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El pueblo soy yo


Enviado por   •  1 de Febrero de 2020  •  Ensayos  •  2.497 Palabras (10 Páginas)  •  87 Visitas

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EL PUEBLO SOY YO

Enrique Krauze realiza y compara las legitimidades, basándose en Max Weber, el cual habla acerca de tres legitimidades, la tradicional que era la que tenían las monarquías europeas, la legitimidad carismática, centrada en la magia o atractivo de una sola persona, y la legitimidad racional, legal que se podría decir que es la legitimidad moderna de las repúblicas o de las democracias.

Un manifiesto a favor de la libertad y la palabra. Este libro es un pequeño viaje histórico, un testimonio personal, una acumulación de lo visto, oído, leído, conversado y aprendido sobre el poder personal absoluto. Y es también una argumentación crítica contra quienes, en nuestro tiempo, sienten encarnar cuatro palabras que, juntas, deberían ser impronunciables.

Los ensayos que lo integran abordan el tema desde distintos miradores: la historia comparada de las ideas, culturas, teorías y filosofías políticas en España, Inglaterra, América Latina y Norteamérica desde el siglo XVI; la crítica de la actualidad política en este continente; y la historia de la demagogia instrumento favorito del poder personal en Grecia y Roma.

La demagogia en la dramaturgia, en la comedia, en la filosofía, en la historia de los griegos. La demagogia acabó con la democracia en Grecia. También la demagogia existió en la república romana antes de Cesar, teniendo ahí antecedentes históricos importantes para la comparación de miles de años.

El poder absoluto ha encarnado desde siempre en tiranos que llegan a él y se sostienen por la vía de las armas (como tantos militares africanos e iberoamericanos, genocidas varios de ellos). Ese tipo de poder brutal ha sido condenado axiomáticamente desde los griegos. Pero en el siglo XX los más letales han sido los otros, los dictadores a quienes rodea un aura de legitimidad proveniente de ideologías, costumbres, tradiciones o del propio carisma del líder.

En el primer caso Enrique Krauze empieza desde el siglo XVI, donde se muestra que el origen más profundo del poder en América Latina está en su raíz Tomista (Tomás de Aquino), y en los escolásticos españoles del siglo XVI y XVII que fundamenta la filosofía de un monarca con poder absoluto ligado de una manera profunda al pueblo, la liga entre el pueblo y el monarca en la tradición filosófica de la monarquía española absoluta es una de las raíces culturales principales del poder en América Latina, aunándole el poder carismático de los caudillos da como resultado dos vectores importantes quedando muy poco espacio para la democracia liberal que no, cuyo principal objetivo no es la entronización del poder absoluto del caudillo o del monarca, sino dividir el poder, la división de poderes, las libertades, las leyes, las instituciones, que en pocas palabras se podría decir lo que conforma una democracia liberal. En donde Enrique Krauze enfatiza más en profundizar ¿Cuáles son las fuentes profundas de legitimidad del poder en nuestro continente?, y desde ese mirador histórico y filosófico ver nuestra coyuntura.

Las profundas raíces del bien común en el diseño original de la Revolución Mexicana, el legado Cardenista, la preocupación social, la preocupación por el bienestar de las mayorías, los campesinos, los obreros. También la indudable legitimidad de la aversión radical al fenómeno de la corrupción. La injusticia social, la corrupción, la inequidad económica son los temas mayormente tratados en este libro, y que se observa claramente que son un gran factor que afecta al pueblo.

Para el diseño tomista el objetivo era el bien común, el bienestar social, aunque nos dice Krauze que ese diseño está en colisión con la democracia liberal.

Una vez consumado, la dominación que da  lugar podría desvirtuar y aun cancelar el orden democrático. Se trataría, en efecto, de un tipo de dominación inédita en México. Para los liberales del siglo XIX, el primer dogma no era el ejercicio del poder sino la limitación del poder. Habían nacido de espaldas al pasado monárquico y habían sufrido el caudillismo santanista, por eso buscaron constituir la división de poderes y las más plenas libertades cívicas y políticas.

Su única religión pública (en privado muchos eran católicos) era la Ley y el Derecho, que escribían con mayúsculas. Cuando en 1865 Juárez torció el Derecho y la Ley para reelegirse y asumir lo que Rabasa llamó su “dictadura democrática”, su amigo Guillermo Prieto –que le había salvado la vida– escribe:

Juárez era la exaltación de la Ley, porque su fuerza era el Derecho [...] ¿Qué queda de todo eso? [...] ¿A quién acatamos? ¿Varía de esencia que ayer se llamara Santa Anna [...] y que hoy se llame Juárez el suicida? Supongamos que Juárez era necesario, excelso, heroico, inmaculado en el poder, ¿lo era por él o por sus títulos? [...] Me asusta contemplar a Juárez revolucionario [...] ¿Tú te figuras revolucionario a Juárez? ¿Te figuras lo que habré sufrido?

Como se ve, los liberales usaban la palabra “revolución” como una ruptura del delicado y frágil orden constitucional que habían dado a México. La única legitimidad posible para acceder al poder era la de la ley y los votos. De romperla, todo el entramado institucional se vendría abajo. Y se vino abajo, en efecto, con la irrupción de un popularísimo caudillo, Porfirio Díaz.

Cuando Enrique habla acerca del mesías tropical, no sólo toma esa pequeña parte de la carrera política de Andes Manuel López Obrador, sino, pone en contexto del México que se ha creado, en donde se ve que tenemos un legado liberal, libertades en México como de libre expresión, de manifestación, de asociación, de protesta, de crítica, de creencia, de opinión, son el legado, igual que las garantías individuales del siglo XIX, de los liberales de la reforma; Y lo que Krauze objeta de Andrés Manuel López Obrador es su poca consideración, el que se detenga poco, el que pase muy por encima del legado liberal. La legitimidad democrático liberal en sentido estricto, no es su fuerte.

No es liberal porque su tema es el poder, no la limitación del poder. La libertad como valor no aparece nunca en su horizonte político y moral.

No es republicano porque ha hablado con desdén de la división de poderes y aun de las instituciones públicas autónomas, que en su conjunto limitan el poder personal, discrecional y arbitrario.

Para él, la ley no es la norma suprema sino “un arma de la burguesía para dominar al proletariado” (la frase es de su compañero Arturo Núñez). Y, acaso lo más grave, López Obrador no es demócrata porque tiene un concepto

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