminó por desconectarse del resto. El arte no perdona la desintonía emocional, y cuando eso ocurre, la música misma encuentra la manera de depurarse.
El resultado fue una salida anunciada y un reemplazo que, más que sumar, multiplicó. Julio César Norabuena llegó como un soplo de solidez. Su nombre ya era conocido en la escena local por su impresionante técnica vocal, su versatilidad interpretativa y su presencia escénica. Pero más allá del talento, su historia con Gio Suasnabar –una amistad nacida en su banda juvenil Trouble Makers– aportó a The New Wave un elemento difícil de fingir: química. Una complicidad artística que no se ensaya, se siente.
Julio César no llegó a adaptarse. Llegó a completar. Su presencia ha reconfigurado el sonido del grupo, llevándolo hacia un lugar más maduro, más arriesgado, más sincero. Y ese es quizás el verdadero mérito de The New Wave: no ser una suma de talentos, sino una arquitectura emocional hecha de piezas perfectamente distintas que encajan.
En una industria que premia lo fácil y lo viral, The New Wave es una anomalía hermosa. Son imperfectos, humanos, valientes. Y como todo lo que merece la pena en el arte, no se entienden solo
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